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Mientras tanto¡Hay ocho Dalton en esta calle!

¡Hay ocho Dalton en esta calle!


 

Alberto Garzón, que es un joven líder político de futuro si se va a suponer que el futuro existe para Izquierda Unida (son muchos cuarenta años sin futuro, cuarenta años con el God Save the Queen de los Sex Pistols en la cabeza, aunque se es optimista observando a Llamazares), habla de represión y de falta de argumentos a propósito de la nueva Ley de Seguridad Ciudadana como un tenor acompañado de la orquesta de cacerolas (no especialmente físicas sino más bien sólo instrumentales) de sus seguidores, mientras otros dirigen el ruido con sus batutas.

 

A uno en su casa, por ejemplo ahora que escribe, no le oye nadie en ninguna parte, que es justo lo contrario a lo que le pasa a la vecina de al lado que ha puesto a Michael Bolton a todo trapo. Cualquiera diría que a uno le encanta Michael Bolton (sobre todo mientras trata de escribir) por su silencio otorgante. Pero lo cierto es que le molesta, aunque mucho menos que a algunos, indignadísimos porque ya no van a poder, entre otras cosas, escalar edificios.

 

Dicen que España entera está en contra de la Ley (Mordaza la llaman, como si verdaderamente aquí estuvieran, o fueran a estar, pisoteados los Derechos Humanos, ¡ay, esa terminología transversal!), pero estos mismos nada dirían de que uno mismo está en contra de Michael Bolton y de su vecina ya que por extensión, y por el ruido, le chifla este tenore, como le llamaba Pavarotti oyéndole entonar el Ridi Pagliaccio.

 

Las mayorías silenciosas (no se ha contado al vecino del otro lado, ni al de arriba, ni al de abajo) otorgan ante la Ley como ante el cantante de New Haven, o mejor ante su escandalosa vecina, que triunfa con el volumen de su reproductor pasado de vueltas. Esto quizá sea la adecuada ausencia de represión y los argumentos que echa en falta Garzón.

 

Y por si no fueran suficientes los decibelios está el gesto, la representación por la cual Izquierda Unida en el Congreso son los Dalton en aquel cuento del indulto cuando cuatro individuos de su misma complexión se hacen pasar por ellos cometiendo atracos con un traje de rayas y un pañuelo en el rostro. Hay una viñeta en la que se ve a los cuatro hermanos verdaderos y a los cuatro farsantes enfrentados en duelo en medio de la calle, mientras Ran Tan Plan, que es el pueblo, alucina, y alguien desde el saloon grita: “¡Hay ocho Dalton en esta calle!”.

 

No es razonable que haya ocho Dalton en ninguna calle como tampoco que una Ley tenga que ser en su totalidad una bendición o una aberración (la vecina de uno tampoco es una fascista aunque a estas alturas se tenga la tentación de espetárselo), lo mismo que Michael Bolton no le tiene por qué gustar a todo el vecindario. Puede que se pudiera haber llegado a un acuerdo en algunos puntos si estos fueran el verdadero motivo del follón, véase la hora o el volumen, todo lo cual indica que no lo son.

 

Después de cuarenta años sin futuro a uno no le extraña que se salga con estas cosas, donde el violento se revuelca gozoso como el elefante en el fango, apoyando todo el peso en las leyendas. Los nostálgicos sacando a pasear reliquias como Franco o el Ché, igualando por donde interesa a capricho. Y no sabe por qué pero se les entiende. Si uno toda su vida hubiera estado escuchando dentro de su cabeza: “…ningún futuro para ti, ningún futuro para mí, ningún futuro, ningún futuro para ti…” taladrándole el cerebro la voz infernal de Johnny Rotten, puede que ahora se estuviese dejando crecer la coleta.

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