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Honra a la furia de James Agee

O puede que tú, mi querido X, reconozcas algo de ti mismo;

 una disposición a la resistencia, por leve que sea, contra una autoridad

arbitraria o una opinión necia de la masa,

 o un escalofrío de reconocimiento

 cuando encuentras alguna frase bien cincelada de una inteligencia libre.

Christopher Hitchens, Cartas a un joven disidente

 

 

Elogiemos ahora a hombres famosos es un desafío extraño, trabajoso, comprometido y deslumbrante. Prolijo, y en ocasiones hasta denso, el texto parece que está, sin embargo, escrito en caliente, de tan intenso. En la obra se presenta otro mundo más de olvidados, en este caso el del campesinado pobre estadounidense en el contexto de la gran depresión americana, en donde todavía pervivía la segregación racial contra los negros. Su autor, James Agee, arremete con un estilo exuberante e iracundo contra algunas convenciones, reflexiona también sobre su condición de periodista y, sobre todo, honra a los secundarios del relato: tres familias de campesinos del sur de Estados Unidos. Porque el papel protagonista, finalmente, será él mismo.

 

La empresa parte de un encargo de la revista Fortune que encomendó al escritor James Agee y al fotógrafo Walker Evans un trabajo sobre las penosas y extremas condiciones de vida de los labradores en los Estados Unidos. Para ello, ambos convivieron durante seis semanas, en julio y agosto de 1936, con tres familias de arrendatarios y aparceros algodoneros del sur del país. Al final, Fortune rechazó la publicación del trabajo y no sería hasta 5 años después cuando vería la luz en un libro.

 

Elogiemos… es un relato con afán de exhaustividad. Agee utiliza a menudo ultra-extensas y minuciosas descripciones como método de acercamiento a la verdad, que el mismo reconoce, por partir de su mente y memoria, será relativa. “A través de esta vista no artística, de este esfuerzo por suspender o destruir la imaginación, se abre ante la conciencia, y dentro de ella, un universo espacioso, infinitamente rico y magnífico en cada detalle”, plantea el escritor. Aunque valga la paradoja, también escribirá: “Descripción es una palabra digna de sospecha”.

 

La (no) estructura que utiliza para contarnos este mundo es caótica, sin respeto cronológico, intercalada de apabullantes pasajes introspectivos, con el cuestionamiento por bandera (él y la obra, los primeros). Sirva esta andanada de citas como ilustración: “¿Por qué hacemos este libro y lo damos a conocer, con qué derecho y con qué propósito y con qué buen fin, o ninguno?”; “dos jóvenes inteligencias (por Walker Evans y el mismo) airadas al servicio de una ira y de un amor y de una verdad indiscernible, y en la terrible vanidad de su supuesta pureza”; o “Esto no se puede emprender a la ligera: ni a la ligera ni con la mínima facilidad: ni con ninguna esperanza de éxito”.

 

Un capítulo memorable en este sentido es el de ‘Conversación en el pasillo’, en el que Agee adjunta las respuestas que había contestado años ha a un formulario de corte intelectualoide enviado por la revista Partisan Review, que le debió crispar el humor. “Representa muchas cosas que me enfurecieron y contesté a él pronta y airadamente. La ira y la prontitud hicieron que mis respuestas fueran intemperantes, inarticuladas y a veces decididamente tontas”, se auto-reprocha el escritor. Este mea culpa y la exhibición de las mismas respuestas (que, por cierto, no fueron publicadas en dicha revista) ejemplifica de alguna manera el carácter excesivo, complejo, original y obsesivo de este escritor nacido en Knoxville, Tejas. De hecho, es el estilo del autor lo que distingue y consagra esta obra. Colérico, vehemente, indignado, poético, construye también, en ocasiones, metáforas de gran belleza (“Muy arriba en la playa duerme la orlada marea”).

 

Uno de los temas recurrentes, que más le violentan y entristecen a lo largo del libro, es el de la alienación (“infinitamente el más espantoso, corriente e inclusivo de todos los crímenes de la humanidad que pueda acusarse”). Para Agee, las deplorables circunstancias vitales de los trabajadores del algodón producen una distorsión de la mente, los nervios y las emociones. Y que se extrapola a más mundos, quizá a  todos, como bien sabemos. “Me parece más desgraciado, si es posible, ser inconsciente de un mal que ser consciente de él”, contravendrá el autor al ojos que no ven...

 

En el comienzo del libro, Agee deja claro que ni él ni Evans “confiarán en ningún juicio, por autorizado que fuese, salvo en el suyo propio”. El autor realiza una encomiable apuesta por la independencia más absoluta, por la libertad, y por el respaldo firme al criterio de uno mismo, con todo lo que conlleva. La comercialidad del proyecto le trae al pairo, incluso no sería un disparate afirmar que puede haber regodeo en algunos fragmentos decididamente abstrusos y barrocos.

 

Irreverente, afiladísima y desoladora resulta la visión que tiene Agee sobre la educación, sobre el propio sistema teórico de enseñanza, de sus bases. Acerca de los profesores comenta: “Que el menor de sus logros, suponiendo que le importase de verdad no solo oírse hablar a sí mismo, sino ser comprendido, fuera un corazón destrozado”. Y también: “Es posible que los maestros aptos no enseñen, sino que sean artistas, y artistas de la clase más disimulada y menos didáctica”.

 

También se revela como un magnífico creador de imágenes singulares: “Bebiendo el agua caliente, con sabor a fiebre”; “la cara significa uf”; o “George Gudger es un ser humano, un hombre que se parece más a sí mismo que a ningún otro ser humano”. El escritor es (muy) proclive al uso y abuso de un tono exagerado, tremendista y desmesurado. Por ejemplo: “Cuando cada estrella nos pone enfermos de miedo, ¿existimos realmente?”, o “sólo sé que se está cometiendo un asesinato en casi cada individuo del planeta”.

 

Será el mismo Agee, antes que nadie, quien valore su obra junta a Evans: “No conseguimos mucho, pero sí algo”. Que nunca es poco. Para sentenciar: “Sólo (soy) un intelectual que personaliza, un caso grave de infantilismo. Y… ustedes también”.

 

[James Agee (Knoxville, 1909-Nueva York, 1955), además de periodista y escritor, fue guionista de La reina de África, de John Houston, y del cuento oscuro de culto  La noche del cazador, la única película de Charles Laughton como director. También se labró una prestigiosa reputación como crítico cinematográfico para The Nation; el mismo Guillermo Cabrera Infante expresó su admiración hacia la brillantez que Agee alcanzaba en esta faceta. Aparte de Elogiemos ahora a hombres famosos, escribió Una muerte en la familia, su novela autobiográfica por la que ganó de forma póstuma el premio Pulizter en 1958].

 

 

 

Javier Villuendas es periodista

 

 

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