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He vuelto a esta pluviosa ciudad

 

Me refiero a Malabo, y que os conste que cuando digo ciudad es porque el que esto escribe y el gremio al que pertenece somos generosos en demasía. De hecho, Malabo, más que ciudad, es un lugar con casas y en los que hay muchos ministros.

 

He llegado a Malabo en avión, y tras atravesar dos escáneres, o como quiera que fueran estos pasadizos metálicos que hay delante de unos señores uniformados. O sea, que Malabo debe de ser más importante que París, porque para entrar en ella debes dejar Dios sabe qué, ser atravesado por rayos desconocidos. Y es que, como toda dictadura que se precie, no se fía de los controles que sí se realizan en el extranjero, y antes de poner pie en la primera carretera asfaltada de la no-república, tienes que pasarte por la radiografía. Es decir, ríete, lector, de lo que hacen en el aeropuerto de La Guardia, en NY. O en el mismo JFK.


Pues llegué, hice las tontas formalidades y tomé un taxi a Malabo II, el sueño de Obiang Nguema. Pasó que el taxista debió intuir que yo era en extremo crítico con el desarrollo nacional y me quiso mostrarlo, cerrarme las bocas de una puñetera vez. Y allá fuimos, y yendo más lento de lo normal, claro, para que vea el desarrollo y no deje nada sin aprehender. Esto sí, no vi cuerpo humano en todo el trayecto, o sea, es una zona para mostrar.

 

Fui a casa, y como pasa con el país de los pobres mentales, dejas dicho una cosa y no se da importancia. Entonces ahí me quedé limpiando el polvo que han entrando mientras estuve comiendo patatas en Spain. Sí, sé que muchos guineanos, conocidos internacionalmente como pobres mentales, dicen que los que escriben desde España no hacen más que rlc y comer patatas, dos actividades que significan no pegar palo.

 

Llegué a Malabo, e hice lo que ya dije, y durante las horas que sobró de la noche, y sí pegué ojo. Y gracias a esta pluviosidad. Las temperaturas son suaves, o lo eran, y porque había estado lloviznando horas antes. Al día siguiente, hoy, sigo en lo que inicié anoche y nos visitó la lluvia. Es finita, pegajosa y sin pegada, hay que decirlo. Pero su persistencia viene de perlas a los pobres mentales, y a un servidor, porque lluvia significa agua, y allá que puse los cubos para acopiar el agua del cielo abierto,  ayudar a limpiar el polvo entrado por nuestra insensatez de no tener criados diligentes que lo tengan todo en orden. Es que esto de que seamos pobres mentales habiendo dado la vuelta al mundo tiene mucho que decir. Y dar la vuelta al mundo no viendo la tele, sino presentando un trabajo crítico contra las cosas mal hechas de un lugar que, lo sabe David Cameron, puede ser infinitas veces mejor. O sea, mejor que Polonia, y mal le pese al que allí dirige los asuntos públicos.

 

Cuando llueve en Malabo se duerme bien, y no esta tontería de que por vivir con pobres mentales tengas que estar toda la noche soplando un folio plastificado para enfriarte, aliviarte del calor. Cuando el general-presidente-dictador decía que los guineanos que vivían esclavizados por la pobreza eran unos pobres mentales, fue que no encontró la palabra adecuada. Lo que quiso usar para responder a un foráneo que lo entrevistaba era pordiosero. Sí, que sobreviven gracias a Dios. He llegado hace horas, y está bien que me lo tome con la calma con que se la toma el resto de los habitantes. Cogen agua de la lluvia, hacen lo uno, hacen lo otro, y se van a dormir. He dicho bien, nadie vaya a creer que todos hacemos exactamente lo mismo.

 

Cuando se seque la calle, saldré a ella y me enteraré de lo que no he visto por regresar a casa por un camino vacío de un alma. Sé que hay muchos guineanos que están temblando, porque saben que estoy en un tris de ser metido en un ataúd chino por mi bagaje ciudadano. De hecho, en las pocas horas que estoy, ya me llegaron las nuevas de este espanto. Bien, estamos llegando al punto en que podemos decir que el general tiene razón. O no, no la tiene, sino que los pobres mentales tienen que hacerse oír de una vez por todas.

 

Malabo, 2 de julio de 2013

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