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Mientras tantoHéroes y villanos

Héroes y villanos

De libros raros, perdidos y olvidados   el blog de Carlos G. Santa Cecilia

 

Me gusta revolver libros viejos, no con el afán del coleccionista sino con la futilidad del que, paseando por el campo, encuentra un Boletus edulis. En la pasada Feria del Libro Antiguo y de Ocasión del Paseo de Recoletos me topé con un título del que había oído hablar a un amigo de Nueva York, Pepe Nieto, veterano luchador antifranquista al que ya me he referido en este blog. Costaba sólo seis euros y noté que contenía, entre las páginas, unas fotografías y tarjetas sueltas, por lo que alargué enseguida –y sin soltar el libro– el importe al librero.

 

Era la primera edición de Los años rojos. Españoles en los campos nazis, de Mariano Constante (Martínez Roca, 1974), que narra la peripecia de un republicano español que después de sufrir mil infortunios en la guerra, fue deportado al campo de concentración de Mauthausen, del que sobrevivió para contarlo (en este libro). Se instaló en Francia, y vivió hasta su fallecimiento (2010) en Montepellier, concretamente –según el tarjetón que encontré dentro– en el 66 de la rue Pierre d’Auvergne, pav. 110. No es un libro que no haya circulado, cuenta con tres ediciones en los años setenta, una en 1984 y otra en 2000. Sin duda tuvo un renacer cuando, en 2004 y 2005, lo reeditó el Círculo de Lectores con un prólogo de Antonio Muñoz Molina.

 

Mariano Constante es la faz del envés que constituye Enric Marco, el personaje protagonista de un libro de éxito (El impostor, de Javier Cercas, Literatura Random House, 2014), que se hizo pasar por víctima de los nazis en un campo de concentración sin serlo hasta que fue desenmascarado en 2005. Sebastiaan Faber ha diseccionado con enorme pericia en fronterad la “novela sin ficción” de Cercas, sobre todo en cuanto al vuelo moral de un relato por lo demás ameno, bien construido y que contiene una minuciosa investigación de los hechos. Otra cosa es que atendamos la sugerente invitación que, desde la primera página, nos propone el autor como el charlatán de feria a la puerta de su barraca. A la salida parece que sientes en el cogote su sonrisa algo malévola: le he mantenido a usted en tensión, he reflexionado sobre la transición española, sobre la memoria histórica y sobre la condición humana usando como artificio a un villano –vulgar, por todo lo demás– que engañó al Parlamento español y se erigió en portavoz de las víctimas de los nazis. No me parece mal, así es la literatura, pero lo paradójico es que el villano deviene en héroe.

 

“Un héroe joven”, titula Muñoz Molina su prólogo al libro de Constante. Si alguna fuerza tiene Los años rojos es la naturalidad de su escritura, sin más hazañas que la supervivencia, sin ardid alguno. No le hace falta, arrastra la resignación al destino del Lazarillo. Vivió el desconcierto del estallido de la Guerra Civil cuando acaba de cumplir 16 años, los peligros de la guerra, la impiedad de los campos de concentración franceses (tan crueles para él como los nazis) y la desesperanza de Mauthausen. Su fotografía cuando ingresó en el campo, con el pijama de rayas, está reproducida en el libro, pero también recortada e inserta en el ejemplar que adquirí en la Feria. “Los años de tránsito de la adolescencia a la juventud, de la entrada efectiva en el mundo, para él fueron años de guerra, de cautiverio, de sufrimiento y heroísmo”, escribe Muñoz Molina.

 

Vivimos tiempos en los que se erigen y se derriban héroes con facilidad. No me parece que lo sea Constante, al menos a tenor de su biografía, sino un joven que contaba con la complexión y resistencia necesarias para soportar las penurias y sobrevivir. Su relato tiene una fuerza conmovedora si entendemos que es lo que nos hubiera pasada a cualquiera de nosotros, siempre que hubiéramos contado con las condiciones físicas adecuadas. Un héroe es aquel que quebranta lo establecido, la norma, para servir a un fin superior o que cree superior. Escuché en TVE a Adolfo Suárez Illana, entrevistado por Bertín Osborne, contar que cuando era niño su padre le llamó a su despacho en La Moncloa y le dijo, solemne, que si alguna vez le cogían era mejor que no fuese vivo porque no podría hacer nada por él. ¿Es el gesto de un héroe o de un villano?

 

¿Quién está en condiciones de asegurar que en unos años la efigie de Artur Mas no estará presidiendo una plaza de Barcelona? Qué insistencia en convertir a nuestros políticos en héroes o en villanos. Un rasgo de cansancio, una frase trabucada, un gesto indiscreto pueden descalificar a un líder –lo que sería asumible en términos de valoración personal–, pero arrastrar también sus iniciativas políticas. Reflexionaba hace unas semanas Maite Larrauri en su blog de fronterad sobre la diferencia entre la moral y la política a propósito de las próximas elecciones: “Queremos saber si son buenos políticos, pero los juzgamos con arreglo a virtudes morales”. Da igual que haya o no pagado en negro en una ocasión hace años, lo importante es valorar las reformas que quiere emprender, sus planteamientos para mejorar nuestra sociedad. Escribe Larrauiri: “La moral, nos dice Maquiavelo, habla del bien y del mal, de la felicidad, de las virtudes y de los vicios. La política en cambio habla de la vida compartida, de las reglas de convivencia, de las iniciativas públicas, de la construcción de las comunidades. Las virtudes del ser humano moral no pueden ser las mismas que las del humano político”.

 

“Tenía miedo de caer en manos de los alemanes”, escribe Constante cuando tiene la certidumbre de que la guerra mundial está perdida, “pero aquella noche casi me parecía un alivio la idea de ser hecho prisionero, y poner punto final a nuestro sufrimiento”. En otro pasaje narra un episodio en el que los republicanos españoles se niegan a entregar sus armas a los franceses y apunta una reflexión que da sentido a su libro: “Tales fueron los hechos que seguramente ningún historiador contará”.

 

(El ejemplar que compré está firmado y dedicado por el autor a Josep Carles Clemente, “escritor, periodista y carlista revolucionario”, y fechado en Barcelona el 19 de noviembre de 1974, año de publicación de la primera edición. Es probable que Clemente fuera el autor de la foto de Mariano Constante que encontré en su interior, fechada en su reverso también en 1974. La dejo aquí por si es de interés para alguien y para mostrar el aspecto que tenía cuando publicó su libro este testigo, a su pesar, de las cruentas guerras del siglo pasado).

 

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