Dudé si quedarme a ver la despedida. Estaba cansado y un poco triste viendo como otro referente de mi vida se marchaba. En el caso de él, afortunadamente, se trataba de una retirada profesional a diferencia de los otros históricos y menos históricos que en este tórrido verano emprendieron el camino de la montaña oscura sin siquiera avisarme. Me hicieron daño involuntariamente, pero me causaron igual dolor como el que me causó lo de anoche en Londres cuando Federer nos anunció a sus miles de seguidores que no era un día para estar triste, sino para sentirse feliz rodeado de tantos familiares, amigos, conocidos y público que ha amado su tenis, su elegancia en sus golpes y sobre todo su educación en la pista respetando siempre al rival.
Fue en ese momento cuando interactúe con él y le comenté desde mi poltrona en mi ciudad accidental con el mar oscuro como único testigo: “Te equivocas. Esta noche es triste y plena de emociones para ti y para todos los que te hemos admirado, envidiado y aprendido de tu compostura y saber estar”. No pasaron ni diez segundos cuando al responder a la primera pregunta del otrora número uno, el estadounidense Jim Courier, en el papel de entrevistador oficial, estalló en lágrimas. No sé si de alegría, de pena o de rabia por aceptar que también la vida de un deportista tiene un final. Let´s go Roger, let´s go, estallaba el público que abarrotaba el graderío del pabellón londinense de O2, ese recinto donde tantas otras veces fue escenario de sus triunfos como en Wimbledon, Nueva York, Melbourne y, sí, también en París y tantas otras ciudades. No me acuerdo ahora de su palmarés, para eso están las crónicas periodísticas o la auxiliada wikipedia.
Puesto que la noche venía melancólica, recordé en ese momento aquel Australia Open que su amigo y gran rival, Rafael Nadal Parera, le ganó muy justamente, dicho sea de paso, porque ese día jugó mejor tenis que él. “Esto me está matando”, confesó en la ceremonia de entrega de trofeos bañado en lágrimas. Rafa, en uno de esos gestos nobles tan suyos, abrazó al suizo ante los aplausos del público. Motivos tenía Federer para confesar su desesperación porque el número dos se había convertido en su bestia negra y el freno de no pocos de sus duelos importantes y en particular Roland Garros, donde el tenista español comenzaba a ser dueño absoluto de la Copa de los Mosqueteros.
La de anoche era noche de lágrimas que debo reconocer me impactaron. Al fin y al cabo llorar no es motivo de vergüenza. Al contrario, es un acto liberatorio de las emociones controladas. Observar a Rafa sollozando igual que al gran tenista suizo decía mucho de ambos: rivales en pista, amigos de verdad fuera de ella. Para mí era el ensalzamiento de la amistad por encima de todo. Había decidido Roger que Rafa formara su pareja de dobles en la Laver Cup tras anunciar que ése sería su último partido antes de retirarse del circuito profesional. En realidad, llevaba alejado de la competición más de un año y medio por una molesta lesión de rodilla que requirió su paso por el quirófano.
Cerca de Federer estaban los otros componentes del equipo de Europa: Djokovic, Tsitsipás, Ruud, Berretini, Murray…el siempre gélido Borg, elegido como entrenador del grupo. Le abrazaban, le palmoteaban, le decían palabras de felicitación, mostraban sonrisas más o menos auténticas. Eso: más o menos. Pero para mí el verdadero drama estaba en Rafa, abatido en una silla, primero haciendo pucheros y luego llorando abiertamente. Supuse que la retirada de su gran rival pero también de su gran amigo le estaba causando una tristeza inmensa, una orfandad y un gran vacío al margen de que pensara que fuese a ser el preámbulo de su despedida, cada vez más próxima.
Nada iba a ser igual a partir de esa noche. Ni para Federer, ni para Nadal, ni para el resto del circuito ni tampoco para quienes amamos ese deporte y disfrutamos cuando la victoria o la derrota se dirimen desde el respeto al oponente. No recuerdo en la historia del tenis jugadores que hayan llegado a la cúspide, que hayan rivalizado y luchado tanto por los títulos más importantes y que pese a todo hayan labrado una gran amistad entre sí. Roger fue el primero en felicitar a Rafa cuando éste conquistaba el Open de Australia el pasado enero pese a que con esa victoria rompía el triple empate de majors que mantenían con el tercero en discordia, Novak Djokovic. Y lo volvió a hacer cuando este junio ganó de nuevo por decimocuarta vez en Roland Garros. La historia del tenis está llena de casos de enemistades, que es verdad que con los años se suavizan y se desvanecen cuando llega la retirada: John McEnroe con Björn Borg, André Agassi frente a Pete Sampras…
Tengo amnesia sobre la primera etapa de RF. No sé dónde estaba ni si seguía muy de cerca sus éxitos. Mis amistades me describen un Federer protestón, que incluso en alguna ocasión rompía la raqueta en un acto de rabia. En fin, como el temperamental McEnroe cuando le gritaba al juez árbitro ante la impavidez de Borg. Anoche el genial Mac estaba también en el gran espectáculo londinense como entrenador del equipo de América y abrazaba una y otra vez al suizo. Me resulta difícil de entender sobre todo cuando tengo la memoria más fresca de su segundo periodo. Ese tenista elegante en su atuendo y con el que disfrutabas con sus saques, sus drives, su revés a una mano o sus subidas a red. Yo quería que siempre venciera…excepto cuando su rival era Nadal. Pero incluso en ese lance me apenaba verlo derrotado, sobre todo cuando se trataba de Roland Garros y su hoy amigo le recordaba deportivamente con su juego que ese torneo era exclusivamente suyo. En la transformación de su comportamiento en la pista parece que tuvo gran influencia su esposa, Mirka, ex tenista eslovaca de la que se enamoró durante los Juegos Olímpicos de Sidney en 2000 y con la que tiene cuatro hijos gemelos, dos varones y dos féminas. El sábado tuvo también palabras de agradecimiento para Mirka y no faltaron tampoco las lágrimas y los abrazos entre ambos.
Happy end entonces, pero lo cierto y verdad es que yo me he quedado sin otro referente de vida y ya son muchos los que voy perdiendo por el camino como si el bolsillo del pantalón estuviera roto y ya no pudiera remendarlo. Cuando le llegue el turno de adiós a Rafa me encargaré de desconectar internet y aislarme por completo durante un tiempo por consejo médico.