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Hay temas desagradables

Hay temas desagradables de los que sólo se suele hablar en ocasiones

puntuales y siempre en el plano teórico. Son temas de los que se opina

acaloradamente en abstracto, pero que enmudecen en el conflicto concreto

y real que plantean para la sociedad en general y, sobre todo, para cada

persona en particular.

 

La interrupción voluntaria del embarazo es uno de ellos.

 

La conquista histórica del derecho de la mujer a decidir si quiere o no

estar embarazada y poder interrumpir su embarazo, fue precedida de miles

de mujeres que arriesgaron y se dejaron la vida en una decisión que

creyeron coherente con su sentido de la libertad y la responsabilidad.

Porque sin la una no puede existir la otra.

 

¿Por qué cada vez que se toca la Ley del Aborto, sólo parecen

movilizarse los grupos en contra, y además de forma espectacularmente

combativa, y no los que están a favor?

 

En primer lugar, porque nadie, ni personas, ni gobiernos, ni leyes,

están «a favor del aborto», como claman estos grupos. El aborto es un mal

menor, un mal necesario inherente a la consideración de las mujeres como

seres humanos y no meras máquinas biológicas de procreación. Se está a

favor de reconocer  política, jurídica y socialmente, la necesidad de

regular la situación, desde siglos invariable, de que las mujeres sufren

embarazos no deseados, y que como seres humanos racionales, responsables

y libres no pueden ser obligadas a llevarlos a término, ni mucho menos 

a ser madres contra su voluntad. La forma de manejar ésto jurídica y

éticamente como sociedad require madurez y un debate separado de

dogmatismos religiosos.

 

En segundo lugar, porque en España se puede abortar con relativa

facilidad gracias a la hipocresía social y cobardía política que había

detrás de una ley que calificaba el aborto como un delito exceptuando

tres supuestos; así, a través de uno de ellos, en concreto el de

«peligro para la salud de la madre», toda mujer «en apuros», podía

interrumpir su embarazo de forma discreta y previo pago, claro está.
 

Si se puede abortar, aunque sea pagando y amenazando locura, ¿por qué me

voy a manifestar sobre un tema tan desagradable que causa tanto

conflicto jurídico, político y moral?

 

Por dignidad. Por dignidad como sociedad civilizada que debe llegar a

pactos que faciliten la convivencia y nos hagan progresar éticamente.

Ello supone tomar decisiones que solucionen problemas concretos y no

dejen que se resuelvan de forma más o menos precaria según los recursos

mentales y materiales de las personas que las enfrenten. Y por dignidad

como personas libres y responsables que creemos firmemente  en el

derecho a la vida de la mujer que decide interrumpir su embarazo, y en

el de decidir desde su autonomía de la voluntad cuando quiere ser madre.

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