Una de las consignas del 15-M que se ha escuchado en las concentraciones de estos días clamaba en rima: «como vengan con esas nos hacemos la islandesa». De repente, empezamos a mirar a esa pequeña isla, como el milagro económico que en tan sólo tres años logró pasar de la bancarrota a una recuperación económica sostenible donde las clases medias vuelven a salir a flote. Y sostenibilidad ha sido y es la palabra clave, pero es una palabra con género, porque detrás de ella, estuvieron y están las mujeres.
Esto último no se ha escuchado en ningún análisis económico o político, en ninguna tertulia, no se ha leído en ninguna pancarta a pesar de ser un elemento igual de revolucionario que querer cambiar las estructuras de un sistema que hace aguas por todas partes. Precisamente porque en esas estructuras está la más transversal de todas, la división sexual del trabajo, que sigue dividiendo vida y economía, personas y capitales, zonas de moneda única y ciudadanía. Una estructura que continúa dejándolos incomunicados en cuanto los beneficios de su motor incuestionable, el crecimiento sin límites, nota alguna resistencia para que su maquinaria siga acumulando, a cualquier precio.
El pasado 11 de marzo, John Carlin, publicaba en El País un reportaje titulado Aurora boreal, que contestaba a esta pregunta. «¿Que ocurrió en Islandia?». Y la respuesta es contundente: «Que las mujeres se han hecho cargo del país y lo han arreglado».
Ahora no estamos hablando de cuotas, ni de gobiernos paritarios, ni de una mujer presidenta o premio Nobel, ni de una o dos magistradas en el Tribunal Supremo… Hablamos de un cambio real de valores que se ha producido a través de un relevo de género. Porque la presencia anecdótica de mujeres en el poder, por excepción o por herencia, no supone un cuestionamiento del sistema, no posee fuerza cuantitativa ni cualitativa, dado que en él las mantienen y condicionan los mismos valores mayoritarios (masculinos) que les han permitido colarse en los poderes fácticos. El ejemplo que pone el propio artículo es Margaret Thatcher.
En Islandia las mujeres protagonizaron y protagonizan un cambio real, radical, apoyadas por las mujeres y por los hombres que no pasaron por alto el común denominador de las personas que estaban al cargo del país y lo llevaron al desastre económico y social. Todos eran hombres; banqueros, miembros de los consejos de dirección de las grandes empresas, presidentes de compañías, clubes de fútbol, asociaciones… todos eran en su mayoría hombres y todos se movían bajo los mismos parámetros de actuación: interés propio y ambición. Y si es verdad la teoría que defienden a voz en grito los y las que se oponen a la paridad por ley defendiendo: «qué lleguen los o las mejores, los o las que se lo merezcan», parece ser que los que estaban al mando no eran los mejores y lo único que se merecían eran ser sustituídos. Sustituídos por quien tuviera algo nuevo que decir y una nueva forma de actuar, y parece, que de momento, éstas, han sido las mujeres.
El primer ministro se sustituyó por la primera ministra, Jóhanna Sigurdardottir, que formó gobierno mayoritariamente femenino, los consejeros delegados varones de los bancos quebrados, porque, en el país con mayor igualdad educativa entre sexos no había ni una sola mujer entre ellos, dejaron sus cargos a mujeres y el ejemplo cundió también entre los órganos directivos de las empresas privadas.
En España lo primero que se hizo cuando soplaron los vientos de la crisis fue «crear un gobierno fuerte de viejos varones», y dejar la ridiculez de la igualdad y la sostenibilidad para tiempos mejores. De hecho, ¿que pasó con la Ley de Economía Sostenible del PSOE? Se eliminó el Ministerio de Igualdad, y con una de las mayores brechas salariales y de desempleo entre hombres y mujeres de la zona euro, la igualdad ni siquiera mereció una secretaría de Estado propia. Es un asunto social más. Nada que ver con economía, bancos, corrupción, empobrecimiento de las clases medias, desmantelamiento de servicios públicos… Aquí tenemos bastante con organizar «la carrera de la mujer».
¿Triunfó el feminismo en Islandia? Allí no ha llegado ningún partido feminista al poder, pero éste se ha nutrido de otros valores de una parte de la ciudadanía (al menos la mitad), que se encontraba hasta ahora al margen de la gestión de las necesidades colectivas y de las decisiones sobre el dinero público destinado a cubrirlas, que no participaba en la actividad económica productiva y decidió responsabizarse de su derrumbamiento y cambiar de registro a la hora de aportar soluciones. Tres años después de esta revolución silenciosa, los indicadores económicos hablan de estabilidad, Islandia se rescató a si misma, tenía a la mitad de su población y sus ideas sin utilizar. La pócima mágica no ha sido el feminismo, pero sí ha sido imprescindible que éste estuviera en sus cimientos para esta nueva construcción. Que las mujeres hayan llegado al poder y hayan podido transformarlo, ha necesitado de una sociedad valiente e igualitaria, una sociedad de hombres y de mujeres en igualdad, y eso es el feminismo en su meta, el universalismo y la democracia real, participativa, al servicio del bien común. La receta milagrosa, se resume en esa palabra que no escuchamos en ninguna de las estrategias de nuestros líderes y lideresas europeas: sostenibilidad. Ni recortes, ni rescates, ni austeridad, ni privatización: sostenibilidad. Crecer de una manera distinta, con objetivos distintos y desde un pensamiento distinto.
«En general la influencia femenina se ve en este énfasis que le damos al desarrollo sostenible, en construir la economía pensando a largo plazo, de manera fiable y segura. Las mujeres piensan en estos términos porque está en su naturaleza. Un ejemplo más específico: cómo estamos encarando el tema de los impuestos y los presupuestos. La idea es analizar los diferentes impactos que el sistema tiene sobre los hombres y las mujeres, y ver como podemos ajustarlo para generar más igualdad entre los géneros. También se ve la influencia femenina en la discusión sobre el empleo. Los hombres se centran en cosas como la industria del aluminio. Nosotras hablamos de los sectores creativos, hemos llegado a la conclusión de que las artes -en especial la música y la literatura- aportan tanto dinero al país como la extracción del alumnio. No creo que a los hombres se les hubiera ocurrido ni pensarlo.»
No creo en la naturaleza distinta entre hombres y mujeres, pero sí creo que una socialización que hace natural las diferencias jerárquicas entre hombres y mujeres y entre unos pocos varones sobre el resto de la humanidad. Quizá por eso haya supuesto tantos cambios en tan poco tiempo en Islandia, la ruptura de ese orden pseudo-natural. Como también se clamaba en el 15-M: «esto no es una cuestión de izquierdas o de derechas, es una cuestión de los de arriba contra los de abajo». Curioso que la igualdad ya no sea una cuestión de izquierdas. Pero «¿dónde está la izquierda? Al fondo, de la derecha».