Por los foros de Internet corre la discusión -entre otras muchas de dudosa utilidad- sobre cuál es la ciudad más fría del mundo-. Ni los científicos ni los internautas adictos a este tipo de pasatiempos se ponen de acuerdo, entre otras razones porque encuentran dificultades en definir el concepto de ciudad. Algunos se inclinan por otorgar ese honorífico título a pequeñas localidades de la Rusia siberiana como Oymyakon o Verkhoyansk, donde se registran temperaturas de hasta -60º.
Pero si aceptamos la definición más común de ciudad -una aglomeración de seres humanos que se cuenten por cientos de miles- la capital del frío es sin duda Harbin. Sus temperaturas habituales se sitúan muy por debajo de cero y en buena parte del año llegan a los -40 grados, que padecen estoicamente sus nueve millones de habitantes.
En territorio chino, pero incrustada entre Rusia, Mongolia y Corea del Norte, Harbin es una de las ciudades más desconocidas del gigante en Occidente. A pesar de que es el retiro vacacional de los chinos de las provincias del sur que en verano buscan el fresco, apenas figura en los paquetes turísticos que se ofrecen en Europa para visitar el país asiático.
Algo lógico teniendo en cuenta que su máximo atractivo consiste en el Festival de Hielo y Nieve, que se celebra en enero y febrero y en el cual se pueden admirar gigantescas esculturas de hielo realzadas con luces de colores, algunas de ellas reproducciones de referentes culturales europeos como el Coliseo romano.
Aparte de este festival que tiene lugar desde hace décadas cerca del río Songhua, por supuesto también helado y sobre el que se puede circular en coches de caballos, Harbin ofrece una gran oportunidad para conocer la China profunda. El concepto de cocina internacional se reduce prácticamente a varios restaurantes rusos, síntoma de la tradicional influencia del país vecino que también se percibe en la arquitectura y que ha llevado a Harbin a cargar con el apelativo de la “Moscú de oriente”.
El ciudadano europeo es un elemento exótico en sus calles cubiertas normalmente por placas de hielo y nieve que se convierten en una alfombra de barro gris de diez centímetros de grosor cuando el termómetro supera los -10 grados, sinónimo de buen tiempo en esta zona.
El regateo es algo cotidiano en todos los comercios, incluso en hoteles de categoría media. Un mismo trayecto cuesta diferente según el día y el taxista, que a menudo se escuda en la dificultad de circular más rápido por las calles revestidas de hielo.
El rudimentario inglés de sus habitantes, incluso de los que dicen hablarlo bien, obliga a comunicarse con una buena dosis de paciencia, gestos y sonrisas, lo cual no siempre garantiza el éxito en el intento.
Aun hay más: pese a las últimas noticias conocidas sobre la intención del Gobierno chino de limitar el consumo de carne de perro y de gato, en las carnicerías de Harbin todavía es posible comprar perros troceados -incluida la cabeza- con la misma naturalidad con la que en España se compra un pollo o un cordero.
Pero incluso en una ciudad relativamente aislada -nueve horas en tren al norte de Pekín- hay lugar para la sorpresa con toque español. Entre las actividades del Festival de Hielo y Nieve se incluyeron la actuación de seis jóvenes bailarines españoles. Cada noche intentaron transmitir algo de pasión flamenca a un público mayoritariamente chino que, entre nuddles, cervezas con el nombre de la ciudad, salchichas y algunos bostezos, contemplaban atónitos las alegrías y los zapateados de Estefanía, Laia, Nieves, Antonio, Jonathan y Marcos.
En medio de semejante frío fue lo más cálido que se pudo encontrar. A partir de esa fecha se prevé una ligera subida de las temperaturas y la desaparición de las esculturas de hielo. Es el comienzo del fin del invierno.