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Mientras tantoHojas de hierba

Hojas de hierba


 

Si había algo que a Marilyn le gustara tanto o más que los diamantes eran los libros. Ni siquiera su famoso pijama de Chanel nº 5. Lo mismo leía en la playa el Ulises de Joyce, empeñada en entender los caprichos sentimentales de Molly Bloom, que aprovechaba un mínimo descanso en un rodaje para desentrañar las Hojas de hierba o soñaba con ese inaccesible Arthur Miller que se le escapaba entre los renglones torcidos de su vida. Esas historias que otros escribieron para ella se convirtieron en su refugio, compañeros inseparables de multitudes y soledades. Libros que borracha de tristeza le ayudaban a olvidar y que, plena de vida, le ayudaban a comprender aún más su propia felicidad. Leía y cerraba los ojos: se imaginaba saboreando el azul del cielo, el aire en la cara de esas últimas “vidas rebeldes” y despertaba ente libros y páginas, páginas y palabras… atrapada de nuevo entre su soledad y su miedo…

…y un poco como tú y un poco como yo…

…porque a lo largo de mi vida también han sido muchos los libros que me han acompañado en esos días grises en los que, como Marilyn, intentas esquivar la soledad y no puedes más que correr por todas las calles del mundo, odiando tu vida y sintiendo cómo, llena de ganas de tocar el cielo, apenas alcanzas a rozar la cara oculta de la luna.

Esos días, en blanco y negro, incapaz de escribir una palabra porque un nudo te atrapa la garganta, te atenaza, y vacía, comprendes de pronto que el futuro no es más que una triste hoja del calendario arrancada mes tras mes.

 

Ya desde pequeña los libros me refugiaron y me invitaron, llenos de imágenes, a escapar. Me fascinaba la colección de clásicos para niños de solapas doradas que ocupaba su lugar, importante, en la biblioteca familiar. Alargaba la mano todo lo que podía y me agarraba a uno, no importaba cuál, el azar me valía, y aquellas páginas conseguían distraerme… pasaba horas leyendo, sentada en aquella butaca tan grande, mis pies sin llegar al suelo, y mi imaginación corría, inmersa en mil batallas de mentira y de heroína protagonista de cuentos de princesas prometidas…

Los libros siempre estaban ahí en aquellos días sin cole, en esos días de fiebre y disimulada felicidad y cama revuelta y pijama y disfrutabas con una historia susurrada sólo para tu oído. La popularidad nunca ha sido, ni fue, una de mis virtudes: se la dejaba prestada a chicos y chicas que gastaban sus horas en el parque y en las primeras discos, mientras mi brazo cada vez llegaba más arriba y de la biblioteca infantil pasaba a alcanzar ya aquellos libros de “los mayores”.

Siempre quería más. Llegar un poquito más arriba. A lo más alto de la biblioteca.

 

Y ahora que algunos se empeñan en que ya soy mayor, vuelvo a ese pasado y comprendo que esas verdaderas relaciones con los libros han sido, casi siempre, más intensas y fieles que esas otras relaciones con “simples” amores, caprichos de mujer que te envuelven y enredan entre historias de chica ansiosa y príncipes en absoluto azules. Esos libros perennes a los que vuelves una vez y otra, sumiéndote en su nostalgia porque te hacen recordar a ese amor de agua pasada, que vuelve a tu cabeza sin haber pasado página aún, que te trae imágenes, sensaciones, caricias y compañías que creías ya superadas; libros como amores eternos, leyendo la misma frase una y otra vez.

 

(Y vuelvo a dudar si de verdad logré pasar aquella página o si aún hoy, el peso de esa frase es incapaz de abandonarme.)

 

Hay otros libros que llegan a tu vida de puntillas, como esos romances breves, esas relaciones improvisadas, fugaces, iniciadas ya faltas de convencimiento y que duran el suspiro de un librito de unas pocas páginas, rápidamente olvidadizo. Ilusiones primaverales que cuando llega el invierno pronto acaban por congelarse. Relaciones ocasionales que la rutina va desdibujando hasta quedarse en nada y que con el tiempo no dejan de ser sino un nebuloso recuerdo, vago, uno de tantos… uno de tantos libros, de momentos de tristeza y confusión, fieles a mis desvaríos y preocupaciones que apenas si logran susurrarte un “¡olvídalo!” pero que te tejen y enredan entre palabras y frases, párrafos, páginas,… como respiraciones compulsivas. Una y otra vez.

Libros siempre, personajes e historias tan cercanas y tan lejanas a la vez, palabras que te identifican como en una silenciosa lucha por saber quién es más fuerte, si tu verdadera y cansina realidad o esas emociones en papel, tan llenas de vidas nuevas, fulgurantes… brillantes y diamantes…

Y te sigues asomando a ellos día tras día, fiel como aquella Marilyn esperanzada en un nuevo cielo, en un nuevo futuro… por si entre sus palabras se esconde un nuevo amor y aparece de pronto y silencioso te abraza y te abriga y se queda ya contigo para siempre. Y como siempre se dijo aquello de que leer es vivir dos veces, tal vez una de esas dos vidas sea la buena.

 

(por esa vida buena es por lo que siempre seguiré perdida entre páginas…)

 

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Foto: Marilyn Monroe y ´Hojas de hierba`, de Walt Whitman

 

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