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‘Humans 2.0’ o el equilibrio desequilibrado

Cartel de Humans 2.0
Cartel de Humans 2.0

 

El más difícil todavía del circo ya no se juega en hacer lo que parece imposible. Ahora está en hacer lo posible bien, bello y con sentido. Dentro de esa corriente, que se ha dado en llamar en circo contemporáneo, se encuadra el espectáculo de Humans 2.0 de los australianos Circa que se puede ver en los Teatros del Canal hasta el siete de enero.

Bien, para esta compañía, significa técnicamente bien. Bello, el construir un espectáculo más allá de lo bonito. Con sentido, el dotar al espectáculo de algo más que técnica y estética. De contar algo, no necesariamente de forma narrativa, sino trabajando las emociones.

Teniendo en cuenta estos tres parámetros, lo que se encontrará el público es una celebración del cuerpo humano, de sus formas extremas de estar y ser en el espacio, y de los humanos mismos. De lo que son capaces de hacer juntos y por separado.

Para ello recurren al circo, que es su fuerte, y marcan con la típica pista circense. A lo que añaden danza contemporánea con un ligero sabor a performance. Y, una dramatización y/o coreografización de las escenas. Lo que hace que tanto las salidas como las entradas en pista, así como la progresión de escenas y números estén pensadas para dar la sensación de fluidez.

Obra que comienza con un baile ordenado, con los mismos pasos a la vez, hechos sobre el suelo. Que, a base de repetición, los pasos, las figuras y los movimientos van cambiando. Mostrando cómo la variabilidad individual en lo que se hace modifica el paisaje y el conjunto. Cómo lo bonito de la uniformidad, se vuelve bello gracias a la variabilidad que introduce la diversidad.

A partir de ese momento, ese va a ser parte del juego. El juego de la diversidad. Del que se sale o de los que salen de la fila. Una diversidad que se apoya en otros para saltar, para sostener a los otros y para sostenerse a sí misma.

Hecho como si el cuerpo, cuerpos llenos de espíritu antes que de músculos, aunque musculos también tienen, pudieran con todo. Lo mismo un salto, que un equilibrio. Lo mismo una postura incómoda que una cómoda. Con todo eso, reinventan el contorsionismo, y eso que pocas personas dirían que este espectáculo incluye contorsionistas, y los números de los saltimbanquis. Incluso la cama elástica, sustituida por los propios cuerpos y su capacidad de botar.

Una reinterpretación que puede significar la simplificación de algún que otro número típico, como el del trapecio. O el de la complicación de otro, como el baile del equilibrista encima de los hombros de un compañero. Un número que normalmente pide no moverse y mantener el equilibrio. Dándose la paradoja de que están en un equilibrio desequilibrado.

Espectáculo con un ritmo que viene dado antes que nada por la música electrónica creada por Ori Lichtik. Un DJ de la escena de Tel Aviv que posteriormente ha desarrollado una carrera en el techno y la electrónica.

Un sonido pautado, también extraño y poco jocoso, aunque podría hacer pensar en esos juegos de ordenador ochenteros y repetitivos. Sonidos que con el tiempo han ganado en oscuridad y profundidad más allá de la ligereza y sordidez de un billar.

Con el que se crea una banda sonora continua. Apto para el baile que se ve en escena, las entradas y las salidas. Música que no cesa durante la hora y cuarto que dura la obra. Motivo por el que es posible que la gente se corte en aplaudir al principio de la función cada número, cada conjunto de piruetas perfectamente ejecutadas.

Sobre todo, al principio, cuando el espectador está enterándose del código que se va a manejar y con el que debe leer la propuesta. Después, como los niños que hay en el patio de butacas, a los adultos primero les sale una voz de asombro para posteriormente aplaudir cada ejercicio bien ejecutado, cada solo o conjunto o heterodoxos y circenses pasos a dos vistos en la pista.

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