Una de las películas más hermosas que he visto en los últimos tiempos es Vision. Está basada en la vida de Hildegarda de Bingen, la célebre compositora, poetisa, mística y erudita alemana de la Edad Media, interpretada por Barbara Sukowa y dirigida por Margarethe Von Trotta.
La primera noticia que tuve de Hildegarda fue el libro de Peter Dronke La lírica en la Edad Media, una obra maravillosa llena de poetas y de poesía que la tradición recuerda sólo oblicuamente. Más tarde, la redescubrí como compositora en el disco Una pluma en el aliento de Dios de Gothic Voices con Emma Kirkby. Hildegarda se estaba poniendo de moda. Siruela editó un libro muy bonito, Vida y visiones de Hildegard Von Bingen, escrita por el monje Theoderich von Echternach, en el que se incluía un CD con música escrita por ella.
En efecto, parece que Hildegarda lo hizo todo y lo hizo todo bien. Vivía en una época en la que era posible saberlo todo de todas las cosas, y ella lo sabía todo de todas las cosas.
La película es una maravilla de contención, de racionalidad y de poesía, sobre todo porque no da la impresión de que ni el director, ni el guionista, ni la actriz principal quieran demostrar nada, ni defender nada, ni criticar nada. Da la impresión de que, al menos por una vez, se ha logrado rodar una película sobre la Edad Media donde se intenta reflejar la Edad Media como ésta debía ser realmente: una época pacífica en que las personas tenían mucho tiempo libre, vivían cerca de la naturaleza y creían, como lo creen todas las personas de todas las épocas, hallarse a la vanguardia de la civilización. Una época en que la religión, la ciencia, la agricultura, la música y las matemáticas estaban unidas, o al menos no muy lejos unas de otras. Una época en que un trozo de papel, un cristal, un pan o el velo de una monja no significaban en absoluto lo que significan hoy día. Sorprende, por ejemplo, la comodidad y soltura con que Hildegarda y las otras monjas llevan sus velos. Hoy en día son ropas extrañas, pero en su época eran el tocado normal de todas las mujeres.
Hildegarda aparece en la película como una mujer obstinada, casi temeraria en ocasiones, pero también obstinadamente racional, mesurada, bondadosa, dueña de una mente generosa e infinitamente curiosa y de un corazón que parece adivinar siempre la medida justa de todas las cosas. Hay algo enormemente saludable, salutífero en esta mujer, en su forma de entender el cultivo de las plantas, la medicina, las enfermedades, el dolor, la sexualidad. Nada le asusta. Ante nada se arredra. Rechaza el fanatismo y las penitencias extremas. Defiende la salud, el equilibrio, el bienestar. Todo lo encara con naturalidad, con humor, con afecto. La larga amistad desarrollada con el capellán de su convento, que es también su copista, es otra de las maravillas de la película.
Hildegarda integra en su vida apasionante y al mismo tiempo solitaria y pacífica, esa unidad de todas las cosas que sólo es posible en el espacio inmenso de un corazón humano que ha logrado alcanzar la cordura. La ciencia y la religión, las visiones y la erudición, la lectura y el cultivo del campo coexisten en ella con naturalidad.