Hiba Schahbaz fue mi alumna en Pratt, donde se graduó con un máster en Bellas Artes en 2012. Cuando terminó sus estudios, la miniaturista paquistaní se instaló en Brooklyn. Luego de mudarse varias veces, ahora vive en Williamsburg. Su estudio, que comparte con otros dos artistas plásticos, se encuentra en un edificio cerca de la parada Morgan de la ruta L. En él continúa desarrollando su extraordinaria afición por el arte miniaturista revitalizado, con dimensiones cada vez mayores a medida que se va alejando de su formación tradicional de la Universidad Nacional de Arte de Karachi, donde se especializó en pintura miniaturista. Durante mi primera visita a su estudio de Pratt el control y la técnica de sus pequeñas piezas me impresionaron profundamente. Hallé que su contenido era a la vez lírico y perturbador –las frecuentes implicaciones macabras de sus imágenes se me quedaron grabadas, como le sucede a muchos de sus espectadores–. Había una pieza que recuerdo claramente: Autorretrato en jaula (2011), que muestra la cabeza de Hiba en una jaula de pájaro que está en una terraza exterior con toldo, mientras una bandada de aves se agrupa encima del tope de la jaula, inundando una escena que manifiesta un pathos inexplicable.
Ya hace bastante tiempo que Hiba es la protagonista de retratos que muestran las complejas mitologías de una musulmana surasiática en el entorno liberal estadounidense. Esta talentosa artista plástica, educada en una escuela privada británica de Karachi durante su niñez, trata de dilucidar su tradición pictórica en Nueva York, donde las particularidades de su arte son poco conocidas y despiertan apenas un interés superficial. Con frecuencia se presenta como la principal figura de sus pinturas, probablemente para compensar las presiones y la influencia del arte contemporáneo estadounidense. No siempre se representa en desnudos, pero sí en muchas ocasiones, aunque éstos son relativamente moderados para los patrones occidentales. Con frecuencia está recostada o de pie, como figura única o a veces repetida, permitiendo al observador ver su cuerpo en todo su alcance. Sin embardo, el aura de las imágenes es seria, incluso severa. A la vez, su trabajo tiene una relevancia más abarcadora: Hiba proviene de la cultura musulmana del sur de Asia, donde se manifiestan problemas de género producto de malinterpretaciones religiosas. Además, el pasado colonial ha traumatizado su cultura. Al utilizarse a sí misma como centro de su arte, Hiba investiga su propia autonomía física como mujer a la vez que sortea una relación exigente con el legado de la pintura miniaturista. Sin embargo, sus intenciones son personales y simbólicas: sus pinturas construyen un diálogo no solamente con su propio pasado sino también con la posición de las mujeres paquistaníes de su entorno, obligadas a sortear costumbres y tradiciones que pueden llegar a ser restrictivas.
Aquí en Nueva York, donde hay una preferencia hacia lo grande y abiertamente ambicioso, las pinturas pequeñas no suelen involucrar muy fácilmente al observador. Aun así, la cultura artística está cambiando como resultado del cambio de la población en los Estados Unidos y existe un apoyo real hacia la sensibilidad de Hiba. Además, actualmente está pintando piezas de mayores dimensiones. Todavía no existe una gran comunidad receptiva hacia sus obras, pero diferentes galerías estadounidenses se han interesado por su trabajo y la artista ha establecido intercambios con espacios artísticos acerca de la posibilidad de celebrar exposiciones en Europa. Uno de los atributos principales de su arte es su maestría técnica, lo que contrasta con muchos artistas contemporáneos estadounidenses, que consideran la no destreza técnica como una manera de rechazar los antojos del mercado. Hiba, al igual que muchos artistas contemporáneos exitosos nacidos en el extranjero, ha conservado sus habilidades y disciplina autóctonas mientras que sobrelleva de modo efectivo una cultura muy diferente a la suya.
Obviamente, para Hiba el placer del arte es más importante que la retórica política. La protesta pública del feminismo estadounidense no aparece en sus pinturas. Lo que no implica que su obra carezca del elemento público. Su arte requiere un reconocimiento de la estética y de la independencia ligada al género. Incluso las flores, que usa en sus pinturas y que provienen de la tradición paquistaní, pueden ser vistas como una transformación de lo decorativo en algo más activo que lo puramente ornamental. Una pieza grande y más reciente, El guarda (2014) muestra una escena compleja que prácticamente funde el interior con el exterior. Árboles incipientes y nubes onduladas, pájaros y perros que parecen lobos dan la impresión de proteger a la protagonista central: Hiba, reclinada desnuda en un diván rosado. Un grupo de mujeres armadas e idénticas a ella protege la entrada de lo que parece ser un palacio. Su cuerpo desvestido aparece en múltiples escenas –en una bañera, en una cama y en el techo del edificio–. Todo parece ordenado, relativamente serena –¿es así?– la calma lírica de la imagen trágicamente perturbada por otra Hiba desnuda, suspendida desde la parte más alta del palacio con una soga alrededor del cuello.
El elemento de autodestrucción, frente a lo que ella representa literalmente como una existencia enjaulada, muestra que al lirismo de sus pinturas se contraponen dificultades públicas y privadas. La lobreguez forma parte de su sensibilidad, tal como la escenificación de la sensualidad. Muchas de sus pinturas no pueden ser exhibidas en Paquistán. Pero como todo artista decidido, Hiba hace frente a sus conflictos con un trabajo que apunta hacia una declaración abierta de independencia erótica y cultural. De ese modo es una artista que reta a su cultura paquistaní a la vez como individuo y como símbolo de las mujeres que viven en su país. Su trabajo promueve también el diálogo: guía a los occidentales que desconocen su herencia artística hacia el reconocimiento de su grandeza. Su valor como mujer y artista paquistaní en Nueva York es incuestionable en un momento en que los problemas de la mujer y las diferencias culturales requieren nuestra atención más especial.
Jonathan Goodman es poeta y crítico de arte. Ha escrito artículos sobre el mundo del arte para publicaciones como Art in America, Sculpture y Art Asia Pacific entre otras. Enseña crítica del arte en el Pratt Institute de Nueva York. En FronteraD ha publicado, entre otros, Carl Andre: simplicidad y escultura. El minimalismo en el arte actual, Mina Cheon y lo sublime ideológico aplicado a Corea del Norte y Amalia Piccinini: “Muchos aficionados al arte en Nueva York pierden interés en las galerías por el hermetismo de las obras” .
Traducción: Vanessa Pujol Pedroso