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Mientras tantoHistoria personal del 'boom'

Historia personal del ‘boom’


 

Siempre he tenido ganas de leer Historia personal del ‘boom’, de José Donoso, pero nunca lo he encontrado. Lo comenté en el blog de mi amigo Josepepe y se ofreció a mandarme un ejemplar. Josepepe es chileno y su blog ejemplifica la maravillosa definición que en ese mismo libro da Donoso de Chile: “país ordenado e irónico”.

 

Qué buena tarde del sábado pasé leyéndolo. Hacía meses, además, que no leía varias horas seguidas. Ha sido un año de pasar demasiado tiempo en la pantalla, brujuleando por internet. De esas jornadas sale uno estragado; internet produce un chisporroteo eléctrico que resulta estimulante, pero que se disipa rápido. En cambio, la lectura prolongada le da densidad a la cabeza. De ella se sale feliz, con algo benéfico enraizado; y con la sensación de no haber tirado los minutos. Con este libro, encima, tal disposición se acoplaba al tema, porque me traía a la memoria (cerebral y corporal) las largas sesiones dedicadas en su día a leer a los autores hispanoamericanos. Ellos fueron los maestros literarios en nuestro idioma para los españoles de mi generación: la nacida justo en la década del boom, la de 1960. Así, lo que sucede en sus páginas es algo que iba a determinar nuestras vidas: mientras jugábamos de niños, los autores latinoamericanos estaban escribiendo las obras que íbamos a devorar en la adolescencia y en la primera juventud.  

 

Donoso lo cuenta estupendamente. Me ha interesado la época previa a la explosión, por las penurias, el aislamiento, el horizonte inconcebible del triunfo internacional; y por el mensaje involuntario que se desliza para la España actual de los particularismos (retrógrados, asfixiantes, artificiosos):

 

Mientras el mundo de los jóvenes se expandía mediante lecturas y compromisos que tendían sobre todo a borrar las fronteras, los criollistas, regionalistas y costumbristas, atareados como hormigas, intentaban al contrario reforzar esas fronteras entre región y región, entre país y país, de hacerlas inexpugnables, herméticas, para que así nuestra identidad, que evidentemente ellos veían como algo frágil o borroso, no se quebrara o se escurriera.

 

Pero triunfó el cosmopolitismo, y la literatura se enriqueció. Como cuenta Donoso, lo fundamental no era ser fiel a las regiones, sino, aun hablando de ellas, elaborar obras lo suficientemente potentes desde el punto de vista literario como para que pudieran leerse fuera: fuera de cada país hispanoamericano, y también en España y en el resto del mundo. Curiosamente, España desempeñó un papel importante en el conocimiento de los diferentes autores entre sí, por medio de la editorial Seix Barral, dirigida por Carlos Barral, que los publicó y los prestigió con el premio Biblioteca Breve. Como bien señala Donoso, el beneficio fue mutuo: también esos autores prestigiaron a la editorial, en especial Vargas Llosa, con el primer Biblioteca Breve, el de 1962, que fue para La ciudad y los perros. Hay un comentario llamativo sobre la supuesta estrategia de los miembros catalanes del jurado del Biblioteca Breve, que eran nada menos que Castellet, Clotas, Azúa y el propio Barral:

 

(…) intentaron disolver la novela castellana premiando una y otra vez a las novelas latinoamericanas escritas a veces en variantes bastante curiosas del castellano, para eliminar definitivamente la tiranía del castellano de Valladolid y las novelas escritas en ese odiado idioma.

 

Si eso es cierto, el gran damnificado en mi experiencia particular de lector fue el barcelonés Juan Goytisolo, de quien leí Señas de identidad entre un autor latinoamericano y otro autor latinoamericano, y cuya escritura apenas pude digerir, por pedregosa, al tener en el paladar la colorida y líquida de los otros.

 

El gran elemento aunador, según Donoso, fue el apoyo a la revolución cubana. Y las disensiones a raíz del caso Padilla, en 1971, marcaron el fin del boom como movimiento. También a mí como lector, qué le voy a hacer, me ha terminado afectando el tema. Con el tiempo, se me han atravesado los autores castristas del boom. A García Márquez, por ejemplo, no lo soporto ya; pese a que con él descubrí la literatura. Mis favoritos son Vargas Llosa y Cabrera Infante. A Carlos Fuentes no lo he leído. Con Cortázar tengo intermitencias. Lo sigo apreciando (por sus cuentos y por El perseguidor, nunca por Rayuela), pero no puedo con el personaje cuando leo cosas como esta que viene en «El ‘boom’ doméstico», el apéndice escrito por la mujer de Donoso, María Pilar Serrano:

 

Políticamente Cortázar es un apasionado que como los caballos con anteojeras no quiere ver más que el camino que tiene por delante. En Polonia una vez, su traductora, que volvía de Praga donde había presenciado la entrada de los tanques rusos, se lo comentó dolorida. Él se negó a escucharla porque, le dijo, necesitaba mantener su fe revolucionaria pura ‘para poder vivir’.

 

Hay otro castrista, en cambio, al que sí perdono: Bryce Echenique, porque escribió La vida exagerada de Martín Romaña. También (¡al final son varios!) a Ribeyro y a Monterroso. Y aparte está uno cuyo castrismo hay que comerse con patatas, porque es un genio: Juan Rulfo. En realidad, una vez que se ha atenuado el boom, me parece que son mayores, más sólidos, más profundos, con más esencia, algunos autores de antes. Los del boom brillaron y abrieron las puertas con su brillantez, y son por lo general buenos. Pero los de verdad grandes son Rulfo, Onetti y, por supuesto, Borges.

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