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Hartistas


 

Ante un buen cuadro y una lata llena de mierda, la gente normal suele preferir el cuadro. Este es uno de los postulados del hartismo, movimiento artístico fundado en 2008 por tres pintores gallegos hartos. Quieren, entre otras cosas, reaccionar contra la impostura de un arte oficial gestionado exclusivamente por comisarios al servicio del elitismo y la hipocresía, denunciar el conceptualismo como tapadera de las carencias técnicas y buscar la belleza como objeto final de lo artístico. Reivindican el uso de las manos y la práctica del dibujo como base de todas las artes visuales. Exclaman airados: ¡el arte para quien lo trabaja! . Como están convencidos de que la mayoría de la gente piensa igual que ellos –tienen razón–, nos animan a reírnos libremente y sin complejos de las extravagancias pretenciosas, ridículas y huecas que una elite de falsos expertos nos quiere presentar como Arte. Además, se niegan a considerar los procesos como hecho artístico. Son tan sólo medios para conseguir un resultado.

 

Ayer se inauguró en Laboral Gijón la muestra El proceso como paradigma, una magnífica exposición comisariada por Susanne Jascko y Lucas Evers, que propone una serie de piezas en las que no existe un objeto artístico final, acabado y valuable, sino que funcionan como experimentos, como bancos de pruebas, como sistemas vivos en continua evolución y a menudo incontrolables.  El abanico de propuestas es exhaustivo y estimulante. En casi todas podemos descubrir belleza, técnica, contenidos, emoción. Lo único que no hay es un producto que colgar en la pared o guardar en la caja fuerte de un banco.

 

Según los hartistas, si tu vas a un bar a comerte una tortilla, para ti lo importante es la tortilla. La receta –el proceso– le importa al cocinero,  pero tú lo que pagas y disfrutas es la tortilla. La comparación es poco afortunada, pero refleja lo que todos sabemos: el arte, como cualquier producto, depende de quién lo consume. El prestigio de la obra de arte como objeto final tiene que ver con su capacidad para sobrevivir al artista, es decir con el coleccionismo. Como ya comentábamos en otro post, una de las grandes reflexiones actuales en el mundo del arte es sobre el papel futuro de museos y colecciones, y sobre el acto mismo de coleccionar y adquirir arte.

 

El hartismo, a pesar de su tinte de amargura y resentimiento -ambos legítimos-, posee el innegable valor de hablar del arte como una profesión más, que reclama honestidad, sencillez y, sobre todo, humildad. Reivindica el espíritu artesanal, el aprendizaje de una técnica y la práctica del oficio e intenta devolver el protagonismo a los artistas. Es sin duda una intención loable, que estoy seguro comparten la mayoría de los participantes en la exposición de Gijón.

 

Ah, se me olvidaba. Los usuarios de iPhone que tengan dudas sobre lo que es o no es arte, disponen de una aplicación llamada Is This Art?. Su manejo es muy sencillo: mandan una imagen y reciben el veredicto. Al principio está bien, luego descubrirán que el programa es a su vez una pieza de arte. Lástima.

 

 

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