La Comunidad Aasesina Internacional (CAI) sigue acumulando cadáveres y dolor en su haber. Por omisión, cuando no por acción directa, los países nobles del mundo, asociados en la CAI, mantienen a un millón de haitianos viviendo en campamentos, a miles de niños y niñas de ese país en el limbo del no futuro. Lo hace bien, eso sí. Su portavoz para el caso haitiano, Bill Clinton (muy querido también en Somalia o en Colombia) tiene el descaro de aprobar, junto al gobierno local mendicante, 18 proyectos por un monto de 777 millones de dólares, anunciarlo a bombo y platillo y después, con la boca pequeña, confesar que solo hay financiación para el 30% del paquete. Claro, que minutos después se rascó la billetera y sacó medio milloncejo de dólares para el actor Sean Penn y así dejar su imagen a salvo de cuqlquier juicio público.
La CAI cuenta, además, con la inestimable colaboración de los medios de comunicación de masas. Dispuestos a volar a Haití en parapente en el momento del desastre (hace ya 10 meses) para transmitir en directo el sufrimiento, ya no encuentran mucho morbo en este morir poco a poco de los haitianos, en las grietas profundas que dejó un terremoto que se llevó por dalente 300.000 vidas y la esperanza de un mundo solidario. Los habitantes de los países de la zona CAI también juegan su papel: del horror televisado al olvido mediatizado. ¿A quién carajo le importa? Hay tantos desastres… y nuestro corazoncito solo aguanta pequeñas dosis de dolor en la sociedad del espectáculo y el entretenimiento. El terremoto de Haití entretuvo a las buenas conciencias europeas y norteamericanas en el periodo sensiblero postnavideño de este año, pero ya… no sigan, cambien de canal, de desastre, de guerra, de genocidio…
La verdad es que da asco, la CAI y todo lo que la rodea y promociona. Se gastaron un buen presupuesto en hacer una conferencia de donantes para Haití en marzo en Nueva York, prometieron el oro (5.000 millones) y, una vez tomada la foto, se pasaron su compromiso por el forro y pasaron a cosas más importantes: la patética crisis económica, los trajecitos de un presidentucho autonómico o los espectáculos millonarios de VivAmérica (la forma folclórica y pseudointelectual de desconocer a Latinoamérica y el Caribe donde la vida se conjuga con la palabra hambre para 53 millones de personas y con la palabra supervivencia para casi la mitad de su población (básicamente los 300 millones que suman los indígenas y afrodescendientes). Otramérica llora sangre haitiana y la CAI, mientras, mira hacia otro lado.