La entrada pautada para esta semana tendrá que esperar por unos días, pues este blog, como el resto del fútbol mundial, se ha visto estremecido por la trágica e inesperada muerte de uno de los más grandes jugadores en haber vestido la camiseta de Gales jamás: Gary Speed.
A los 42 años y apenas encaminando su perfil como entrenador, a partir de su asignación como seleccionador de su país hace menos que un año, con la cual reemplazaba a otra leyenda del país de los dragones, John Toshack, Speed apareció ahorcado en su casa el pasado domingo, 27 de noviembre. Las circunstancias no despiertan sospecha en la policía local, y el asunto se ha tratado como un suicidio. Y, aunque la mayoría de los suicidios resultan incomprensibles, este más, pues Speed gozaba, aparentemente, de una vida plena, en la que su entorno profesional lo adoraba, su actividad como entrenador empezaba a rendir frutos y su familia parecía estable. De hecho, el día anterior a su muerte, Speed había actuado como comentarista para la televisión inglesa y había asistido al encuentro entre el Manchester United y el Newcastle con su excompañero y amigo, Alan Shearer. Lo próximo que se supo de él es que ya no está.
Incomprensible. Inaudito. Brutal. al día siguiente, se evidenciaba el impacto de la noticia, no solo en las lágrimas que derramaba antes del enfrentamiento entre Swansea y Aston Villa el cancerbero de estos últimos, Shay Given, veterano de 35 años que compartió la camiseta del Newcastle, sino también en la atmósfera del estadio
del Swansea, primer equipo galés en jugar en la primera división inglesa en casi 30 años, donde la nota de esperanza y de optimismo que en los últimos meses ha rodeado al fútbol galés se vio completamente suprimida. Suprimido de la plantilla del Liverpool ese día estuvo también el galés Craig Bellamy, por decisión del entrenador de los rojos “King” Kenny Dalglish, quien por un día hizo, también, de padre.
La ocasión es propicia para recordar a dos combinados de los que formó parte Gary “Speedo” Speed. El primero de ellos, ese enigmático Newcastle United de finales de los ’90, finalista de la FA Cup en temporadas consecutivas y eterno pretendiente de pretemporada a un título que, en definitiva, siempre le fue elusivo. De hecho, cuando Speed se unió al Newcastle, el mejor momento del equipo, con Keegan al mando, ya había pasado. Keegan había conseguido el ascenso de los magpies a primera división en 1993 y en poco tiempo logró que su equipo se convirtiera en serio contendiente por el campeonato. Era el Newcastle de Ginola, de Faustino Asprilla, de Les Ferdinand y el trinitario, Shaka Hislop entre los palos. Tras varios años al mando del equipo, y el sub-campeonato de la liga en 1996, Keegan renunciaría a su posición en medio de la campaña 1996-97, siendo reemplazado por Kenny Dalglish.
Uno de los primeros movimientos de Dalglish sería contratar a Alan Shearer como reemplazo del colombiano. Contaba aquel Newcastle con un joven Given en portería, con Speed haciendo dupla en medio del campo con David Batty, y con Ferdinand y Shearer haciendo los goles. Tras una larga espera, el Newcastle finalmente volvía a llegar a una final de copa inglesa en 1998, aunque habrían de toparse con el famoso Arsenal de Wenger, ganador de copa y liga aquella temporada, de la mano de Overmaars, Petit, Vieira y un jovencísimo Anelka.
Speedo participaría también en la próxima final de la FA Cup, también con el Newcastle, ahora al mando de Ruud Gullit, quien reemplazaría a Dalglish, a quien la mediocre posición de su equipo en la temporada 97-98 tras dos subcampeonatos consecutivos le costaría su posición. Los blanquinegros aún tenían un equipazo, al que se habían incorporado Didi Hamman y Nolberto Solano en mediocampo, con el alemán haciendo dupla con Speed. Pero la mala suerte se había encariñado con los del noreste inglés, y en aquella final los acompañó esta vez el Manchester United de Scholes y Beckham, de Giggs, de Roy Keane y Andy Cole, llegado del propio Newcastle apenas hacía un par de años. El United se llevaría liga y copa una vez más aquella temporada, mientras el Newcastle seguía a la espera de un título.
Otro decepcionante final de temporada llevó al desencuentro de Gullit con los dirigentes del club y la llegada de Bobby Robson al Newcastle, para forjar un nuevo mito en el fútbol inglés. Los giordie tampoco ganarían ningún título con Robson, pero cementarían su posición como pretendientes de la corona – y Speed era instrumental en esa pretensión.
Rápido, disciplinado, con una envidiable preparación física y una actitud ejemplar, Gary Speed se haría famoso en aquel exitoso Leeds United que inclusive llegaría a ganar una liga, en 1992. Sería aquel, el equipo que sentaría las bases para el efímero, y en última instancia catastrófico, período de éxito que experimentaría el equipo blanco hacia finales de los 90. De la mano de Howard Wilkinson, el Leeds conseguiría el ascenso en 1990, y acabaría temporadas ejemplares en ’91 y 92, colocándose de cuarto y primero en la liga respectivamente. Aquel once ganador del ’92 contaba con Speed, jugando por el lateral izquierdo, con Gary McAllister y Gordon Strachan, la dupla escocesa, con David Batty, con el que Speed se reencontraría en Newcastle, por el medio, y con Eric Cantona, quien jugaría la segunda mitad de la temporada con el Leeds, antes de completar su traspaso al Manchester United.
Howard Wilkinson estabilizaría al Leeds, tras una temporada catastrófica en el ’93, convirtiéndolo en uno de los equipos sólidos de la liga. Pero las ambiciones del club eran mayores, y, tras una mala temporada en 1996, la administración reemplazó a Wilkinson con George Graham. Parte de los cambios que llevarían a dos campañas de decepción total en Elland Road fueron los traspasos de Speed al Everton y de McAllister al Coventry City, donde se reencontraría con Strachan, quien había sido vendido a ese club el año anterior. El naufragio del Leeds había comenzado, aunque un tal David O’Leary habría de llevarlos a su máximo esplendor, disputando la semi final de la Champions League en 2001, antes de su descalabro total, que lo llevaría a la tercera división en poco tiempo.
Para entonces Speed ya estaba en el Newcastle de Robson, irónicamente el equipo que ocuparía el cuarto lugar de la liga durante aquella campaña de 2001, privando al Leeds de las entradas por disputar Champions League y dejando al descubierto la irresponsabilidad de su estrategia económica.
La historia del Leeds es triste, pero mucho más lo es la de Gary Speed, un ejemplo del triunfo de la constancia y la dedicación en el fútbol moderno. Su partida, por las circunstancias, siempre iba a ser traumática – sobre todo por lo inesperado. Viene a la mente el recuerdo del suicidio de Robert Enke hace un par de años. El portero del Hanover, se supo más tarde, presentaba un cuadro clínico depresivo y con historia. De Speed, seguramente, se conocerán datos que hasta ahora habían pasado desapercibidos y, posiblemente, se llegue a una explicación coherente. Para el mito del fútbol, eso será irrelevante. En el mundo de voces y leyendas del balompié, Speed ocupa su lugar desde hace tiempo. Allí será donde siempre lo encontraremos. Así que, por lo pronto, hasta luego, Gary.