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Hasta Dios se ha olvidado de Gaza

Colegio destruido en Rafah. 25 de enero 2009

Colegio destruido en Rafah. 25 de enero 2009/ Khaled El-Fiqi/Corbis

 

 

Muy mal ha empezado el año 2010 en la franja de Gaza. El territorio palestino debía haber despedido 2009 con una gran en la que 1.400 activistas de derechos humanos de 43 países recorrerían los 45 kilómetros que separan Rafah de Erez, de sur a norte del territorio. El número no es baladí, obliga a pensar en la cifra de muertos palestinos de la última gran ofensiva israelí, durante los 23 días de asedio que convirtieron los 365 kilómetros cuadrados que ocupa la franja de Gaza en un auténtico infierno.

       La nueva década del siglo XXI comenzó pésimamente en el área ocupada por Israel desde 1967 porque Egipto sólo dejó pasar a 84 activistas por la frontera de Rafah y el Estado hebreo a ninguno.

       Tras días de protestas pacíficas en la capital egipcia, la organización asumió frustrada la imposibilidad de mostrar su solidaridad con los habitantes de Gaza in situ y, el pasado 1 de enero, optaron por hacer pública la en la que se aboga por “la autodeterminación del pueblo palestino, el fin de la ocupación, la igualdad de derechos para todos en la Palestina histórica y el pleno derecho al retorno de los refugiados palestinos”.

       Pocos días antes de que el mundo volviera a sentirse incómodo al recordar la matanza y el hostigamiento padecidos por millón y medio de personas hace un año, Fady N. Skaik, filólogo y activista de derechos humanos palestino, me explicaba entusiasmado en una conversación telefónica la importancia de la Marcha. Una vez más los palestinos daban una oportunidad a la comunidad internacional para que lavase su conciencia, para que se resarciera de la inacción con la que contemplaron las bombas caer durante tres largas semanas sobre el territorio palestino.

       Y de nuevo, los gobiernos árabes y occidentales volvieron a optar por abandonar a los gazíes al dejar de implicarse y ejercer la suficiente presión sobre Israel, o al menos sobre Egipto, para que los centenares de manifestantes pudieran cruzar la frontera y acceder a la prisión más grande del mundo.

       Skaik llegaba a emocionarse al contarme las consecuencias que tendría un reconocimiento tan explícito, la denuncia sin paliativos de “la opresión, el asedio permanente, el castigo colectivo y, en definitiva, la ocupación ilegal de la franja de Gaza”. Cuando le preguntaba, igual que lo he hecho a muchos compatriotas suyos entre los escombros de sus casas destruidas, en las tiendas de campaña que vuelven a ser sus hogares o en las viviendas abarrotadas de familiares solidarios, por qué vuelven a confiar en la comunidad internacional, él reconocía algo apesadumbrado que hay momentos en los que parece que hasta Dios se ha olvidado de la franja de Gaza, pero que la esperanza permanece intacta.

       Es la capacidad de resistencia palestina que tanto teme Israel y que tanto sorprende a los extranjeros que trabajan con ellos sobre el terreno, que obliga a sentir cierta admiración por los que mantienen la templanza siendo conscientes de que están dando la vida por una lucha que no verán concluida.

 

19 de enero de 2009

Sensación de alivio, que dure lo que dure, pero en este momento se puede respirar. Los niños se atreven temerosos a volver a ocupar la calle, uno carga un balón que duda en dejar que se deslice por una superficie que no reconoce. Un mercado al sur de ciudad de Gaza recibe con ansia productos frescos. Pocas mujeres en la calle, los hombres se acercan decididos a comprar mercancía. Rostros serios y serenos. Los carromatos tirados por los imprescindibles burros trasladan sacos con ayuda humanitaria y a personas dobladas por el cansancio.

       Cesa la tensión por un tiempo. Poco importa en ese momento si durará mucho, sólo esperan que sea lo suficiente para coger aire, calmar los nervios, comprobar las bajas y recuperar lo que quede.

       La maquinaria vuelve a ponerse en marcha, muy lentamente, con las dificultades del que siente que le han asestado un golpe muy duro. Sin luz, ni agua, con escasas reservas de alimentos, las familias se reencuentran no tanto para llorar a sus muertos como para comprobar que siguen siendo suficientes y seguir protestando. Siguen haciendo preguntas que quedan sin responder, recurriendo a todos esos tratados, empezando por la Declaración de Ginebra, a la que ellos, a pesar de ser personas, ciudadanos de este mundo, no pueden acogerse porque hace mucho tiempo que nada les protege.

Vecinos de Rafah después de un ataque aéreo israelí. 27 de diciembre, 2008/ /XinHua /Corbis

 

 

       Desde el 27 de diciembre de 2008, cuando las agencias de noticias internacionales empezaron a escupir teletipos en rojo sobre un brutal ataque aéreo israelí sobre la franja de Gaza y las televisiones empezaban a emitir imágenes de la población desorientada, los corresponsales de la zona intentamos llegar al lugar de los hechos para hacer nuestro trabajo. Durante los 23 días de ofensiva, en los que según la UNRWA (el organismo de Naciones Unidas que se encarga de los más de cuatro millones de refugiados palestinos que comenzaron un exilio forzoso en la guerra de 1948) murieron 1.385 personas (hay organizaciones palestinas e internacionales como el Centro Palestino de Derechos Humanos- PCHR que aseguran que la cifra de muertos supera los 1.400), de los que 762 no participaron en las hostilidades (entre ellos había 318 menores); y 5.300 resultaron heridos, 350 graves. Los periodistas asentados en la región que quizás congregue el mayor número de profesionales de los medios de comunicación del mundo insistimos para que el Ejército israelí al menos tuviera que responder cada día con un mensaje siempre negativo sobre la inconveniencia de que accediésemos al lugar del conflicto.

       En el sucio juego que ejecuta desde hace décadas el “gran hermano mayor árabe” que representa Egipto en Oriente Próximo se reafirmó el confinamiento de la barbarie. Oraib al Rantaui, director del Centro Al Quds de Ciencias Políticas ubicado en Amman (Jordania), me explicó pocas semanas antes del primer aniversario del comienzo de la operación Plomo fundido, como la bautizó el Ejército israelí, que durante las tres semanas de ofensiva el Estado hebreo pudo probar con libertad armamento nuevo: “Gaza fue un experimento en el que mostraron no sólo a Hamás, sino también al grupo libanés Hezbolá, que disponen de armas aún más mortíferas y que pueden utilizarlas de forma impune mientras la comunidad internacional únicamente se lamenta, sin llegar nunca a imponer sanciones o perjudicar la relación política y comercial con la Unión Europea y, por supuesto, con Estados Unidos”. Rantaui, como muchos otros analistas árabes, está convencido de que en 2010 la franja de Gaza o quizás Líbano volverán a ser objetivo del régimen sionista.

       Pocos días antes de que Israel decretase el alto el fuego unilateral algunas televisiones y agencias internacionales habían logrado acceder a la franja de Gaza a través del puesto fronterizo de Rafah. El requisito no era complicado: la embajada del que quisiera acceder informaba a través de un escrito al Ministerio de Defensa y al de Información de que el periodista solicitaba entrar en el territorio palestino asumiendo completamente las consecuencias de dicha acción. Tras días de llamadas, de frustrados intentos, todo se limitaba a una autorización que era posible gestionar en apenas unas horas. Más tarde comprendí que también era un factor importante aprovechar la confusión que me permitió el 19 de enero entrar en la franja de Gaza junto a un pequeño grupo de informadores y un equipo de Médicos sin Fronteras. Una sola entrada de apenas unos minutos que dio paso de nuevo al cierre hermético de la frontera para los compañeros que tuvieron que esperar días hasta que las autoridades egipcias recibieron el visto bueno de Tel Aviv, donde también se había decidido permitir que los periodistas acreditados entrasen incluso por el paso de Erez.

       Israel destruyó más de 3.500 viviendas particulares y 20.000 personas lo perdieron todo en el ataque. Las imágenes que gracias al trabajo de los reporteros de la productora palestina Ramattan o del incansable trabajo de corresponsales permanentes en la franja de Gaza como Ayman Mohaydin de Al Yazira en inglés, pudimos contemplar desde el otro lado del conflicto, desde donde nos dejaban, empezaron a tomar forma en mi memoria mientras recorría muy lentamente las calles destruidas, sorteando puestos de control abandonados o las imponentes huellas de los tanques israelíes que habían campado a sus anchas por el territorio.

       Era difícil contener la ansiedad por llegar a la gente, a todas esas familias afectadas, a los protagonistas de la macabra competición de historias que cada día se superaban. Un día una familia perdía hasta 30 de sus miembros, otro el hospital Al Quds era evacuado bajo las bombas, las escuelas de la UNRWA atacadas por el fósforo blanco, o familias mostrando la bandera blanca para intentar abandonar sus hogares eran obligadas a retroceder perdiendo a parte de los suyos. Atrás quedaba el acceso rápido, casi instantáneo, a los familiares de los tres civiles israelíes que perecieron por el impacto de cohetes palestinos durante la ofensiva, o a los datos sobre las circunstancias de las muertes de nueve soldados, de los cuales cuatro fueron abatidos por “fuego amigo”, o a los cien heridos atendidos en hospitales del sur de Israel.

       La franja de Gaza fue curando sus heridas, las ventanas de las viviendas empezaron a cubrirse con plásticos para intentar aislarse del frío del invierno, empezaron a aparecer los policías vestidos de negro del movimiento islamista Hamás, haciendo recuento de los daños, apuntando las vías públicas incomunicadas, destruyendo las trincheras construidas en plazas y avenidas principales. Los gazíes regresaron a sus hogares violados como consecuencia de la estancia de los soldados israelíes. Contemplaron las pintadas en las que amenazaban con volver a invadirles definitivamente, los insultos estaban en ocasiones escritos con excrementos y la basura se acumulaba en las esquinas a su paso.

Niño palestino recogiendo escombos. 22 de enero, 2009/ Khaled El-Fiqi/Corbis

 

 

       Según la organización israelí B´Tselem la policía militar israelí ha abierto 19 investigaciones en las que se sospecha que los soldados violaron el reglamento militar durante la ofensiva. También el del jurista sudafricano Richard Goldstone, presentado el pasado 25 de septiembre ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU aporta casos concretos y pruebas del trato vejatorio y humillante al que se sometió a la población civil de la franja de Gaza.

       Al escuchar los relatos de lo sucedido durante las tres semanas de ofensiva, las descripciones con las que sus protagonistas narraban sus sensaciones, todos esos detalles que ya no recogerá ningún medio de comunicación convencional porque “el momento pasó” y el espacio debe concentrarse en la actualidad, la frustración y angustia ante la evidencia del trabajo no hecho, fue creciendo.

       Fátima, una niña adolescente, sujeta a uno de sus hermanos menores en la penumbra de una habitación iluminada sólo por velas. Sus ojos casi no pestañean cuando nombra a cada uno de los familiares que acaba de perder. Entre ellos está su madre, sus hermanas, primos, tíos. Con calma, sin permitirse los llantos en los que algunos adultos se abandonaban incapaces de encontrar una salida a tanta destrucción y muerte, Fátima retoma el discurso que ha permitido a este pueblo resistir durante más de sesenta años y señala a Israel como su enemigo, al que seguirán combatiendo hasta la muerte. Impresiona la contundencia, la claridad con la que conviven con su destino, y la convicción de que algún día lograrán la victoria.

       Una vez superada la mezcla de rabia y angustia por no haber hecho bien el trabajo durante tantos días, por haber llegado tan tarde al lugar donde transcurría la noticia, aproveché para observar cada escena, cada mirada de los que se iban reencontrando tras el aislamiento de tres semanas de asedio. Habían sido aislados no sólo del mundo sino dentro de sus propios barrios, la mayoría no se atrevía a moverse del salón de sus casas donde toda la familia dormía, comía y pasaba las horas juntos, rezando para que no les tocara a ellos. Algunos aprovechaban la escasa electricidad para conectarse a internet y mandar información sobre lo que estaba ocurriendo, otros recargaban sus móviles y en breves conversaciones escupían todos los datos que habían podido recabar sobre ataques concretos y lanzaban desesperados llamamientos para que les ayudasen, para que alguien, Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea, el Cuarteto de Oriente Próximo (formado por EEUU, Rusia, UE y la ONU), los países árabes… alguien frenara aquella carnicería.

       Durante esos primeros días de paz relativa porque las ambulancias seguían recorriendo las calles de forma intermitente y los pescadores regresaban a la costa con las manos vacías porque la Marina israelí espantaba a los peces con bombas de disuasión, los gazíes se paseaban con sus móviles en la mano haciendo fotografías de los edificios destruidos, de los que rebuscaban entre los escombros sin importarles que las inestables estructuras de cemento se les cayesen encima. Eran los supervivientes, los que están escribiendo la historia contemporánea de los palestinos, a los que les está encomendado seguir luchando para que los que de forma brutal habían perdido la vida en los últimos días no sean olvidados tan pronto.

 

9 de agosto de 2009

Cuando vas cruzando el paso fronterizo de Erez, uno de los cinco que conectan la franja de Gaza con Israel, vas perdiendo el contacto humano. Las máquinas vigilan tus pasos, tu mirada, desde el exterior los arrogantes soldados israelíes lanzan berridos en hebreo, en un árabe de manual o en un inglés con acento estadounidense. Aprovechan la indefensión del que no quiere dejar de cruzar porque al poderoso militar se le antoje complicarlo todo. Por eso los ojos furtivos, las pequeñas sonrisas de complicidad, entre los que atraviesan el lugar son los únicos rasgos de humanidad que es posible descubrir entre tantos aparatos de seguridad, escaners, rejas y puertas giratorias.

       El kilómetro que separa el muro de hormigón de la frontera de la simbólica entrada a territorio palestino donde Hamás anota en un cuaderno el nombre, pasaporte, profesión, procedencia y motivo de la visita a la franja de Gaza, hay que recorrerlo a pie, sintiendo el sol mientras arrastras el equipaje por un camino de tierra medio destrozado por el paso del tiempo y de la gente. La vida en Gaza puede parecer irreal porque el que llega del exterior no es capaz de imaginar una salida a medio plazo del conflicto. En cambio, los protagonistas del castigo colectivo, del bloqueo al que les somete Israel desde hace más de tres años, viven cada día con una intensidad increíble.

Un palestino y su hijo entre los escrombros de la casa familiar/ Carla Fibla

 

 

       Aprenden, se organizan, llevan a cabo iniciativas limitadas a los kilómetros cuadrados en los que están encerrados, se informan, crean, intentan que no se olvide que existen y aprovechan cada resquicio de actualidad para recordar que el pueblo palestino acudió a las urnas en 2006, votó el cambio, dar una oportunidad a Hamás frente a la corrupción y el fracaso en las negociaciones de paz de Fatah, el partido del mítico Yaser Arafat, y nadie aceptó su elección. En un ejercicio de aberrante violación de las normas fundamentales de la democracia que Occidente pretende enseñar a los atrasados países del tercer Mundo, ha quedado patente que el nivel de conciencia y justicia es, en relación a Europa y Estados Unidos, muy superior en el inexistente estado palestino.

       Seis meses después de la ofensiva Plomo fundido los gazíes trabajaban a destajo para restablecer su normalidad contando con muy poco. Según datos de la ONU no llega al medio centenar los camiones con ayuda humanitaria que el Gobierno del conservador Benjamin Netanyahu ha permitido que accedan a la franja durante los últimos meses. Un dato que contrasta con las cifras oficiales hebreas en las que se asegura que “desde el fin de la ofensiva, el 18 de enero de 2009, han entrado en el territorio 668.393 toneladas de ayuda y más de 100 millones de litros de gasolina, a pesar de que los milicianos palestinos han seguido lanzando 125 cohetes y 70 morteros sobre el sur de Israel (durante 2008 se lanzaron 1.750 cohetes y 1.528 morteros)”. Las (IDF, en sus siglas en inglés) añaden que en los últimos doce meses se ha permitido salir y entrar en el territorio a 4.000 palestinos junto a 3.600 acompañantes para someterse a un tratamiento médico; y se han otorgado 18.500 permisos para viajar al extranjero a través de Israel. Los escombros han sido amontonados, en ocasiones en los límites del territorio mientras las escasas máquinas de las que dispone la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que en la franja de Gaza está liderada por Hamás, trabajan sin descanso en cada barrio para que los habitantes vayan reconstruyendo su presente.

       En marzo de 2009 se celebró una conferencia internacional de donantes en Sharm es Sheij (península egipcia del Sinaí) en la que los países que abandonaron a su suerte a los gazíes durante la ofensiva, tuvieron la oportunidad de lavar sus conciencias y recuperar cierto humanismo. El resultado fue el compromiso de aportar 4.800 millones de dólares para la reconstrucción del territorio. Una iniciativa de la que por el momento sólo se han beneficiado los palestinos de Cisjordania y el gobierno de Mahmud Abbas, que no sufrieron la ofensiva Plomo fundido, porque Israel no ha dado luz verde a la forma en la que se distribuirá el dinero en la franja de Gaza ni permite la entrada de material básico de construcción como cemento, cristales o ladrillos.

       La realidad es que nadie cuenta en la franja de Gaza con la supuesta ayuda internacional gubernamental porque ya han comprobado que la reconducción de sus vidas está por detrás del aislamiento y el intento de destrucción de Hamás.

 

27 de diciembre de 2009

Doce meses después, Gaza es recorrida por los reporteros que no pudieron hacerlo mientras se ejecutaba el ataque por tierra, mar y aire sobre uno de los territorios más poblados del mundo. Numerosos informes gubernamentales, internacionales e independientes documentan con detalle lo ocurrido durante la ofensiva, sus consecuencias y las expectativas de futuro.

       Entre los más interesantes figuran Fallando a Gaza: no hay reconstrucción, no hay recuperación, no hay excusas, realizado por 16 ONG internacionales, y el análisis del PCHR titulado , en el que no sólo resume el trabajo sobre el terreno, haciendo hablar y recogiendo testimonios en primera persona de las víctimas del conflicto, sino que se refiere a la política de cierre a la que se ha sometido al territorio desde 1991, agudizada a partir del 14 de junio de 2007 cuando Hamás expulsa a Fatah de la franja de Gaza. PCHR concluye que Israel viola los artículos 33, 55 y 56 de la Cuarta Declaración de la Convención de Ginebra sobre el derecho a la vida, a la salud, a la libertad de movimiento y a la dignidad humana.

       El 80% de la población sufre diferentes grados de pobreza mientra que el paro alcanza al 42% (en zonas como Jan Yunis supera el 55%). Además, la Oficina Central Palestina de Estadística (PCBS en sus siglas en inglés) asegura que desde enero de 2009 en el 33,7% de los hogares se consume alimentos de baja calidad y en más del 16% menos comida. Casi la mitad de las familias no pueden pagar las facturas, lo que ha provocado que se establezca un sistema para lograr comida mediante crédito, lo que ha potenciado la actual economía sin liquidez del territorio.

La población de ciudad de Gaza sale a la calle tras 23 días de ataque israelí/ Carla Fibla

 

 

       La imposible reparación del sistema de tuberías de agua y de la red eléctrica ha provocado que el 90% de la población sufra cortes de luz que se prolongan hasta 8 horas al día. Tampoco sirven los ensordecedores generadores porque la escasez de combustible les ha convertido en un artículo de lujo para muchas familias.

       La única vía de escape que le queda a la población es el contrabando de los túneles ubicados en el sur del territorio, en la frontera con Egipto. Una organizada hilera de plásticos blancos esconde a centenares de trabajadores que arriesgan su vida a diario para cargar con todo tipo de productos de primera necesidad, con animales y con algunos lujos como motos desmontadas que adquieren su forma original ya en suelo palestino. A través de los túneles se organizan también bodas entre familias separadas por una frontera cómplice del inhumano bloqueo económico israelí.

       Desde febrero a noviembre del año pasado 64 personas perdieron la vida en accidentes dentro de los túneles, la mayoría eran jóvenes de entre 15 y 25 años. Algunos túneles se derrumban, a veces el material que transportan provoca incendios o la policía egipcia introduce gas y sella la salida.

       Siguiendo su propia agenda política en diciembre de 2009 se supo que Egipto está además construyendo un nuevo muro para terminar con los túneles. Desde El Cairo se ha desmentido parte de la información y evitan pronunciarse sobre los detalles que aportan algunas ONG. Los habitantes de Rafah, donde el movimiento de camiones y material para construir una valla de separación de acero que se introduzca varios metros bajo tierra es constante. Están convencidos de que se está levantando el muro que terminará de asfixiarles

       Ni egipcios ni israelíes quieren volver a vivir situaciones de caos como el derrumbe de la valla en enero de 2007 que permitió a los gazíes abastecerse y visitar a familiares y conocidos durante varios días, hasta que el perímetro fue de nuevo reparado y se volvió al aislamiento.

 

Enero de 2010

A los problemas cotidianos de los gazíes se añade la pésima situación económica reconocida por la propia UNRWA, un organismo del que dependen 4,7 millones de palestinos y el 80% de la población de la franja de Gaza. La ONU estima que necesita 450 millones de euros para financiar los 256 proyectos de asistencia humanitaria durante 2010.

       John Ging, director de la UNRWA en la franja, aseguró hace unas semanas en una conversación telefónica que confían sobre todo en la solidaridad de los países árabes para que respondan ante la alerta lanzada. Ging considera fundamental que no se altere el sistema educativo alternativo implantado desde hace décadas en los territorios palestinos, que en la franja de Gaza afecta a casi 400.000 menores, para formar a una futura generación no tanto en el odio y la violencia como en la capacidad de negociación y reivindicación pacífica. Para seguir este trabajo apela a las conciencias de Occidente, las mismas que muestran su incomprensión y temen al radicalismo islamista.

       En esta primera semana de 2010 Israel ha permitido la exportación desde Gaza con destino a Europa de 30.000 flores y de la primera cosecha de fresas de la temporada por el paso fronterizo de Kerem Shalom, al sur del territorio. En el mismo lugar los camiones con ayuda humanitaria y gasolina esperan la luz verde para que accedan los entre 15 y 20 productos autorizados por Israel.

       Al margen de la actualidad, en la lucha diaria, miles de gazíes dejan de lado la apatía de los medios de comunicación que sólo les llaman cuando pasan por momentos extremos de sufrimiento, y aprenden a explotar su gran ventana con el exterior: Internet.

       Desde intelectuales a militantes de las campañas de boicoteo de productos israelíes como BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) lanzada en julio de 2005, con la intención de que Israel cumpla con la legalidad internacional; pasando por organizaciones no gubernamentales locales muy activas como el Foro de Juventud Sharek o por los bailarines de breakdance y los músicos de rap de Palestinian Union que consiguen que su arte traspase fronteras y muros a través de documentales como Checkpoint Rock. Canciones de Palestina de Fermín Muguruza; todos forman parte de una revolución que si gozase de un apoyo claro y constante del exterior lograría cambiar la realidad de los palestinos de la franja de Gaza en muy poco tiempo.

 


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