Sería bueno tener de antemano, en ciertos eventos sociales, información precisa de nuestros interlocutores. Para no pifiarla. Claro.
Me pasó el otro día que, al no saber exactamente la profesión de mi interlocutora, se me escapó una crítica a su trabajo. No quería resultar grosero y tampoco fue una alusión directa a su persona, pero vaya, que quedé fatal.
Hube de tratar de remontar el asunto, relativizando mi crítica (que tampoco era algo en exceso elaborada, refinada o precisa, sino una cosa más a vuelo de pájaro, como quien habla sin pensar e hipotetiza causas), buscando ciertos vericuetos… para… Pero nada.
El mal ya estaba hecho.
Se ha de decir, no obstante, que mi interlocutora tampoco lo tomó -demasiado- mal.
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Esta anécdota me sirvió para darme cuenta de lo hermético que se nos ha vuelto el mundo. Que se nos está compartimentando la realidad es cosa evidente y que, sin embargo, acaba sorprendiéndonos siempre; este mundo de espacios estancos.
Lo que para unos pocos es relevante, importantísimo y central para sus vidas, para el resto ya no es que no tenga la menor importancia, es que directamente ni existe.
Sirva esto para hacer mención a mi crítica sobre la comunicación de un cierto festival barcelonés del cual yo no tenía ni idea. Sirva esto pues para evidenciar que seguramente ese festival (que lleva dos décadas celebrándose) es seguro importantísimo para quienes lo conocen y disfrutan, pero irrelevante para el resto (yo).
Y esto nos lleva a la cuestión que quería tratar: los happy few.
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Hay siempre, en todos los ámbitos y sectores, un grupo reducido de personas que controlan ese determinado ámbito o sector, “el cogollo”, los que se enteran, los avanzados. Los mejores.
Y sucede sin excepción que ese cogollito son quienes parten la pana y lideran ese espacio, ámbito o sector.
Son siempre pocos y muy influyentes. Tienden a ser la vanguardia y los que sostienen el espacio limitado de su influencia y/o su ámbito.
Mi crítica, ahora lo entiendo, iba directamente ahí: a esos happy few. O dicho de otra manera, que hay cosas de la realidad que suceden solo en espacios determinados, en nichos de mercado muy específicos y que el verdadero reto es sacar esos eventos, producciones o manifestaciones culturales de ese reducido espacio, de ese alcance minoritario.
Así mi crítica, aun cuando estuviese realizada de manera impremeditada, andaba un poco en esa línea, en la de destacar la dificultad que entraña el hecho de sacar de su nicho natural a determinadas producciones artísticas.
Conseguirlo, por supuesto, es un arte.
Un difícil arte, dicho sea de paso.