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Historias de la Historia (III): de la justificación del racismo al relativismo histórico


 

Continuamos donde lo dejamos hace prácticamente un mes. En la primera parte contamos cómo escribían la historia los griegos, los romanos, los historiadores de la Edad Media y los de la Ilustración. En la segunda parte, cómo se llegó a la historia “científica” y cómo, después, se utilizó al servicio de la creación de naciones o, incluso de clases sociales. En esta tercera parte, siempre siguiendo a Enrique Moradiellos, en concreto su libro Las caras de Clío, mostraremos cómo evolucionó la manera de contar la historia durante el siglo XX.

 

 

A principios de siglo, dominaba el modelo empírico, el de Ranke, es decir, los historiadores actuaban bajo este presupuesto: “No soy yo el que hablo, es la Historia la que habla a través de mí. La Historia es pura ciencia, una ciencia como la física o la geología”. Aunque pronto surgieron dudas. Por esa presunta manera objetiva de escribir la historia. Y, también, por los temas que eran objeto de su interés: la política y la diplomática. ¿Es que no había que prestar atención también, por ejemplo, a la cultura? Así, respecto a lo primero, por la influencia de Darwin y el salto de sus teorías de las ciencias naturales a las sociales, se comenzó a pensar que era posible e incluso necesario hallar en los humanos leyes de evolución social similares al principio biológico de selección natural de las especies animales. Y, respecto a lo segundo, se llegó a la conclusión de que ningún ámbito de la vida social podía comprenderse aislado de los demás, por lo que habían de tenerse en cuenta todas las esferas de la actividad del ser humano.

 

 

Darwin y el racismo

 

No podemos ocultar que hubo una perniciosa consecuencia de la aplicación del darwinismo a las ciencias sociales: “El reduccionismo biologicista que implicaba esa tesis ofreció un fundamento pseudocientífico a las nuevas teorías racistas que se extendieron por Europa y el mundo occidental durante la expansión imperialista de la segunda mitad del siglo XIX y que alcanzaron su dramática plenitud en el XX. A tenor de las mismas, el dato clave de la evolución histórica era la existencia de razas biológicas definidas como grupos humanos diferenciados por caracteres anatómicos y rasgos somáticos transmitidos sólo por herencia natural e irreversible”.

 

 

Los teóricos racistas del siglo XIX sostuvieron que los rasgos físicos raciales determinaban las características culturales y las virtudes morales e intelectuales de cada grupo. Sobre estas teorías creció el mito de la superioridad de la raza aria.

 

 

Por estas perversiones, surgió la sensación de que, quizás, el conocimiento histórico no podía ser tan científico como el de las ciencias naturales. Quizás no era posible neutralizar al historiador, sus convicciones, su ideología, su criterio, como narrador de los acontecimientos históricos. Además, nació la preocupación sobre una creciente tendencia en los historiadores a “superespecializarse” en pequeñísimos hechos pasados “únicos e irrepetibles”.

 

 

La historia al servicio de la democracia

 

Entonces nacieron la Cambridge Modern History y la Revue de synthèse historique. Combatieron la superespecialización. Superaron el énfasis en los aspectos políticos y militares, para vincular la narración de los acontecimientos con la sociología y la economía contemporáneas, porque se entendía la historia como la ciencia amplia y global de los fenómenos humanos. Y, sobre todo, intentaron que en la historia narrada se conectara el pasado con el presente, aunque con una intencionalidad muy clara: al servicio de una sociedad democrática.

 

 

La vinculación de la historia con la sociología y la economía suponía un baño de marxismo a la forma de contar los acontecimientos. Y es que el atractivo y el reto del marxismo era, precisamente, ése: intentar dar cuenta global y racional del curso de los hechos. El marxismo situaba las causas de las transformaciones en los cambios de los modos de producción dado que éstos, a su vez, condicionaban todo lo demás, desde la cultura hasta la forma de gobierno. Por lo tanto, se llegó a legitimar la concepción materialista de la historia.

 

 

Historia social e historia económica

 

La influencia del marxismo no sólo influyó de esa manera, sino que, por sí mismo, justificó el surgimiento de nuevas especialidades históricas: la historia económica y la historia social. La primera se ocupaba de magnitudes cuantificables en series estadísticas a partir de las que realizar generalizaciones empíricas. De esta manera, se supera la singularidad del hecho irrepetible e individual y se puede determinar la existencia de estructuras constantes o regularidades en el comportamiento económico de las sociedades a partir de esos documentos primarios, a través de esas estadísticas transformadas en gráficos y tablas.

 

 

La historia social, en su inicio no dejaba de ser una traducción de la economía en la sociedad, en cómo la economía configura la sociedad en diferentes grupos sociales y en las relaciones que éstos mantienen entre sí.

 

 

Éstas son las líneas básicas, las preocupaciones, las innovaciones, con las que arrancaba el siglo XX la ciencia histórica. Pero si sistematizamos, nos encontramos con que, justo después del trauma que ocasionó la Primera Guerra Mundial (1914-1918), surgió la Escuela de los Annales. Su propósito original era justo ofrecer una alternativa a la práctica histórica dominante, superando el estrecho enfoque político y militar, a favor de la apertura en otros campos de investigación y aportando los avances metodológicos de la sociología, la demografía o la economía. La historia económica y social tomó el relevo de la denostada historia política. En la época, los historiadores sentían una gran hostilidad hacia la política, porque había sido ésta la que había empujado al mundo a una guerra cruel.

 

 

La Segunda Guerra Mundial o, mejor, el triunfo de los aliados en ella, hizo posible que este tipo de historia sobreviviera frente a la que desarrollaban los Estados fascistas, siempre al servicio de sus respectivas naciones. Las directivas de Adolf Hitler, dice Moradiellos, reflejan ese envilecimiento de la Historia en aras de un mito racial y social-darwinista fanáticamente doctrinario.

 

 

Fernand Braudel y la historia de las mentalidades

 

La derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, pues, hizo posible que continuara la tradición histórica liberal. Uno de sus principales exponentes fue Fernand Braudel, miembro de la escuela de los Annales. Una de sus principales aportaciones fue la división de la historia en tres niveles diferentes: la larga duración, que se corresponde con las relaciones humanas con el medio, la geohistoria, en la que se respira una especie de determinismo geográfico, casi como el alemán Friedrich Ratzel (“El suelo regula los destinos de los pueblos con ciega brutalidad”; la historia de duración media, la coyuntura, que estudia los procesos sociales; y, por último, el acontecimiento, la historia episódica, la historia política tradicional.

 

 

El mayor peso de la geografía y la historia de larga duración frente a la de los acontecimientos hace surgir una gran paradoja, que es la que expresa Gertrude Himmelfarb: “En los años posteriores a la guerra, a medida que los historiadores trataban de asimilar la enormidad de los individuos e ideas responsables por aquellos ‘acontecimientos de breve duración’ (conocidos como Segunda Guerra Mundial y Holocausto), la teoría de la Historia que minimizaba a individuos, ideas y, sobre todo, acontecimientos ganaba influencia creciente”.

 

 

Afortunadamente, Braudel no se quedó ahí. También impulsó la llamada Historia de las mentalidades, entendida la mentalidad, según Theodor Geiger, como un complejo de opiniones y creencias colectivas inarticuladas, menos deliberadas y reflexivas que las ideologías y más populares. Así, a partir de ahí, una parte de los historiadores de los Annales comenzó a estudiar el nivel inconsciente de las prácticas sociales y las representaciones colectivas.

 

 

El método que predominaba, tanto en la historia de larga duración como en la de las mentalidades fue la cuantificación estadística. Interesaban, sobre todo, la evolución de la producción, de la renta, de los nacimientos, de las defunciones, los matrimonios… Pero también las actitudes respecto a todos estos hechos demográficos, además de los hábitos de consumo, los usos religiosos y sexuales, la locura, el ocio…

 

 

Gordon Childe y Hosbawm recuperan el marxismo

 

Mientras todo esto ocurría en la historia francesa, en la británica se recuperaba el marxismo, con al menos dos grandes exponentes, Childe y Hosbawm, a los que todos alguna vez hemos leído. La suya no era la historia a la soviética, es decir, aquélla que, a medida que la URSS se burocratizaba, se iba subordinando a los intereses y las directrices de Stalin. Moradiellos pone como ejemplo la obra La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, de Edward Palmer Thompson, que actualizó por completo los conceptos de “clase” y “lucha de clases”.

 

 

La historiografía marxista británica fue, por tanto, una historia crítica. También lo fue luego la historiografía marxista francesa, en la que sobresale Pierre Vilar y sobre la que ejerció una gran (y perniciosa, según Moradiellos) influencia Louis Althusser, un marxista estructuralista que también dejó su impronta en América Latina. Moradiellos no tiene una gran opinión de él. Tampoco de Marta Harnecker. Un libro de ésta, un “catecismo”, lo califica Moradiellos, Los conceptos elementales del materialismo histórico, resume, continúa Moradiellos, los presupuestos de Althusser. “En él se encuentran afirmaciones tan dogmáticas y paralizantes para la investigación histórica como las siguientes: ‘El materialismo histórico es una teoría científica’, ‘es un estudio científico de la sucesión discontinua de los diferentes modos de producción’; ‘en las sociedades de clase no es el hombre o los hombres en general los que hacen la historia, sino las masas, es decir, las fuerzas sociales comprometidas en la lucha de clases, las cuales son el motor de la historia’”.

 

 

Moradiellos, en su libro, muestra muchos más ejemplos de los que podemos recoger en este espacio.

 

 

La Historia que llegó de Estados Unidos

 

La última gran escuela aparecida después de la Segunda Guerra Mundial nació en Estados Unidos. Se trata de la “Nueva Historia Económica”, también llamada Cliometría o Historia cuantitativa. Como explica Moradiellos, “la investigación cliométrica consiste meramente en la utilización exhaustiva de un método cuantitativo y la aplicación de unos modelos teóricos matemáticos explícitos en el tratamiento de los datos recogidos y elaborados”. Hay quien establece su fecha de nacimiento en 1958, porque fue en ese año cuando Alfred H. Conrad y John R. Meyer publicaron su estudio La economía esclavista en el Sur prebélico. “En él, las fuentes estadísticas disponibles eran sometidas a distintas y exhaustivas técnicas de análisis matemáticos mediante ordenadores para obtener los resultados sobre los que fundamentaban su conclusión: en el momento de iniciarse la guerra de Secesión en Norteamérica (1861), el esclavismo sureño era rentable económicamente, pero su mantenimiento exigía la expansión del sistema hacia los territorios del sudoeste”.

 

 

Desde entonces, los estudios de tipo cliométrico se han ido expandiendo en todos los campos donde existen las mínimas fuentes estadísticas, tal es así que hay quien alerta de un creciente fetichismo por el número y la cuantificación.

 

 

Historia racista, liberal, marxista, cuantificadora… En eso se resume, básicamente, la historia del siglo XX. Aunque cabría por añadir otras microtendencias, como la que quiere reorientar la historia hacia la narración de la cultura popular, la microhistoria. No es baladí decir que justamente esto hizo posible la creciente atención hacia el papel de las mujeres anónimas y no tan anónimas en la historia. Y que a esta manera de contar lo que le sucede a la humanidad influyó el proceso de descolonización en África y Asia. Esos pueblos aportaron recursos olvidados en Occidente, como la historia oral.

 

 

La crisis de la Historia

 

En los últimos años todas estas escuelas han entrado en crisis. Quizás por una especie de extremismo relativista que considera que todo, o cualquier cosa, es historia. ¿Contribuyó a ello el boom de las novelas históricas?, ¿y el revisionismo histórico?, ¿o fue Fukuyama y su conocida sentencia de que la Historia había terminado porque, aunque no todos los países de la tierra fueran ya capitalistas y democráticos, estaban abocados, indefectiblemente a serlo? También pudo ser por culpa de la enfermedad que sufrieron, y pueden seguir sufriendo todas las ciencias sociales: la posmodernidad, el pensamiento débil.

 

 

No sabemos la causa, pero parece que Moradiellos ha dado en el clavo con el diagnóstico: “La crisis de la disciplina por disolución atomista del campo histórico y la trivialidad temática”.

 

Hemos resumido en tres entradas en este blog las principales corrientes históricas. Con ello, ni mucho menos agotamos el contenido del libro de Moradiellos. El historiador da muchísimos más detalles que hemos pasado por alto, muy especialmente, respecto a la coyuntura actual (o la encrucijada) de la ciencia histórica. Y responde a preguntas en las que ni nos hemos detenido, como ¿Para qué la historia?, ¿qué es la verdad científica?, ¿cuál es la peculiaridad de las ciencias históricas? Y una bibliografía esencial para continuar con el estudio de esta ciencia y todas sus corrientes. 

 

 

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