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Hurtar el rostro I

Durante muchos meses, en casa, viendo cine, lo que más llamaba la atención era la ausencia de mascarilla en las películas. Las ambientadas hoy. Eso las hacía, a todas, irreales. Y había que suspender la incredulidad en el pasado: el péplum, el polard (el noir, en general), el western y el “histórico” y el de capa y espada. Donde, Jesse James, El Zorro, La Pimpinela Escarlata, The Spirit, La máscara de hierro, Scaramouche, encima, había máscaras.

En el cine romántico todos llevan la máscara puesta todo el tiempo.

Y el cine costumbrista, el realismo, es su propia máscara.

Un fingimiento, el cine, en el que cobijarse.

 

HÁBITOS DE LA PANDEMIA

-descuido

-desaliño

-no afeitarse

-engordar

 

La mascarilla, entonces, al salir a la calle, se agradece. La mascarilla es el anonimato. Gorda, gordo, impresentables, sucios, desastrados: no saben que eres tú. El que te desconozcan reconforta. En la existencia humana, la máscara ha venido sirviendo de refugio, de medio para aceptarse uno. Ahora que, por el tiempo que ello dure, nos alivian la máscara, antes de que regrese y vuelva a chirriar, en las películas, su ausencia, es buen momento para el cine de máscaras.

 

Memoria de motivos.

 

MÁSCARA DE ALIVIO

El día a día aburre. Ser siempre el mismo cansa. Ser ese mismo, empleada, empleado, sirviente, proletaria, gente del común, frustra. ¿Qué daño puede el sistema sufrir si, durante unos días, el orden de las cosas se subvierte? Costumbre universal: ser, hoy, reina la doncella y doncella la reina, frágil el poderoso, pobre el rico, que mañana las cosas volverán a su curso. En 1945 (cuando en España estaba, una vez más, el Carnaval más o menos prohibido) Edgar Neville filmó Domingo de Carnaval, la cinta enmascarada a la que es un placer volver constantemente.

 

Domingo de Carnaval. Edgar Neville. 1945

 

Domingo de Carnaval es una película de crímenes que, a Neville, El crimen de la calle Bordadores, 1946, debían de inspirarle, como le atraía el pueblo, el costumbrismo, pasa mucho con la aristocracia, tomando sus distancias (“Me gusta el pueblo, pero no cuando suda”, dice en La Kermesse Heróica el capellán que interpreta Louis Jouvet). Parece que Neville ni las tomaba: bañarse en lo castizo le gustaba de verdad. No salía de la Ribera de Curtidores y de la Cava Baja.

En Domingo de Carnaval la máscara es fiesta popular, antifaz en un baile, disfraz para los malhechores y -entierro de la sardina- ocultamiento de un secuestro y es, como La Kermesse Heroïque cuadros de Brueghel, un cuadro de Solana.

 

Domingo de Carnaval

 

Máscara por placer, por subversión: por ser, sin intención alguna, quien no eres.

 

MÁSCARA DE PRESUMIR

Al salir a la calle lo que se busca es llamar la atención. La aprobación de los demás. La admiración incluso. Si no, quedarse en casa, donde no te ve nadie y no te vas a ofender, inadvertido. El ser humano tiende a la fama como la colada tiende a la azotea. En países con sol. Donde no hay sol, la ropa se seca en interiores. Y, la vida, lo mismo. Es al sol donde se muestran los colores. Donde llueve, donde no hay sol, debajo de los focos. Las máscaras faciales, de mujer y de hombre, preludian las pinturas de guerra, que es el maquillaje. La máscara facial prepara la piel para el combate. El hombre europeo hoy, no lleva maquillaje. Desdeña los afeites. No se atreve. Necesita soluciones más drásticas.

 

V de vendetta. James McTeigue. 2005

 

¡Ahora sí que he captado tu atención!

Él aparece ante ella, tirada en el suelo.

“Te garantizo que no te haré daño”

“¿Quién es usted?”

Cierto: ¿qué sentido tiene preguntarle eso a un enmascarado?

A ello se sigue la apoteosis de la “V”: Voilà, vista, veterano, vodevil (dos uves), vestigio, víctima, villano, vicisitudes, visage, velo, vanidad, (otra vez:) vestigio, vox (aquí, “populi”), vacua, des-vanecida, valerosa, visión, vejación, redi-viva (dos uves), voto, vencer, vil, veneno, víboras, a-vanzada, velan, violentos, viciosos, violación, voluntad, veredicto, venganza, vendetta, voto (otra vez), vano, valía, veracidad, vindicativa (dos uves), vigilante, virtuoso, verdad, vichysoise, verborrea, volviendo (dos uves), verbosa, verdadero… “y que puedes llamar V”. Cincuenta y dos, si no se nos ha caído, por el camino, alguna. No hay “varonil”. No hay “vuelo”. No hay “verdugo”. No hay “veloz” (veloz, verdugo, vuelo y varonil le van a V).

Como en los carnavales, como, después, El Fantasma del Paraíso, El fantasma de la Ópera, el Zorro, los ex Presidentes, V, conspirador, Guy Fawkes, se esconde tras su máscara. Y, como todos ellos, lo que está buscando es que lo miren. Un “influencer” es lo que quiere ser V.

La discreción está en el campo opuesto.

 

MÁSCARA DE RENUNCIA

V, en su máscara, se exhibe. Cyrano de Bergerac se esconde, disfrazado, detrás de sus palabras.

 

¡Oh, qué versos!

 

Cyrano de Bergerac presta su voz a otro porque es lo único de él que puede llegar al ser amado, a condición de que no sea Cyrano quien la diga. Las cartas y el pretendiente sin talento son su máscara.

Comparamos el discurso de V con el de Cyrano de Bergerac.

 

Cyrano de Bergerac. Michael Gordon. 1950

 

¡No, gracias! El saber que cada cosa cuesta y que una cesión sólo es ceder para siempre, que hay que luchar por un sí o por un no. La fastuosa escena del duelo, con un José Ferrer que es mucho más Cyrano que Gerard Depardieu, aunque lo más probable es que la gente, hoy, no se acuerde de Depardieu ni de Ferrer. Ni de Cyrano. Cyrano, que se esconde detrás de lo que escribe, que al amor no se atreve a hacerle frente: “Y luego dime a mí en voz baja que ella no te ama”. Aceptarse, Cyrano se acepta con orgullo. No quisiera ser alguien distinto. Ser aceptado, eso ni lo intenta, aunque es de su palabra de quien está Roxana enamorada. La nariz lo detiene. Es la apariencia física el disfraz que, a decir de los cátaros, se pone el alma. Y la apariencia frena.

Y, además, frenan las apariencias. Más disfraces. Edward de Vere, Conde de Oxford, que, como Cyrano, se disfraza en Anonymous detrás de sus palabras y cede la autoría a quien no la merece por amor a la palabra misma, imposible para De Vere a menos que sea otro quien le ponga la cara.

 

Anonymous. Roland Emmerich. 2011

 

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Quién era William Shakespeare a quien, parece, tras su muerte no se le encontró un solo libro en casa? “¿Y si os dijera que Shakespeare no escribió nunca una sola palabra?” en la presentación y, luego: “¿Desde cuándo han ganado las palabras reino alguno?” Del reino de la fama se trata y de escapar de ella para que, a la palabra, se la escuche. Christopher Marlowe, Francis Bacon, Edward de Vere, ¿Shakespeare? Mascaradas, Ben Johnson. A Edward de Vere no le llega el amor, como a Cyrano, a quien sólo el amor veda encarnar la de sus cartas y que renunciaría a la palabra, a toda, por Roxana: Oxford, que no renuncia, por la palabra a serlo, que no le sacrifica su posición, su nombre, se niega, si fue él, a renunciar a la palabra.

 

Zona de Avistamiento para HURTAR EL ROSTRO II, con la Máscara de Superación, la Máscara de Sublimación y la Máscara de Eliminación.

Hurtar el rostro II
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