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Mientras tantoHola, tristeza

Hola, tristeza


 

 

 

DOMINGO, TARDE

Qué hago

mirando la lluvia,

si no llueve.

(Karmelo C. Iribarren)

 

 

Porque es verdad que no llueve. Pero la chica mira por la ventana. Y también es verdad que no es domingo sino martes, y que tampoco es por la tarde sino por la mañana. Pero bueno, la chica se dice que el poema del bueno de Karmelo C. Iribarren también valdrá para las mañanas de los martes nublados de octubre. Decide cambiar el título entonces: Martes, mañana. Y añade: Madrid.

 

Son las 10. Una chica busca la lluvia a través de la ventana. Nadie podría saber si está triste o si tal vez solo está dormida. Habría que decir que esta chica no es la protagonista de ninguna novela, tampoco de un relato cómico de Vila-Matas –aunque a ella a veces se lo parezca-. Es una chica del montón, como hay tantas. Tirándose de los pelos mientras intenta leer un libro que detesta, mientras escribe emails a gente que no conoce y mientras piensa en comprarse –si le llega el dinero a fin de mes- unas botas que ha visto en Zara. En fin, que sí, que no hay nada en especial en ella.

 

Sin embargo, está triste. Y lo está aún más por el hecho de estarlo. Le han dicho cientos de veces que la tristeza está mal. Hay que animarse a toda costa. La chica se dice que en facebook nadie está triste. La tristeza no es más que una anomalía en ese mundo online lleno de fiestas de cumpleaños, de sonrisas radiantes y de fotos de perfil espléndidas. La chica piensa que un día, cuando en facebook le ofrezcan actualizar su estado, simplemente pondrá: Triste. Y sonríe al pensarlo. ¿Que pondrán los demás? «¿Me gusta»? o: «Anda, tonta, anímate:)».

 

No sé si esa chica soy yo. Podría serlo, sobre todo porque a veces me gusta sentirme la eterna protagonista de un relato tragicómico de Enrique Vila-Matas. Pero no, en realidad esa chica podríamos ser muchos, todos aquellos que crecimos con la idea de que la tristeza no era buena, como si en la vida, la línea de la felicidad tuviera que ser una constante, una certeza de las que no caducan. Hace años un amigo me dijo algo de lo que me acuerdo a menudo: que nadie nos había enseñado a estar tristes. Y la tristeza es una parte importante de la vida. Lo dijo también Jonathan Safran Foer: «no puedes protegerte de la tristeza sin protegerte a la vez de la felicidad». Y esa protección corre a cuenta de cada uno: unos se toman una copa de más, otros se obligan a «despejarse» con unos amigos, los demás simplemente se van a correr. Pocos, sin embargo, se sientan en el sofá, miran por la ventana y buscan la lluvia aunque no llueva.

 

Si algún día tengo un hijo esta es una de las cosas que me gustaría enseñarle. Que en la vida existe una parte muy importante que se llama tristeza. Y que ésta no es el menos con respecto al más. A veces es el más, aunque uno nunca se dé cuenta en el momento oportuno.

 

No miento si digo que la primera vez que me enamoré de alguien fue por su tristeza. Claro que se trataba de Julio Ramón Ribeyro y no sé si cuenta. Pero todavía hoy vuelvo a La tentación del fracaso –ese libro que nunca debí terminar- para constatar que esa melancolía desgarradora sigue ahí. Que siempre hubo alguien, mucho antes que yo, que supo darle un valor a la tristeza: el que se merece y que no es simplemente el de ser convertida en literatura sino el de ser asumida como una parte imprescindible de la vida.

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