Notición: las nuevas ambulancias no tienen ventana del lado de la camilla. Con lo mucho que disfruto cada tres meses mirando las copas de los árboles, el palo dorado de Gallardón. Me consolé a la vuelta el viernes sobre las 21:00. Me cayeron tres gotas gordas en la cara. Quiero imaginar que venían del cielo, pero me parece que pasaron antes por el tejadillo del edificio. Aún así me gustaron.
Lo mejor de esta estancia fue la llegada de mi hermana Pat el jueves a medio día. Se quedó hasta sábado a las 16:00. Es la persona más resistente y que me quiere infinitamente. Los traslados con una nueva empresa fueron épicos. Me vi en el espejo del ascensor menguante. No sé si acabaré Pulgarcita pero, podía ser.
Esta vez me tocó novata MIR guiada para el cambio de cánula y tuvo su emoción. Dolió un poco más. Pero como Indiana Jones sobreviví contra toda probabilidad o apuesta. Me sacudí el polvo del famoso sombrero y volví a mi suite compartida esta vez con una gitana rubia de tinte de las Ventillas, con muchos hijos y varios enfermeros que la cuidaban con mimo. La mujer ingresó en la UCI prácticamente DEP y remontó. Algunas somos correosas…
Con esto del ventilador los baños fueron tortura. Se empeñan en que no se quede el cuidador y la experiencia es lo más alejado a un spa-ducha en casa. Además, tengo la suerte de que algunas auxiliares y una enfermera consideren que yo me siento marquesa (literal) y deben escaldarme (literal). Les da igual si se me saltan las lágrimas o intento decir que esa crema súper espesa no es para el cuerpo sino para el culo. Cuando por fin se van ven el súper grande y visible y se ríen. Pequeña panda de malas personas. Para enfrentarse a la marquesa tetrapléjica, muda, etcétera, vienen a asearme dos auxiliares, un celador y la enfermera… ¡Qué miedo doy! Pero salí escaldada. ¡Qué valientes!
La salida fue espectacular. Dos celadoras armario me llevaron en plan fórmula 3 a la planta baja. A ese trayecto le llaman ahora tránsito, porque escuché a una enfermera reírse diciéndole por teléfono al de las ambulancias que en un hospital esta palabra va unida a intestinal, lo que es, pensé yo, una bonita metáfora. Nos caga. Cierto es. Después de chocar contra todas las esquinas y marcos de puertas finaliza el tránsito y nos entregan al equipo especial que incluye un mediquito de habla dulce que una vez más se empeña en que su cometido es incrustar el tubo del ventilador en la traqueo. Dentro del huracán de buenas voluntades debo reconocer que el mediquito de puntillas y creo que cuatro mozos fornidos luchaban por pasarme a la camilla de la ambulancia. La presión sobre la traqueo genera más flemas que las que Adriana sin casco ni armadura lograba aspirar parando la escena unos segundos, pero al cuarto intento de vaciarme de flemas nos miramos y con el mejor estilo telepático Adriana y yo comprendimos y ella dijo:
—Es mejor seguir.
Al llegar a casa fui bendecida por las tres gotas de lluvia y ya cerca de mi cueva no me puse nerviosa cuando nadie conseguía desconectar el tubo del ventilador de la traqueo. El mediquito titán había conseguido cerrarlo para siempre. Diez años estudiando para esto. Finalmente Andrea consiguió, sin sangre, separar los plásticos.
Quedan anécdotas hasta que llegué a mi cama a las 21:00 horas. Pero acabo de darme cuenta que es un rollo sin fin que ni siquiera entretiene. Lo envío porque me ha costado muchos ratos y medio y sé que disculpáis la extensión de mi crónica porque además es terapia gratuita.
¡Uf, un apunte más! Vino a verme un médico de maxilofacial… Joven y guapo a rabiar. Él muy profesional y nosotras prendadas de sus ojos claros cuajados de pestañas. barba ligeramente desaliñada. Amparo insistió y volvió a insistir (lleva más de un mes haciéndolo) para que me sacaran la muela ya, pero a pesar de la frustración cuando el guapo se fue dio literalmente saltos de alegría diciendo:
—Por fin uno guapo.
Yo, más discreta, muda y quieta a la fuerza, recordé a mi hermano pequeño diciéndome:
—Tú guapa, guapa no eres. Pero tienes mucho morbo.
Y yo pensé, con 35 años menos y sana, por lo menos conseguiría tomarme una caña o un cafelito con él, con mi morbo-power.
Me despido porque tengo el ático revuelto y tendría que dormir sobre la mesa de la cocina… ¿Recordáis la película? ¡Uf! ¡A mí los bomberos!
Isabel Gutiérrez Cobos nació en México en 1960. A los 18 años se trasladó a España y estudió Geografía e Historia en la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en el sector de logística internacional, hasta que la enfermedad la obligó a retirarse a los 51 años de edad. Cómo se aprende a vivir sin pronunciar ‘perro’ y algo más fue escrito dentro del Taller de Periodismo Literario que imparte Doménico Chiappe. En FronteraD ha publicado también O te aclimatas o te aclimueres. Siete años luchando con la ELA, Son 77 las ventanas que me acompañan por las mañanas, pero sobre todo por la noche, El día de la felicidad. Respirar, La memoria es un animal extraño, y más cuando la química del cerebro hace el espagat, Lo perdido, perdido. Luchando contra una esclerosis lateral amiotrófica y Los demás, los otros. La autora es paciente y voluntaria de FUNDELA.