De las carreteras. De los coches, de los Mazda y de los Ford, de Opel, de cualquier marca, de los coches con cambio manual y de los automáticos, de los coches de gasolina y de los diésel, de los silenciosos y de los que soltaban un humo negrísimo sobre el asfalto, un rastro miserable, a través del tubo de escape. No había echado la cuenta de cuánto CO2 emitía en esos viajes, seguramente una cantidad criminal y, sinceramente, me torturaba y pensaba en ello con frecuencia, me quedaba despierto por la noche contando los litros de combustible, calculaba en sueños los metros cúbicos de emisiones, pero qué iba a hacer, ¿tomar pastillas? Cómo de contaminante sería la industria farmacéutica. Seguro que muy contaminante, a pesar de que yo no sabía con qué sustancias y de qué manera; vertidos tóxicos, mierda en el aire o solo un narcótico y generalizado destrozo
En esta bitácora nos gusta estar al tanto de los neologismos científicos. Ya hablamos en su día la quimofobia y de algún alegato en su contra para ayudar a combatirla . Ahora viene el turno de la ecoansiedad, cuyos síntomas vienen señalados en este texto. Si Pavese decía que un suicida es un asesino tímido, bien podríamos decir que los que padecen ecoansiedad son hipocondríacos expansivos. Son, como puede verse y suele decirse, problemas del primer mundo. Todo contamina, todo gasta energía, es cierto, hasta una simple búsqueda de Google, de hecho acabo de buscarlo en Google y una única búsqueda ‘requiere tanta energía como iluminar una bombilla de 60 vatios durante 17 segundos y suele ser responsable de la emisión de 0,2 gramos de CO2′