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Mientras tanto¡Hola Siri! Conversaciones impertinentes con el ordenador que no quiere conocerte

¡Hola Siri! Conversaciones impertinentes con el ordenador que no quiere conocerte


 

Deseamos entrar en contacto natural con lo artificial como deseábamos en la Edad Media un éxtasis religioso. Por eso creamos, o envidiamos, ciertas empresas y por eso las empresas más dadas a la creatividad son, en la actualidad, empresas de software. Nuestros grandes ídolos, Zuckerberg y Jobs, los pensamos como personas apasionadas por su trabajo que hicieron posible lo imposible y que además se hicieron millonarios. Millonarios hay unos cuantos, pero en realidad, no nos engañemos, sabemos que muchos solo representan una parte grande de la idiotez humana. Lo significativo de estos dos es que cambiaron la forma de vida de la gente. Porque sabemos que son las máquinas que nos compraremos las que efectuarán el cambio casi evolutivo, pero son las personas que hay detrás las que nos parecen inalcanzables. Medimos la capacidad de combinar pasión con inteligencia a través de ellos Les odiamos y les amamos, a partes casi iguales.

 

El sueño al comienzo era poder hablar con una máquina. Ahora el sueño se ha convertido en demostrar que nosotros somos infinitos, igual que los robots, que podemos convertirnos en ciborgs porque compartimos una infinitud con el resto del universo, con una materia que además podemos fabricar para que nos llegue adentro de manera más rápida y mortal. No nos puede impresionar una máquina surgida de la casualidad que se mueva por el hiperespacio sin responder a ninguna llamada terrestre; no queremos saber eso. Cuanta más piel humana haya involucrada en la carrera de la informática, más fácil se venderá y más fácil se recordará como algo impresionante. Nos apasiona la vida de Steve lo mismo que el lanzamiento del iPhone X-S.


Queremos comunicarnos o convertirnos, para conocer al otro y para conocernos a nosotros mismos. Pero Jobs no es un robot. En cuanto a lo de revolucionarnos, no era lo que queríamos conseguir; todavía no. Nuestra imaginación va más allá. Queremos traspasar los límites de lo emocional y lo físico y deconstruirnos para renacer con parches analógicos y cables entre las arterias. He vuelto, ecce hommo. Por todos los lados buscamos esa porosidad.


Un ejemplo: Tim Cook compra Emotien, una nueva tecnología capaz de reconocer emociones a través de las expresiones faciales. Emotien recoge y etiqueta hasta 1000.000 imágenes al día correspondientes a expresiones faciales que cataloga y utiliza para medir la respuesta emocional de cada persona y desarrollar después una estrategia de venta de un producto en base a esa respuesta emocional. Dejando a un lado, desde una perspectiva materialista, que esto se tradujo para la empresa creadora en 7,3 millones de euros, la nueva adquisición de Apple representa una imitatio del original carácter empático del cerebro humano. Y una vez conseguida la respuesta impulsiva del ser que se enfrenta a otro rostro en el que puede reconocer emociones parecidas a la suyas, solo nos queda la racionalización o reconversión de lo recibido en una estrategia de respuesta válida y eficaz. Los métodos básicos de supervivencia y de preservación para la salud mental.


 Por esencia, o mejor, por denotada insatisfacción, buscamos aquella cosa, aquella res que forme a la vez idea y materia, pensamiento y actualidad, sin fallas ni límites para autocomprenderse y comprender el funcionamiento de su existencia. Por eso ese afán de reduccionismo para buscar lo mecánico escondido en cada producción incomprensible del mundo. Sin pensar, quizá, que haya mecánica que no vamos a ser capaces de conocer nunca, por imposibilidad de nuestro propio mecanismo cerebral. Si la respuesta está en la materialización de un programa concreto de inteligencia artificial, y si podemos dar con ello, podemos romper la maldición y encontrarnos con un espejo que nos devuelve esa cara que nosotros no podemos ver pero que estamos deseando conocer. Hay que tener en cuenta, claro está, que en los espejos solo podemos ver las cosas al revés.


 Mark Zuckerberg, fundador de Facebook ha enunciado que este año va a desarrollar una inteligencia artificial pueda ayudarle en casa y en el trabajo. Mark quiere tener un Jarvis que vincule las funcionalidades domésticas con las laborales resultando eficaz en la resolución de problemas para ambos ámbitos. Por lo habitual, se les deja a las máquinas esa capacidad, a las personas no. Los dispositivos mecánicos se aproximan en su capacidad procesual a los circuitos esféricos abiertos que elabora el pensamiento humano para encontrar práctico un “modo de hacer”, una productividad en la que acomodarse con un espacio controlado para la creatividad y el azar. En el control está la clave de la practicidad de todas nuestras actividades cerebrales. Si queremos un Jarvis, es para que vaya junto con nuestra mente sin realizar ningún salto que podamos considerar cualitativo. Buscamos una reconversión, no la extinción de nuestro poder supremo.


 En realidad, como no tenemos la mente de Stark, la cosa puede ser mucho más sencilla. Zuckerberg quiere enseñar a su sirviente a reconocer su voz para controlar las comodidades del hogar, a reconocer rostros y a cuidar de su hija pequeña cuando está sola en la habitación; a su vez, el robot le proporcionará la capacidad de visualizar los datos de su empresa en realidad virtual para una mejor funcionalidad. Y lo quiere construir él, ¿vosotros confiaríais en otra persona? Las personas acaban como en Una muñeca de porcelana.


 Si volvemos la vista a Apple, dicen de Siri que entiende el idioma pero no el sentido de las frases. Para eso ha llegado iMind Technology, desarrollado por la empresa Full on Net, un programa informático sobre inteligencia artificial que sus creadores definen como “un cerebro artificial sin conciencia que permite a la máquina ir aprendiendo a medida que se interactúa con ella”. Según ellos, procesa el lenguaje e interpreta lo que una persona quiere decir. Un producto que ya han comprado el Banco Santander y Vodafone que se anuncia como asistente de ventas o como servicio interno, el programa que entiende al ser que le habla y es capaz de interactuar con él.


 En primer lugar, se vuelve a repetir el mercantilismo del avance de conocimiento que, como antes pasaba con la química y la física, los servicios estatales comerciales o bélicos son los que imprimen el sello de los avances científicos, en este caso tecnológicos. Aumentamos la productividad para aumentar ganancias que se transforman en productividad y al final lo único que importa es observar que magno nos está quedando ese circuito de mierda al que estamos enganchados.


 El director del proyecto, Ramón J. Fonte, dice que la nueva tecnología ayudará también a las personas porque sabrán asesorar al cliente que busca un producto por lo que se abarata en costes. La máquina es capaz de aprender lo que está ocurriendo y tomar decisiones en base a lo que le piden, y capaz de entender aspectos de la psicología del lenguaje, como la ironía o el sarcasmo, por medio de la biometría de la voz. La pluralidad de voces le ayuda a mejorar en su efectividad pero tiene una base algorítmica que interpreta según características de un patrón general de voces humanas. Todavía no hemos llegado a la implantación de la inteligencia artificial en nuestra interacción online con las empresas, llegará sin que nos demos cuenta, sin que se asuste la mente, y lo incorporaremos a las necesidades cotidianas. El gran poder que tienen las empresas con nosotros y con respecto al  desarrollo tecnológico se agrava por nuestra falta de personalidad.


 IBM no se ha perdido para quedar ya en un rinconcito de la historia. Es un gigante avejentado que ha sufrido un poco de mobbing, pero un  gigante al fin y al cabo. Desde hace dos años viene creando el Grupo Watson (se ve que le gusta a ese papel de secundario), una nueva unidad dedicada al desarrollo y la comercialización de innovaciones cognitivas en la nube. La idea es hacerse con un software alimentado de big data, de masa cerebral que aprenda a gestionar la complejidad en modo de respuestas automáticas.  Diversas grandes multinacionales desarrollan maquinas inteligentes para mejorar la compra-venta y mantener al cliente enganchado a algo sin tener que pagar más por ello.


 El big data es un monstruo muy agradecido y dócil. Pero no nos gusta verlo así porque nos hace sentir como una masa. Eso han sabido verlo bien las productoras de televisión y las diferentes empresas del sector como Netflix o telefónica. Con el manejo de datos con software de inteligencia artificial crean algoritmos para saber que programas triunfarán antes de emitirse, y también antes de producirse. Netflix, por ejemplo, la mayor cadena de televisión online del mundo, genera un algoritmo basado en tus preferencias que va modificándose según muestre tu actividad. La nueva forma de ver la televisión, programada o descargada, le da la ilusión de independencia al usuario.


 Ya no se ve la televisión, o ya no se dice que se ve, ahora se dice ¿qué serie has visto hoy? Esto, junto con el proceso de producir, entre toda la mediocridad, o el entreteiment,  pequeñas joyas repentinas de series de calidad,  ha subido de nivel el estatus de la caja tonta y ha ganado fieles que en un tiempo pasado dejaron de existir y la engañaron con las películas descargadas de forma ilegal. Este sistema se alimenta de regurgitación de la masa una y otra vez. Por eso funciona tan bien, seguimos adelante solo a base de  salir y volver a la fuente que pierde nuestra diferenciación, como Sífifo. Big data es el aliado malo inseparable y funciona en el antes y en el cigarrillo de después. Los nuevos algoritmos de medida del éxito al servicio de la televisión se inventan tras la reacción de lo ya emitido, reacción claro está en las redes sociales (aquí, como habrás adivinado, Zukerberg de nuevo se embolsa la pasta). El nuevo medidor de audiencias, marcado por el «rating de demanda»,  no solo sabe qué está puesto en tu ordenador o tu televisión, sino también si estás atendiendo a ello, incluso el nivel de interés que se ha suscitado el programa, califica cualitativamente tu respuesta según te impliques con un like o con un post especializado. 


 Y así seguimos. Según la Ley de Minksy, el término inteligencia artificial desaparece cuando lo alcanzas, si resuelves el problema ya no es lo que estabas buscando. Porque entonces, ¿lo has hecho tú o el ordenador? Aunque no queremos muchas sorpresas, nos gusta que nos penetren solo si nos llevan más allá, un poquito más allá. La pregunta que debemos hacernos es si acaso el otro que tanto buscamos es capaz de reconocer que hay algo que reconocer. Solo le traducimos cosas y le dejamos hacer. Al hacerlo se aleja más de la exterioridad, lo engulle todo. Y eso es lo que en realidad nos hace perder el conocimiento, la posibilidad de una vocación suicida inconsciente de hacernos desaparecer. Porque cuando preguntamos a nuestros hijos tecnológicos, no hayamos una respuesta, ni un eco, solo el ruido de la electricidad y la oscuridad en el silencio.

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