En las primeras páginas de su libro Tierras de sangre, el historiador Tymothy Snyder cuenta cómo los estados europeos comenzaron a desmoronarse en los años treinta del pasado siglo:
“En 1933, los gobiernos soviético y nazi compartían una aparente capacidad de responder al colapso económico mundial. Ambos irradiaban dinamismo, en un tiempo en el que la democracia liberal parecía incapaz de librar a la gente de la pobreza. La mayoría de los gobiernos de Europa, incluido el de Alemania antes de 1933, creían que disponían de pocos medios para enfrentarse al colapso económico. El punto de vista predominante era que había que equilibrar los presupuestos y controlar la disponibilidad de dinero. Esto, como sabemos ahora, no hizo más que empeorar las cosas. La Gran Depresión parecía desacreditar la actitud política adoptada al final de la Primera Guerra Mundial: mercados libres, parlamentos, estados-nación. El mercado había traído el desastre, los parlamentos no tenían respuestas, y los estados-nación carecían de herramientas para proteger a sus ciudadanos del empobrecimiento”.
Seis años más tarde, Alemania comenzaba su búsqueda de espacio vital invadiendo Polonia. Se iniciaba así una larga y cruenta batalla por las tierras de sange, denominación elegida por el historiador estadounidense Tymothy Snyder para refererise a la gran franja de Europa Central -desde la península de Crimea hasta los países bálticos- convertida en escenario de muchas de las más infames atrocidades cometidas en el siglo XX.
Ilustración de Carmen Vilar
En Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin (Galaxia Gutenberg, 2011), Snyder elabora un catálogo de los horrores padecidos por las poblaciones de Ucrania, Polonia, Bielorrusa, Esvolaquia, Estonia, Lituania, Rusia, Letonia, Rumanía… En muchos casos los ciudadanos de esos países -en especial los judíos- tuvieron que padecer la ocupación sucesiva de las tropas soviéticas y alemanas.
Europa había comenzado a empaparse de sangre y cadáveres con las campañas del hambre en Urania organizadas por Stalin y por su mano derecha Lázar Kaganovich -nacido cerca de Kiev-y que causarían la muerte de millones de ucranianos en apenas dos años: se calcula que no menos de 3 millones de ucranianos murieron de inanición y de enfermedades derivadas. Snyder nos recuerda que, entre 1932 y 1945, el hambre se usó como un arma más de destrucción, junto con los fusilamientos masivos -Babi Yar, Katyn, etc.- y el exterminio en cámaras de gas en los campos de exterminio.
El exterminio de las poblaciones judías fue llevado a cabo sobre todo por los nazis. Stalin, más por motivos prácticos que por antisemitismo, dispuso la deportación de judíos hacia zonas deshabitadas de Asia Cenral: en muchos casos era refugiados judíos que habían entrado en la Unión Soviética huyendo del avance nazi. La actividad de exterminio soviético se concentró en las élites de los países conquistados: en especial Polonia, la Polonia del este, donde los rusos consiguieron eliminar a la casi totalidad de la orgullosa intelligentsia polaca, labor completada con la deportación de miles de ciudadanos polacos hacia Asia Central y su confinamiento en el sistema soviético de campos de trabajo. Las poblaciones locales de los países que invadían los nazis no mostraron una especial resistencia a los asesinatos masivos de judíos. En muchos casos, de hecho, colaboraron a la hora de facilitar el exterminio.
Aunque también hubo hombres y mujeres justos de todas las nacionalidades que contribuyeron con sus acciones a salvar vidas de judíos, de prisioneros soviéticos en manos de los alemanas…en definitiva, vidas amenanazas.
Snyder cuenta brevemente la historia de uno de esos hombres justos, el diplomático japonés Chiune Sugihara. En el verano de 1940 Sugihara ejercía como cónsul en la ciudad de lituana de Kaunas. Miles de refugiados judíos habían llegado a la Lituania -controlada entonces por los soviéticos- huyendo del avance exterminador de las tropas alemanas. Una mañana, Sugihara se despertó y vio a cientos de personas tras las vallas que protegían el consulado. Eran judíos que habían venido a pedirle ayuda. En concreto, le pidieron la extensión de visados que les permitieran huir y salvar la vida. Suhigara consiguió que retrasaran veinte días el cierre previsto del consulado, y a pesar de no obtener el permiso del gobierno japonés para emitir las visas, comenzó un intenso trabajo para expedir visados que permitieran a los judíos huir del avance nazi a través de la Unión Soviética.
Fueron jornadas extenuantes de trabajo febril escribiendo a mano cientos de visados al día sin ni siquiera detenerse para comer. Tres semanas decisivas en la vida de miles de judíos que consiguieron salvar sus vidas gracias a aquellas visados. Suhigara no pudo conseguir más aplazamientos Al término de la guerra, Suhigara sería despedido del servicio diplomático. Con toda probabilidad debido a la expedición de todos aquellos visados ilegales, que contravenían las órdenes del Gobierno japonés.
También fueron hombres justos los escritores rusos Ilya Ehrenburg y Vasili Grossman. Al menos por lo que respecta a su decisión de conservar la memoria de los progroms que los nazis llevaron a cabo en territorio soviético conforme avanzaban rumbo a Moscú. Durante años, los dos escritores -de origen judío- dirigieron un comité que consiguió ir recopilando testimonios espeluznantes de todas las atrocidades cometidas contra los judíos en suelo soviético. Una de las oleadas antisemitas que periódicamente recorrían las altas esferas soviéticas, impidieron que se publicara en su momento. Publicado hace unos meses en Espña, El libro negro (Galaxia Gutenberg, 2011) pone nombres y apellidos a los muertos y da voz a los supervivientes que lograron salvarse del exterminio.
Debido a la sucesión de actos crueles que se describen en sus páginas, la lectura de Tierras de sangre y de El libro negro no es fácil. Pero en muchas ocasiones resulta inevitable que el necesario ejercicio de la memoria comporte dolor. Sobre todo cuando se trata de recordar las obras tan perfectas que puede llevar a cabo la crueldad humana cuando se permite funcionar a pleno rendimiento.