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Higienópolis como metáfora del elitismo y la desigualdad

Entre mis papeles perdidos encuentro esta crónica paulistana escrita una semana atrás. Ahora, desde este Madrid reluciente que desde Sol quiere conquistar la Luna, no viene mal recordar que la lucha es la misma aquí, allí, en la plaza Tahir, en todas partes. Porque, como dijo Martin Luther King, aunque hayamos llegado en diferentes navíos, estamos todos en el mismo barco.

 

Al final, hubo churrasco en el barrio de Higienópolis. Como ya os comenté en este blog, hace unos días se levantó la polémica cuando un grupo de vecinos de ese barrio, uno de los más nobles de São Paulo, envió una carta al Gobierno solicitando que se cancelase el proyecto de abrir una estación de metro en la concurrida esquina de la avenida Angélica con la calle Sergipe. Los vecinos que firmaban el escrito temían que la cercanía de la estación trajera un aumento de la delincuencia y del tránsito en el noble barrio de “gente diferenciada” (sic), según la feliz expresión que acabó imponiéndose en el discurso mediático. O sea, unos cuantos en el barrio judío de Sampa, del barrio en el que vive la flor y nata de los intelectuales brasileños –comenzando por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso- no quiere mezclarse con el ‘povão’, con el pueblo llano, con los pobres. Ni me extraña, a estas alturas, en esta ciudad loca y maravillosa que sin embargo alberga una de las elites más segregacionistas del país; sólo pensé que muy resuelta debe tener uno su situación económica para negarse a recibir un servicio que automáticamente multiplica el valor de las viviendas alrededor. Y me irritó, claro, que el Gobierno se prestase rápidamente  a complacer a estos vecinos, sin comprobar siquiera cuántos son, olvidando el interés general al optar por otra ubicación para la estación, como Pacaembú, que tiene un tráfico diario de varios miles de personas menos.

 

El asunto desató una afinada polémica, sobre todo después de que un grupo de personas que se sintieron aludidas en aquello de “diferenciadas” agitaron por Facebook un churrasco al aire libre en frente del sofisticado Shopping de Higienópolis. La directriz era llevar todo tipo de cosas populares, desde la música pagode hasta la farofa, un clásico poco glamouroso –aunque delicioso, que lo uno y lo otro no tienen por qué ir juntos- de la gastronomía brasileira. Dice la policía que fueron unos 600; pudieron ser el doble, según los cálculos de amigos míos que fueron. Yo me lo perdí, porque me tragué el rumor de que el Gobierno había decidido cancelarlo por presión de los mismos vecinos que rechazan el metro, que han formado una asociación de cuyo nombre no me acuerdo. Me cuenta mi amigo João que la mayor parte de los asistentes al churrasco eran vecinos del barrio, de esa clase media menos ostentosa a la que bien puedo pertenecer yo, que parecían afanados en dejar claro que una mayoría de los vecinos de Higienópolis quieren metro cerca. La encuesta que publicó la Folha hace unos días les daba la razón: alrededor de un 68% de los vecinos quieren metro, aunque en algunas áreas del barrio prefieren tenerlo un poco más lejos. En la Folha y el Estadão, los dos diarios más emblemáticos de São Paulo, ambos de sesgo conservador, empiezan a arreciar los comentarios de los lectores. Algunos defienden el metro y critican el clasismo de la elite paulistana; otros dan la razón a la asociación de vecinos y aseveran que su barrio cambió mucho cuando llegó el metro. Lo que más me sorprende es que cuando varios de ellos escriben que el metro trajo consigo “vendedores de palomitas y de caramelos, tráfico de drogas y delincuencia” metan en la misma frase, así como quien no quiere la cosa, a los ladrones y a los vendedores ambulantes.

 

Leo en alguna parte que la Policía había recibido instrucciones de observar silenciosamente el churrasco, de dejar hacer; el columnista se preguntaba qué hubiera pasado de ocurrir un acto similar en la periferia. La policía en la favela es otra, y entra en cada favela según la considere de peligrosa, como me contó Emerson en la Favela del Sapo. En la favela, la presunción es de culpa. Todos son criminales hasta que se demuestre lo contrario. Es el mismo razonamiento perverso y enquistado que hace a los paulistanos colocar al mismo nivel a vendedores de palomitas y narcotraficantes. Con el salario mínimo, residencia en una favela y un color de tez oscura, un brasileño pasará muchas veces por la experiencia de ser tomado por un criminal, de ser mirado con recelo en el autobús, de ser humillado por la policía en cada abordaje sin motivo. Porque en Brasil todos los ciudadanos son iguales, sólo que unos son más iguales que otros…

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