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Huele a junio

A Pablo García Baena, in memoriam

Este año sí que sí, Manuel, este año me lo aprendo. “Bajo tu sombra, Junio, salvaje parra” —¿te acuerdas?—, “ruda vid que coronas con tus pámpanos las dríadas desnudas…”. Son muchos versos, casi cuarenta, y además, muy largos: versículos más bien, llenos de imágenes y metáforas. Pero este junio, enterito me lo aprendo, ya verás.

También he vuelto a leer tu carta, la cuartilla en la que escribiste tres frases con tu letra enorme, llenando todo el papel. “Nuestro mes favorito”, pusiste en ella, y “la felicidad huele a junio”. Te costaba escribir, desde niño, con tus manos crispadas (¡qué mala suerte tuviste al nacer!): imagino cómo te esmeraste para que la letra fuera lo más clara posible.

¿A qué huele junio? A cerezas y albaricoques, a hierba recién cortada y celindas. Y a la antorcha de los árboles “ardiendo en la púrpura vesperal”, pero también antes, por la mañana, cuando pinta de verde fresco el azul de un cielo coloreado por un niño en una hoja de papel, y solo quiere uno tumbarse en esa hierba recién cortada, bajo las ramas plenas, y dejar que la vista descanse en el verde y el azul. ¿Cómo de ancha puede ser una mañana, Manuel? ¿Cómo de azul un día, y puro?

De este año no pasa: en nuestro mes favorito, caminaré por el parque aprendiéndome —por fin— el poema de memoria (“bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos”), más de treinta años después de que lo leyéramos por primera vez (“las manzanas silvestres y los higos cuajados de corales submarinos”), y lo haré pensando en ti, en Nacho y en Pía, “la duquesa”, y como humilde homenaje a su autor, uno de nuestros ídolos, que hace poco ha muerto en Córdoba (“la barca que va dejando por los ríos lejanos sus perfumes…”).

Junio ha llegado, sí, y en estas “mañanas fugitivas de frescura”, al salir de casa huele a madreselva, y luego, en el camino de Las Rozas, el lomo callado y añil de Guadarrama se perfila contra un lienzo que rasgan alegres vencejos al sol, y cuando avanzo por la senda polvorienta con una espiga en los labios, las liebres saltan a mi paso y buscan el perfume recóndito de los sotos, que en su centro apretado esconden otra promesa de vida y verdor. En el parque los aspersores están encendidos, y yo respiro más hondo y confirmo que ha llegado junio mientras voy repitiendo: “…el inquieto raudal de los torrentes, / el crujido de las ramas bajo el peso del nido / y el resonante silencio de las constelaciones…”

Es nuestro mes favorito, Manuel: ¡esta vez me lo aprendo seguro! (“Bajo tu sombra…”). En aquella carta, a la que tanto tiempo he tardado en responder, escribiste que la felicidad huele a junio. Pero también es verdad que el cielo de estos días, sus árboles y sus atardeceres largos, huelen a veces al “violento jacinto de la dicha”. Que junio huele a felicidad.


NOTA: Le dirijo esta carta a mi amigo el poeta Manuel R. Martín (1967-1997), cuya poesía fue publicada póstumamente por la editorial
Point de lunettes. A Manuel le dediqué también la prosa titulada Jacarandasademás de mencionarle de forma breve en La conjura o El pan de Galdós.

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