Caminaba por la playa el otro día, a una hora ya intempestiva, con el sol sobre mi cabeza, cuando vi a una mujer con bikini. Fue como toparme con una cabina de teléfonos. Me detuve, incrédulo y soliviantado, e hice como que buscaba a alguien entre la multitud. Me lamenté de no llevar encima el teléfono para dejar constancia de mi hallazgo. Pensé que nunca nadie me creería. Era una mujer con bikini. Una mujer de unos cuarenta y cinco años con un bikini negro. De pelo castaño y rizado, bronceada. Con las dos piezas del bikini sobre el cuerpo. Primero me pareció verla recostada sobre su toalla, y luego se levantó para contemplar el mar. Alguien la habló y se dio la vuelta, y entonces pude comprobar en su espalda el perfecto cierre de la parte de arriba de su bikini. Confieso que tuve que restregarme los ojos. Confiaba más en los efectos de la reverberación que en mi propia visión. Pero no había duda: era una mujer con un bikini. Un bikini negro con su parte de arriba y su parte de abajo. Cuando pude serenarme un poco, comprobé, además, que la parte de abajo dejaba la parte cubierta a la imaginación. Tuve que meterme en el agua para combatir el sobrecalentamiento. Aquello era como descubrir el celacanto. Miré a mi alrededor y nadie más que yo parecía percatarse del encuentro. No supe qué hacer. Quise llamar a las autoridades locales, al ejército. A un notario. A la televisión. Había una mujer con bikini en la playa. Luego me arrepentí de mis pensamientos histéricos. Pensé que aquella invención debía ser preservada. Me sentí un poco Indiana Jones, cuya misión en este caso era no llamar la atención sobre la antigüedad. Dejarla allí, libre, única, en medio de la apoteosis de los pechos y de las nalgas. Esa misma mañana, cuando tuve que sortear a toda una población (de pechos y de nalgas) para llegar a la orilla, tuve la sensación de estar atravesando una manada de pingüinos o de morsas o de focas. El pecho y la nalga multiplicado me produjeron esa sensación tan aventurera. Pensé en los documentales de National Geographic. Me acordé de David Attenborough y lo vi ahí en medio, bajo el sol, explicándome las diferentes tipologías mamarias y las distintas clasificaciones de nalgas con su uniforme de explorador africano. Pero sobre todo pensé en David Attenborough completamente excitado al descubrir a esa mujer con bikini en medio de esa costa de glándulas expuestas. Sir David Attenborough haría una serie de capítulos especiales de la mujer con bikini. Recuerdo que unos días antes me pareció ver a otra mujer con bañador, con un bañador completo. Pero debió de ser un espejismo. Me pareció verla y la busqué instantes después con la mirada, ávidamente, pero sólo pude encontrar el habitual paisaje de pechos y de nalgas de todas las edades, formas, tamaños y colores. Yo quería contar aquí que he visto en la playa a una mujer cubriendo su cuerpo con un bikini, pero entiendo que ustedes no me crean como puede que tampoco crean que exista el Yeti. Puede que incluso no crean que exista el bikini.