La fábula es de sobra conocida. El alcalde de Hamelín contrata al flautista para que les libere de una plaga de ratas. El flautista lo hace. El alcalde no paga lo acordado y éste se deshace también de los niños de la ciudad. ¿Cuándo vino el flautista a nuestras casas? ¿Por qué no se le pagó lo acordado? ¿Dónde están nuestros niños? Sólo su desaparición explica la falta de debate público sobre la conciliación y el cuidado. Se propone una “nueva normalidad” que contemple menos horas en el centro educativo, pero no se escuchan las voces oficiales que aclaren cómo las madres y padres (tele)trabajadores van a poder hacerse cargo de sus hijos.
¿Quién ha secuestrado a los hijos de la clase política? ¿Cómo es posible que no se debata el cambio de la jornada laboral antes que la modificación de la jornada lectiva? ¿Quién protege a las madres y padres que se quedan atrás en su trabajo para poder cuidar al futuro de toda la sociedad? ¿Cuándo empezamos a vivir en un cuento de hadas?
En plena batalla por conseguir la paridad, sin abuelas ni abuelos que suplan al Estado, no ha habido más remedio que llamar al flautista. No para que nos libere del coronavirus; el flautista es músico, no mago. Queremos que el flautista se lleve de una vez por todas a esas niñas y niños pesados, demandantes, necesitados. A una progenie inoportuna que no tiene con quien quedarse cuando nos llaman al puesto de trabajo, que interrumpe mientras producimos telemáticamente para sostener la maltrecha economía. Enchúfale la tablet, ponle los dibujos, que coma lo que quiera… cualquier cosa, pero que no molesten. Los adultos tenemos cosas mucho más serias de las que ocuparnos. Si las pantallas les dañan el cerebro, no importa; si el azúcar les vuelve diabéticos, qué le vamos a hacer; si nadie se plantea cómo van a aprender a socializar los más pequeños, qué más da. Hay otras prioridades.
Nuestras y nuestros políticos se están ocupando de que podamos tomarnos cañas y recortarnos las barbas. Están pensando en el futuro, al menos el de los próximos años. Nos liberan de las trabas de protección medioambiental y se transforman las leyes del suelo para reactivar la economía. Sin niños, ni niñas, ¿qué sentido tiene la ecología? ¿Acaso no eran los más pequeños quienes lideraban las protestas para forzar medidas políticas contra el cambio climático? ¿Quién se acuerda de Greta Thunberg? El medio ambiente, como el cuidado, pertenece al mundo infantil, a lo pequeño, a lo débil, a lo no prioritario. El hecho de que la actual pandemia sea consecuencia directa de esta mentalidad arrolladora es algo que todavía no está suficientemente probado.
Hay muchas cosas que aprender de esta situación. Veamos el vaso medio lleno, saquemos provecho de esta situación. El flautista ha llegado en el momento más oportuno. Con los ancianos encerrados y los niños desaparecidos, solo quedan los más fuertes, los que están libres de cuidados y pueden vivir en Hamelín. ¿Cuándo se vio a Hércules cuidando de sus hijos? La fama del héroe empieza cuando les mata (y de paso también se lleva por delante a su mujer y los sobrinos). Los doce trabajos de Hércules comienzan tras el infanticidio. Es el momento de dejar huella, de los héroes individuales. Al menos hasta que los olvidados (las olvidadas, mayoritariamente) revienten; hasta que una nueva estadística del INE nos recuerde que la natalidad de España continúa su descenso en picado que ni siquiera la inmigración mejora; hasta que no haya forma de sostener ni el Estado de Bienestar, ni el sistema de pensiones; hasta que en la “nueva normalidad” nos hayamos olvidado del COVID-19, porque estemos inmersos en una nueva mutación que termine en veintidós, veinticinco o treinta.
Hasta entonces, sigamos como siempre. Héroes del mundo, vivamos juntos en la ficción de Hamelín, para que en la “nueva normalidad” no cambie nada.