Si decimos ahora mismo que no sólo de pan vive el hombre me achacarán de insensible, porque no se puede filosofar mientras miles de personas, millones si redondeamos las cifras que ofrecen todas las agencias de noticias de Europa, se acuestan sin saber si abrirán los ojos al día siguiente. África, otra vez, se muere de hambre, y los periodistas que siempre han confundido noticias con el cuento de catástrofes, han sacado las hachas y las han puesto a afilar. El amo ha mordido al perro otra vez, y en el mismo escenario.
Pero seguimos a lo nuestro y diremos que no sólo de pan vive el hombre. Y es que hace poco una persona africana, poco conocida, y con bastante información, sacó al recuerdo el hecho de que en África solamente se podía hablar de tres personas que han usado su lengua africana para hacerse oír con un voz clara. Y son la única referencia de la intelectualidad africana que ha demostrado cierta entereza mental: Nelson Mandela, Wole Soyinka, Desmond Tutu. Habrá alguno más, pero esta persona formada no se acuerda. Y es el drama de África, es el resquicio por el que se filtra la falta de apetito que padecen los africanos. Porque, ¿morir de hambre es la renuncia a comer o es falta de apetito? No responderemos a la pregunta y diremos que no falta comida en África. O podría faltar, pero no falta el dinero para comprarlo. Y ahí es donde empezamos, para decirlo de otra forma, a poner el bozal al perro para que no devuelva el mordisco a su amo enloquecido. O sea, queremos quitarles la razón a los periodistas y fotógrafos que hacen su agosto a costa de los sufrimientos de los africanos.
Y es que no se merecen la gloria, ningún tipo de alabanza por redactar crónicas sobre la tragedia de pueblos enteros consumidos por el hambre o la exposición de fotos de miles de infantes que muestran sus costillas por el ayuno impuesto por la lacería de sus padres. No se merecen la gloria porque primero habría que preguntar a qué se dedican en tiempos de paz, cuando el hambre no aprieta y no muestra los esqueletos andantes a que se reducen los africanos. Esto lo decimos aquí alto y claro porque estos mismos periodistas y fotógrafos, o sus hermanos y hermanas, toman vacaciones cuando los hombres y mujeres sensatos de África quieren hacerse oír para denunciar las acciones que podrían llevar a tragedias apocalípticas. Tenemos que decir que los mismos periodistas, o sus hermanos, conocen el sufrimiento de estos hombres africanos que apenas encuentran a alguien que haga un eco a su clamor. Son los mismos periodistas o fotógrafos que alaban a los que secuestran el poder en toda África. Son los mismos que atestiguan la persecución a la que son sometidos los que luchan para tener en África una voz imparcial. Son ellos los que al final dan cuenta de la muerte de estos activistas africanos a manos de los secuestradores de la libertad. Saben muy bien que los hombres sensatos de África no tienen voz, y aunque quisieran anunciar cualquier tragedia evitable.
Pero no solamente es denunciable el silencio impuesto al clamor de los africanos, también lo es la descarada propaganda que se hace de los que mandan, quienes gastan en este ejercicio egoísta de su liberalidad la mitad de lo que podrían destinar para que los africanos tengan una vida mejor. Y esto no es lo peor, lo peor es que estos periodistas que encuentran en los dictadores africanos al amo que muerde a su perro son los mismos que, en países desarrollados, hacen un ejercicio inverso de su profesión, introduciendo notas discordantes a la información veraz proporcionada por los únicos africanos que pueden hablar, aunque sea a costa de peligros diversos. Estamos diciendo, y a la letra clara, que la censura informativa se ejerce cuando lo que se quiere publicar no comulga con los intereses de los que tienen poder, ni de los que acólitos que los jalean. Trabajan para que a la sobremesa de los ciudadanos de países desarrollados llegue la información que justifique su especial relación contra los causantes de las desgracias africanas.
Puesta en evidencia esta realidad, que es demostrar al mundo las trabas que se ponen desde fuera de África para impedir que sus hombres más honestos hagan oír su voz, entonces el lamentar por los que se mueren de hambre es un ejercicio doloroso de hipocresía. Sabemos que a veces las acusaciones graves exigen pruebas contundentes. No las vamos a dar. ¿Sabía alguien que en la confiscación, en Guinea, del material periodístico de un equipo de televisión alemana estuvo implicada gente guineana, acomplejados pagados para hacer el mal, y también gente europea que viaja para reírle las gracias a los miembros de la dictadura más surrealista del mundo? Es un hecho que nadie puede refutar. Mientras tanto, mientras el dinero rebasa todos los bordes de una cleptocracia insostenible, cientos de guineanos están lejos de sus tierras, sin medios para sostenerse y sin nadie que escuche su voz. No pueden volver a su tierra, y nadie recoge el dolor que supone no volver al sitio donde naciste porque está ocupado por un dictador apoyado por tropas extranjeras. Y su mayor crimen es haber dicho que las cosas no se hacen bien en su país, que el malgasto de los bienes que ahora existen podría dar lugar mañana a un lamento mayor, porque los asuntos africanos son imprevisibles, pero la rueda de la fortuna al revés siempre está al acecho para afectar a los africanos y sus asuntos
Si mañana, mañana mismo, se desata una hambruna en Guinea, los mismos jaleadores del dictador guineano, los mismos que usan su bozal para impedir que los guineanos disidentes hagan oír su voz usarán los recursos robados a los guineanos para contar del hambre que padecen, y mostrarán las costillas de niños reducidos a piltrafas por una desmesura que nadie quiso impedir, salvo los que ejercen la mendicidad en las plazas de España y en toda Europa. Parecerá mentira, o la paradoja sería tan hiriente que no sería creíble. Pero sí puede ocurrir. Ya es cuento de mal gusto el hacernos creer que en África no hay suficiente comida para impedir que millones de personas mueran de hambre. Lo que queda por discutir es qué consideración tendrán los africanos si son otros, de otros continentes, de otra cultura, los que hablan de sus desgracias y les llevan migajas para no morir de hambre. Lo escribí ayer: ¿No habría una conspiración para que los africanos sean siempre considerados unos niños y así justificar que no tengan ninguna voz? Claro, el impedir que los honestos hagan oír su voz tiene que tener una razón justificatoria. Ah, no son siempre honestos los que dicen que lo son, que ya es historia vieja la ganancia de la fama por los malos en un mar revuelto.
Hemos terminado. Podríamos seguir leyendo de lo mal que lo pasan los africanos y destaparíamos la paradoja de que en Francia, la cuna quizá de la “ilustración”, más de un presidente africano ha sido ayudado para adquirir viviendas de lujo. Es decir, unos inmuebles cuya quinta parte en valor monetario solventaría la deuda hambrienta que tienen los africanos con su azarosa historia. El resto del dinero se queda en el país de Moliere, pues hasta ahora no se ha visto que ningún dictador africano haya terminado sus días en ningún palacio de Europa. En este punto de la historia, sólo tendríamos un poco de duda en el reparto de la maldad. Sobre el reparto del dinero, no hay dudas: el saco quedó en casa.
Barcelona, 2 de agosto de 2011