Bien sabéis vosotros que este blog me sirve de vehículo de catarsis. Cada uno tiene el suyo: unos corren (de correrse no, de running, malpensaos), otros se manifiestan en la calle, otros comen ganchitos, otros van a cuartos oscuros (ola k ase presi?)… A mí me pone escribir, porque como bien diría aquel: “La escritura es un arma cargada”. “De futuro”, que añadiría el otro. Me pone el escribir y además, se me conquista, básicamente, con la palabra.
Pero dejémonos de citas literarias que para literatura ya hay otros blogs más sesudos en esta completa plataforma: aquí hablamos de sexo, y cuánto más sucio, haciendo honor al gran Woody Allen, mejor.
Pues resulta que a mí hoy me gusta más que ayer Paco León. Mira, qué bonico: más que ayer, como las gilipolleces que se escriben en las alianzas esos que se casan y luego se divorcian y se portan como energúmenos. A ver, que pierdo el hilo argumental: Paco León y sus cosas. Eso. Ya me gustó muchísimo su película Carmina o Revienta, con esa escena, gloriosa, en el coche y esa Carmina que borda su papel. Pero ayer cuando vi su foto en Twitter creció en mí un mayor interés hacia el creador de la obra, o sea, hacia él. O más bien hacia una parte de su anatomía. Joder, qué bien dotado está este chico, ¿no? Venga, lectoras, confesad que también habéis visto la foto y que también habéis tenido el mismo pensamiento.
En la foto salía Paco de la playa como su madre le había traído al mundo, con la manita así, cubriéndose parte de la polla, una no sabe si por falsa modestia o porque tenía un picor en ese momento, que los picores son muy de llegar cuando menos te lo esperas. Decía un follower que hizo rt de la foto que le llamaba mucho la atención las medidas de “la cosa” (¡ha dicho pene, ha dicho pene!), sobre todo considerando que cuando uno entra en el agua encoge. Digo yo, ¿eh?, que se encoge, que esto solo lo sé de oídas. Pues si encogida tenía esas medidas, mare mare, me dije yo, sin dejar de mirar la foto y dándole a ampliar en la pantalla del iPhone.
Yo tuve un amigo (no, un amante no, un amigo) que además vendía parafernalia para el sexo, que defendía que el tamaño no importaba pero que aportaba. Yo le dije una vez “venga coño, claro que aporta”. Como no va a aportar, hombre, lo que pasa es que él la tendría pequeña y por eso utilizaba esos argumentarios.
La media en España son 16 centímetros, en erección (sí, a mi también me parece pequeño). Y no solo a mí, un cirujano plástico me confesó una vez que muchos de los hombres que acudían a su consulta a hacerse un estiramiento de pene tenían penes normales, en la media, pero que los querían más grandes. Y no por sus parejas, sino por lo que él denominaba “el síndrome del gimnasio”, en definitiva, por mostrarse a otros machos con la verga más grande. Angelitos, ellos son así, si es que no hemos evolucionado apenas desde las cavernas: entre los que se estiran la polla para tener la más grande del gimnasio y las que van a un curso para aprender a hacer felaciones y que sus maridos estén felices, así nos va, que no acabamos de desarrollarnos.
Pero volviendo al tamaño. Yo salí con uno que la tenía más grande que Nacho Vidal, doy fe, no porque conozca bíblicamente la de Vidal, pero todos conocemos sus medidas que bien se ha encargado él de publicitarlas. 25 cm. Ahí es nada. Bueno, pues mi noviete en cuestión tenía una tranca mayor, de longitud y de grosor. Cuando fuimos a coitar (ojito al sinónimo, que yo no soy Marhuenda) la primera noche, yo, al ver aquello pensé, joder qué daño. Y mi siguiente pensamiento fue, porque yo soy muy práctica para todo en la vida, “yo de aquí no me caigo, vaya”.
¿Fue con quien mejor sexo tuve por tenerla de un tamaño descomunal? Pues no. Al final le voy a dar la razón a mi amigo: de nada sirve una buena herramienta si uno no sabe utilizarla. Aunque el tamaño importe.
Nada, Paco, cuando quieras quedamos y hablamos de tamaños. O lo que se tercie.
.)