(Éstos son, ordenados, algunos de los
apuntes de camino).
El camino es un símbolo de vida. En
parte, el peregrino pronto sabe que el camino es la representación de la propia
vida. Se confirma a cada paso y a cada mirada. Por ello, desde la antigüedad la
peregrinación ha favorecido constantemente la difusión de la cultura y del
conocimiento. Una peregrinación, en el fondo, significa salir de uno mismo y de
sus paisajes. “Sal de tu tierra” fue la invitación de Dios a Abraham. Siempre
se trata de un viaje lejano hacia lo desconocido en el que el peregrino debe
poner mucho empeño. Aún hoy en día, a pesar de las ventajas turísticas,
continúa siendo una empresa costosa donde se necesita un fuerte compromiso. La
tradición artística cristiana – pero no solo- ha representado desde la edad
Media a los peregrinos en solitario por caminos señalados; con su cayado – o su
bordón- y los largos cabellos de la aventura; o frente a una imagen en un
santuario con sus ampollas y dolores, como hace exclamar el romance a don
Gaiferos de Mormaltán: “Gracias meu señor Santiago/ os vosos pés me tés xa,/ si
queres tirarme a vida/ pódesma señor tirar,/ porque morrerei contento/ nesta
santa Catedral”.
Generalmente en la actualidad ya no se
viaja por penitencia, ni como consecuencia de ninguna pena impuesta por un juez
e, incluso, la devoción se ha perdido en muchos de los peregrinajes. Sin
embargo, son miles las personas que cada día comienzan un vagar sincero hacia
algún punto concreto del planeta. De entre todos estos recorridos, el de
Santiago de Compostela se ha convertido en uno de los principales. Y es que
desde hace años se ha redescubierto la pluralidad de caminos que recorren toda
la península ibérica para llegar a Galicia, a una ciudad de piedra labrada por
la lluvia y la niebla. Lo advirtió Gonzalo Torrente Ballester, las campanas
hacen Compostela y de esa sonoridad medieval surge su particular ángel, día
tras día, siglo tras siglo. Y eso a
pesar de que el avance monotemático del comercio de souvenirs y de su
mercadotecnia está matando la ciudad blanca que fue para muchos. Porque hoy en
día, por desgracia, es díficil llegar a sus calles del casco histórico y no
encontrar lo mismo en cada rincón.
Uno viaja para encontrarse con nosotros
mismos y con el otro, lo que exige un esfuerzo intenso para evadirse de todo
cuanto nos distrae para fijar el aliento en la contemplación y la quietud. Por
ello, del camino quedan los paisajes, el arte y, sobre todo, los rostros y las
miradas del encuentro. La existencia nos lo recuerda a cada momento: la
relación es la parte constitutiva de nuestra esencia. Estamos hechos para amar,
para compartir, para comunicar. Estamos llamados a ser relación y comunión. El
peregrino está obligado a encontrarse a si mismo, sin intermediarios y sin
velos. El peregrino vive la experiencia del desierto, a la intemperie, despojado
de muchas de las seguridades cotidianas.
Cada paso te permite acoger la vida
como un don. Detrás el camino peregrino a Santiago he encontrado siempre un
camino de alegría, de esperanza, de vida. Uno es consciente de que en el
sepulcro no está enterrado el Apóstol, pero poco importa para revivir los
sentimientos y anhelos de los que pasaron antes de nosotros. La experiencia
viva de tradición o, lo que es lo mismo, la serenidad que se alcanza al
reconocerse heredero del impacto de la peregrinación en millones de personas
desde su descubrimiento. Uno se para a releer el Evangelio – “Yo soy el camino,
la verdad y la vida” (Jn 14, 6)- y, más allá de las sombras de nuestro mundo,
se convence de que la verdad se encuentra en la belleza de la plenitud humana, en
el camino que se traza con la vida.