Como ya he dicho, yo estudiaba ciencias con la intención de seguir luego la especialidad de exactas- un nombre estupendo para esa disciplina, la matemática, que es el arte de la rigurosa inexactitud, como bien sabemos desde Leibniz- y dedicarme profesionalmente a vivir del cuento, a saber, de becas de investigación y memorias científicas perfectamente inútiles sobre tal o cual sutileza desprovista de todo interés. Los estados industriales se ven en la obligación de financiar a un verdadero ejército de parásitos (los llamados científicos) con el fin de justificar la miseria de una población semiesclavizada y embrutecida que cree en el progreso científico, sin entender una sola palabra, como antaño creía en la Asunción de la Virgen. Yo pensaba dedicarme a parásito.
Historia de un idiota contada por él mismo (Félix de Azúa) y una visión negativa del papel de los científicos en la sociedad
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el blog de José Mª Rodríguez Matarredona
Dejando a un lado la retranca del texto y lo que considero una bonita definición de las Matemáticas, el arte de la rigurosa inexactitud, el texto sólo se justifica y complementa si lo ponemos a la vera del título de la novela de la que está extraído.
La justificación última de la filosofía griega antigua es que gracias a ella y de ella viven los modernos profesores de filosofía, decía el gran Juan de Mairena, usando una parecida perspectiva a la del autor del texto. Quien además señala una finalidad clara a esos saberes que despistan a muchos alumnos con su utilidad futura.
En cualquier caso, la ciencia básica debe funcionar y avanzar, aunque no ofrezca resultados inmediatos ni espectaculares