La mañana del 29 de septiembre, mañana de huelga general, G. anduvo siete kilómetros. Es diabética y si se deja atrapar por el sedentarismo está perdida. Hasta hace un par de semanas su trabajo le garantizaba una actividad constante. Durante más de diez años cogía metro, tren y autobús para llegar desde la periferia sur al exclusivo barrio del Conde Orgaz. Allí, de lunes a viernes, limpiaba, organizaba, cocinaba, cosía, cuidaba de los menores y/o ancianos que estuvieran por allí y poco a poco iba implicándose sin remedio en la intimidad de una familia a la que procuraba comodidad y bienestar a cambio de un salario.
G. cuidaba en sentido amplio de esa familia. La cuidaba para ganar dinero, para ganarse la vida. Uniforme, dos compañeras de trabajo, y la clarividencia de depender de un empleador “con mucho dinero”. No hay crisis económica que afecte a determinados niveles de riqueza. G estaba tranquila. “Son ricos, ricos», solía decir, «para ellos mi salario no es nada”. Lo que no imaginaba G., es que sus necesidades también son nada para los que nunca las tuvieron.
G. se fue de vacaciones como los últimos diez años. Vacaciones no pagadas. Por supuesto. Era parte del trato. Tres días antes de terminar su descanso recibe una llamada: “Ya no la necesitamos”.
¿Y?…Nada. No hay despido sin contrato. Aunque hubiera contrato, basta para despedir “la pérdida de confianza”, y la indemnización en cualquier caso es irrisoria: siete días de salario por cada año trabajado. ¿Y paro? La empleadas del hogar aunque coticen a la Seguridad Social no tienen derecho a paro.
G. no ha hecho huelga. No puede. Está en paro pero sin paro, liberalismo puro, sin subsidios, sin ayudas, sin que ni siquiera se le dé por cotizado el tiempo que permanezca sin ingresos. Su despido es libre, su desempleo completamente desprotegido, sus necesidades invisibles, como el trabajo que realizó durante más de diez años. G no ha hecho huelga, y tampoco la hubiera hecho si no la hubieran despedido. Para ella y para las miles de mujeres empleadas del hogar, hacer huelga tiene los mismos efectos que estar de baja o de vacaciones; si no trabajan no cobran. Su paro no cuenta, no existe para las estadísticas, ni para la oposición, ni para el gobierno, ni para los sindicatos, a pesar de que sus condiciones legales sean infinitamente peores que las que nos trae la reforma laboral y justificaban la huelga no tan general.