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Mientras tantoHan Solo, la Goulue y Rosa Díez

Han Solo, la Goulue y Rosa Díez


 

Hay en la pegada de carteles un componente folclórico, como de calçotada, de chupinazo o de encendido de Feria. Los políticos se han metido tanto en las costumbres como un vestido de faralaes, y así cualquier día se les va a poder ver como figuritas en los puestos de souvenirs. Magdalena Álvarez, una Maleni en el merchandising, ya está incluso abriendo camino en el mercado internacional con una perseverancia muy típica que piensa uno que también habrá que exportar, representándose en los protagonistas sentados en un sillón que es al tribuno lo que la peineta a la flamenca o las banderillas al toro. Decenas de reproducciones sentadas en un sillón, o un nuevo exotismo patrio convertido en éxito para el turismo que tampoco distingue entre nacionalidades: otra España grande y libre. El país se adorna con los carteles que son como alegres farolillos con sus caras risueñas. Pero el cartel en sí necesita de nuevos artistas. Todo ha sido decadencia en este arte desde Toulouse Lautrec. A Cañete le han teñido de azul como si le hubieran congelado. Parece Han Solo en carbonita pero con el gesto apacible, igual que si a este hombre no hubiera manera de alterarle y hasta animara al votante a sumergirse con él en ese mar que con una flecha indica el camino de la felicidad. Valenciano dijo una vez que aquella felicidad se les arrebataría a las mujeres de votar al enemigo, y esto mismo es lo que parece querer advertir con un primer plano casi agresivo al que da miedo acercarse no vaya a abrir la boca y comérsele a uno, fiel a una coleta muy francesa que de no ser el cartel una fotografía se la podría confundir con La Goulue que se muere por alejarse del objetivo y levantar la pierna al estilo del cancán. Luego hay otro cartel que no se personaliza, o sí, según se mire, para que salga Rosa Díez. Rosa Díez tiene que salir siempre, así que en UPyD (Rosa Díez) han optado por una foto de familia en cuyo centro sale Rosa Díez y a su lado, por detrás y medio escondido, el candidato y su pajarita con cara de que Rosa Díez le haya obligado a ponérsela sin rechistar. Hay en Rosa Díez una prevalencia mesiánica por la que hasta las sonrisas de los que la rodean han de ser menores a la suya, como la de Willy Meyer, del que uno no va a decir nada porque, lo mismo que le sucede con el de la pajarita, no sabe quién es.

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