Tras ahorrar
durante su juventud para pagarse el pasaje a Gran Bretaña, la sudafricana Olive
Schreiner (1855-1920) no logró convertirse en la médica que había soñado ser
por sus constantes achaques de salud (sufría ataques de asma) y su
inestabilidad emocional. El duro revés le impulsó a comenzar a escribir
denodadamente y a los 25 años publicó, con el pseudónimo masculino de Ralph
Iron, Historia de una granja africana (1883, milrazones), que para el Nobel J. M. Coetzee «da la
impresión de haber sido escrita al dictado de la fuerza superior de un daimon». Fue un auténtico éxito de ventas
dentro del universo literario de
una sociedad, como la victoriana, en la que no podía encajar demasiado bien la
joven Olive, ya entonces una inquieta y decidida militante de los derechos de
la mujer (como demostraba su trabajo Woman and Labour, el único libro que se había publicado
en español hasta la fecha) y contra los abusos de los colonos europeos.
Más allá de que Historia
de una granja africana
pueda ser considerada la primera obra literaria de importancia en la letras
sudafricanas, lo que hoy nos acerca a ella es la fuerza de un relato que nos
habla de la fragilidad de la condición humana. Porque, como la propia escritora
describía en la introducción de la novela, la realidad se introdujo en ella
inadvertidamente y como autora tenía la obligación de representar lo que se
ofrecía delante de ella. La historia pivota en torno a una hacienda bóer de la
región de Karoo – una meseta desértica entre el sur de Sudáfrica y Suazilandia-
y las vivencias más íntimas de tres niños que crecen en el mundo inhóspito de
los adultos hasta convertirse en parte del mismo. Los tres personajes
principales del libro (Em, Lyndall y Waldo) buscan su identidad, y se enfrentan
a ella, en las diversas vicisitudes de su existencia: la religión, las duras
condiciones de vida, los derechos de la mujer, etc. Schreiner nos ofrece, de
esta forma, una mirada áspera a un mundo en el que los sueños y las promesas
por cumplir terminaban por herir de forma irremediable.
Muchos buscaron
en este texto aventuras en un paisaje exótico y la naturaleza salvaje
desconocida, pero no había allí nada de estas extravagancias. En realidad, se
trata de una ficción autobiográfica. Schreiner había trabajado en su
adolescencia como institutriz en varias granjas y pretendió dibujar las
biografías de unos personajes que no podían ser aprehendidos desde Piccadilly
Circus. El padre de Olive fue un misionero calvinista que dejó la Biblia por el
comercio para fracasar en cada una de sus múltiples iniciativas. Por tanto, la
precaria situación familiar hizo que no pudiera acabar sus estudios, lo que comparte sorprendentemente con las otras dos grandes escritoras de la literatura de su país, Nadine Gordimer y Doris Lessing. Pese a ello, su esforzada hija se
convirtió en uno de los principales hitos de la historia literaria sudafricana,
aunque también sufrió las consecuencias del fracaso y la incomprensión. Fue una autora de impacto en la sociedad de su tiempo, pero no pudo cumplir su sueño
de ejercer la medicina.
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“Porque siempre,
desde la más temprana infancia hasta la edad final, día a día, paso a paso, la
atareada vida despierta es seguida y se refleja en la vida de los sueños:
sueños despiertos, sueños en sueños… Misteriosos, envueltos en niebla y
distorsionados como la imagen invertida de un espejismo o como una figura vista
a través de la niebla de la montaña, son aún el reflejo de una realidad”
Olive SCHREINER.