El otro día Boris Izaguirre soltó un rotundo “no se puede preveer”; ya saben que no existe tal verbo: o prever (sería este caso) o proveer. De la mescolanza entre ambas surgió ese preveer que algunos incluso conjugan diciendo preveyó. Pero me sorprendió en él, porque pensaba que era algo más cultivado.
Sigo aplastada por la oleada de colapsos, varios al día; uno de los más chocantes fue en un documental. La frase era algo así como “…ha provocado colapsos en las tierras, un fenómeno que causa hundimientos”. Es un ejemplo precioso, porque, tal como se veía en las imágenes, había hundimientos en el suelo, a modo de pequeños socavones. La moda imperante obligaba al narrador no sólo a hablar de colapsos, sino de provocaciones (cuando allí sólo había causas); sin embargo, en la segunda oración volvía por sus fueros y hablaba de causas y de hundimientos. Seguramente, el guión original sólo hablaba de “colapsos”, pero el traductor se dijo: vamos a ver si lo aclaro un poco…
También es bastante chocante la forma en que se explicó el accidente con un globo turístico en Turquía: la prensa contó simplemente que el globo “se precipitó”, cuando es evidente que esa construcción exige un complemento, es decir, se precipitó sobre, de, desde/hasta, al, por (un barranco, por ejemplo), como explica el Diccionario de Dudas de Manuel Seco.
Una palabra nueva, que encontré en Lugo y supongo gallega, aunque no la conocía: liscos. Me los encontré en una empanada… de liscos: trocitos de tocino frito. Estaba buena. Y dos cosas que parecen inventadas, aunque prometo que no lo son: “Tengo un dolor que me duele” y “la forma de la formulación”. Son cosas de la radio en directo, pero aún así…