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Hormigas


Supongamos que somos hormigas y que el planeta es un hormiguero. Si alguien contemplara el gran hormiguero describiría el espectáculo como lo haría un entomólogo: una concentración de infinidad de especímenes especializados que realizan tareas diversas conducentes a un objetivo común. El entomólogo observa y deduce. Razona según la lógica de la etología: cada conducta responde a un objetivo útil para la supervivencia, o necesario para mantener la cohesión social, o gratificante para los que la realizan. El entomólogo no puede preguntar a las hormigas porque las hormigas no hablan. Y como no hablan, el entomólogo deduce que no piensan, entendiendo por pensamiento esa extraña manera de hablar con uno mismo sin que nadie más que uno mismo sepa de lo que se está hablando. Pero los entomólogos son todos humanos, de modo que si todos los humanos fueran hormigas, los entomólogos también serían hormigas. Y si una hormiga observa a otra hormiga sus observaciones son propias de hormiga, no de humano. Luego el entomólogo que observe el hormiguero humano no puede ser humano. Pero si no es humano sólo cabe que sea infrahumano o sobrehumano. Lo primero es descartable: las hormigas saben bien lo que es infraformícido, y se lo comen, o lo ignoran, o lo almacenan para usos diversos. Lo segundo también es descartable: las hormigas, por ejemplo, huyen del oso hormiguero porque el oso hormiguero es sobreformícido. Pero esto no significa que la hormiga no sepa qué es un oso hormiguero; pertenece también a su mundo, a la Weltanschauung  de las hormigas. Es el gran peligro o la gran amenaza, el mal absoluto para cualquier hormiga.

 

            El que observa a las hormigas sin que las hormigas sepan que son observadas tiene que ser un extraterrestre. Pero los extraterrestres no existen para las hormigas, que piensan como hormigas. Si los humanos son hormigas, todo su mundo responde a la lógica de las hormigas, no se puede salir del mundo formícido. Ningún sistema consistente (y el hormiguero es un sistema consistente) puede usarse para demostrarse a sí mismo. Podemos, en este sentido, pensar que no somos hormigas sin que, en ningún momento dejáramos de ser hormigas. De hecho, estamos familiarizados con nociones negativas que no dicen lo que sabemos, sino lo que no sabemos ni podemos siquiera imaginar. ¿Qué es la omnipotencia? ¿Y la omnipresencia? ¿y la inmortalidad? Si somos hormigas y pensamos que no lo somos, sólo significa que no queremos ser hormigas, no que sepamos qué otra cosa podríamos ser.

 

            Como hormigas, vamos de un lado para otro, realizando tareas diversas. A esto lo llamamos “libertad”. La libertad, por supuesto, no se define así: presuponemos el albedrío, el criterio, la praxis racional y todas estas cosas. Pero, en la práctica, hacemos esto o hacemos lo otro. Si una hormiga habla con otra hormiga, dirá que ha hecho esto y no lo otro porque lo ha creído conveniente, o porque le ha dado la gana. La hormiga interpelada habrá hecho otra cosa diferente y dirá lo mismo. Por supuesto, ambas hormigas podrían haber obrado de otro modo en cualquiera de los momentos sucesivos de sus acciones respectivas. Quizá una de ellas vio un obstáculo y lo rodeó. La otra, en cambio, lo remontó. Quizá una de ellas se movió en línea recta y la otra describió curvas en zig-zag. El caso es que ambas, observadas por el Gran Entomólogo que no sabemos quién es, hacen exactamente lo mismo: comportarse como hormigas según la lógica general del hormiguero.

 

            Las hormigas, se dirá, no curan a otras hormigas enfermas, ni construyen aviones o barcos, ni le encargan a un tal Buonarotti los frescos de la Capilla Sixtina. Es cierto, pero esto nos lleva de nuevo al principio. Si fuéramos hormigas, todas estas hazañas serían hazañas de hormigas, perfectamente comprensibles para la inteligencia media de una hormiga común. También en los hormigueros hay hormigas hábiles e inhábiles, torpes y geniales. El entomólogo se da cuenta, lo anota y clasifica las hormigas según su capacidad. También anota que todas las hormigas trabajan para proteger y alimentar a la reina, de la que no parecen tener noticia. Esto lo deduce el entomólogo aplicando un razonamiento ajeno al mundo de la hormiga: si las hormigas fueran humanas, no trabajarían para alimentar a alguien que no ven, ni se ocupa de ellas, ni les importa un rábano su suerte.

 

            Supongamos que las hormigas son humanas.

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