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Homo sacer

Cuando conocí el término Homo Sacer, hace años, no sabía muy bien si era aplicable en este mundo. Quizá una exageración de sociólogos, una mirada aun más pesimista que la mía sobre este universo que nos rodea y nos aprieta las entrañas. Desde luego, que en la borrachera colectiva del Mundial de fútbol o de cualquier otro circo mediático (como el de un estúpido pulpo o un beso sin gracia), debe sonar estúpido hablar de los homo sacer, esos seres humanos cuya muerte, dolor, desaparición o tortura no significa nada, no tiene consecuencias. Se trata de los desechables, de los seres que mueren a diario sin que en el Diario de la Humanidad quede una muesca a su favor, o en su memoria.

Estos días han estado repletos de homo sacer, amigos, conocidos, otros no tanto, algunos anónimos, la mayoría indígenas Ngäbe-Buklé que han caído en las protestas masivas de Bocas del Toro (Panamá). Al menos siete muertos, cientos de heridos, ojos perdidos en las trincheras de la dignidad. Y un Gobierno represor, y unos medios cómplices y un planeta que no quiere ver lo que ocurre en los lados oscuros de la Luna. Y la decepción. Y la tristeza. Y la impotencia.

Llego a este blog cansado, después de hablar cientos de veces con los compañeros que están en primera línea, de aconsejar a los líderes, hombre y mujeres, que han tenido que pasar a la clandestinidad en las últimas horas, de tener que dar una vuelta a la manzana de mi casa antes de llegar por si la policía está esperando.

Panamá, el país del milagro económico falso, ahora metida de lleno en la realidad del fracaso democrático, en la política de los gorilas, en el dolor. ¿Fuera? Fuera no saben nada ni quieren saber.

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