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Mientras tantoHurtar el rostro II

Hurtar el rostro II

Cinesporas en el blogo aerostático   el blog de Federico Volpini

Se levanta uno pronto y es agosto y se mira agosto en el espejo con el rostro de uno. La mascarilla de los confinamientos y de las restricciones, quien se la pone en casa es que no quiere infectarse de sí mismo. Esa duda que tienes al aplicar un crecepelo con los dedos: ¿saldrá en los dedos pelo? Cualquier crema, bálsamo, ungüento, con los dedos, ¿qué pasa?
Meses de mascarilla y de incomodidad porque, del cine en casa, en el televisor, en el ordenador, en la pantalla de tu móvil, no llevan mascarilla las películas. Los rostros de los Informativos, de cantantes, políticos, bailarines, concursos, ¿son rostros del pasado o son de otra galaxia?
Sobre ellos no tenemos poder. Pero sí sobre el cine que elegimos. El consuelo lo da el cine con máscara. El cine, en general, te consuela de ser como tú eres. Como a Cyrano de Bergerac, pero en tus condiciones, la apariencia física te frena. No te ves, por ejemplo, en la pantalla. Que es gente como tú. Gente con sus problemas. Personas disfrazadas.
Recordemos: es la apariencia física el disfraz que, a decir de los cátaros, se pone el alma.
No te gusta.
Y le pones remedio.

MÁSCARA DE SUPERACIÓN
Así, hay quien se disfraza en el músculo. Mishima.

Mishima, A Life in Four Chapters. Paul Schrader. 1985

Máscara tras máscara y el Destino, que espera. A la vez tradicional-imperialista-cercano al fanatismo y contestatario (creo que es Yourcenar quien refiere su encuentro con unos jóvenes izquierdistas y la cordialidad que se respira), al tiempo fascinado por la cultura occidental y profundamente japonés, débil de cuerpo, no debió de ser fácil para Mishima ser Mishima. Así que se vistió de músculo y fue San Sebastián, acerico de flechas. Sacrificio.

Mishima-San Sebastián

Nada debió servirle. Construye uno su cuerpo, con dolor, con esfuerzo y cree ya ser otro: de ser otro se trata cada vez. Aunque el cuerpo sí sabe que es mentira.

Léolo. Jean-Claude Lauzon. 1992

El cuerpo de Fernand, hermano de Léolo (fingidor él también) que, en el momento de la verdad, lo traiciona. Es La cicatriz, de Marco Denevi, falsa, al contrario de la que deja Jorge Luis Borges en La forma de la espada, donde tal vez Vincent Moon –spoiler– (que tenía que ser un izquierdista) se redime. La máscara no vale para eso. La redención del músculo impostado, Yukio Mishima la busca en el martirio, la ofrenda de su vida, dedicada a un músculo, el Japón, su Japón, que lo ha perdido. “¡Por el Emperador!”, grita Mishima: apenas una sombra, recuerdo de una dignidad, anacrónica, injusta por demás, que se pone, él también, el disfraz de emperador cada mañana.
Hacerse un cuerpo, que es modelarse un alma.

1962. Body Building, interpretado por el Cuarteto Saludarte

Otras gimnasias.

MÁSCARA DE SUBLIMACIÓN
Ejercitar el cuerpo seguramente es menos eficaz que templar el espíritu. Detrás de la bondad, el desprendimiento, el sacrificio, a la persona ya no se la ve. Desaparece. Disfrazado en la superación moral, yo es otro.

Molokai, la isla maldita. Luis Lucía. 1959

Al final, un anuncio. Se diluye el mensaje.
Molokai es una película terrible. De niños, españoles, católicos por ese solo hecho, a los niños “se la ponían” en el cine del colegio. Con siete u ocho años. Y, luego, no dormir durante meses. Pesadillas constantes, “¡mejor: el miedo templa!” Músculo de una raza que reza en español. E increpa, no hay complejos, a quienes adoctrinan a los niños.
De Molokai, los nativos cazados, arrojados sin contemplaciones a los barcos, abandonados en la isla. Los alaridos, las pústulas, las llagas: nunca se olvida uno de esas cosas. O del cuerpo insensible al agua hirviendo que delata la enfermedad del Padre Damián; cuerpo que, tras la muerte, spoiler otra vez, la trama destripada, recupera su tersura. La Iglesia le rinde culto al cuerpo. Exige, o exigía, para ejercer el sacerdocio, un cuerpo sin defectos. Y al sacerdote lo prefiere guapo. Javier Escrivá, que el padre Jozef de Veuster, el Damián verdadero, no era tan agraciado. Bueno: el cine mejora con frecuencia la cara de la gente. La belleza del padre Damián no hay que buscarla ahí. Hasta el agnóstico acusa lo que hace la gimnasia del alma, o de la voluntad, o del desprendimiento, en la persona, que la existencia del alma no es segura y la de la persona sí lo es. Músculo en Mishima, músculo en De Veuster; más, De Veuster. Poco importa que no comulguemos con ninguno de los dos. El presbiteriano Robert Louis Stevenson, autor en 1886 del Extraño caso del dr. Jekyll y mr. Hyde, estuvo en Molokai en 1890. Indignado, defiende al Padre Damián de las acusaciones que vierten sobre él dos ministros -presbiterianos como Stevenson-, los reverendos Gage y Hyde, quienes llegan a afirmar que el Padre Damián había contraído el mal a resultas de tener relaciones sexuales con algunas mujeres de la isla. Lo cual, dicho sea de paso, no le quitaría ningún mérito. A Hyde (¿premonición, conocerlo de antes?) lo volveremos a encontrar como disfraz. El de la fé, tan incrustado que al quitárselo se va con él la carne y queda, sanguinolento, el esqueleto, se lo puso, para escapar de la familia, Sor Sonrisa, otra belga.

Sor Sonrisa. Dominique.

La desdichada hermana Luc-Gabriel, nacida Jeanne-Paule Marie de Keer. Que se vistió, primero, le vistieron, una orientación sexual que no era la suya. Vistió la religión. Recurrió después al traje de la música. Se disfrazó en Santo Domingo. Y, finalmente, tuvo que desnudarse Jeannine, Jeanne-Paule Marie de Keer, con trágicas consecuencias.
Para el cine, como al Padre Damián, a Sor Sonrisa la cambiaron de cara. En la película The Singing Nun, 1966, de Henry Koster, la cara a Sor Sonrisa se la puso Debbie Reynolds. La cara es el mensaje. Pero también el mensaje es el mensaje. El de Dominique-nique-nique se refiere al bondadoso padre Dominique (Santo Domingo y sus textos voladores) yendo a combatir a los albigenses, gente que niega la humanidad de Cristo, luego la comunión, que cree en un Dios bueno y un Dios malo, para quienes el cuerpo no es sino un vestido, un oropel del alma y gente que se enfrenta, con consecuencias políticas, al abuso y a los privilegios y a la Iglesia. Por ello fueron exterminados sin piedad: “¡Matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!” Simón de Monfort, Arnaldo Amalric, Inocencio III: parece que ninguno de ellos pronunció frase tan terrible, respondiendo a la observación de que en la ciudad tomada de Béziers también podía haber, refugiados, católicos; pero es igualmente improbable que Cesáreo de Heisterbach se la inventara. La idea estaba en la lógica del tiempo. A los cátaros el ser más religiosamente intransigentes que sus enemigos no les sirvió de nada.
Trescientos sesenta y tres años después de Béziers, la tolerancia aún no estaba de moda.

La reine Margot. Patrice Chéreau. 1994

Miguel Bosé sorprende. Gratamente. En 1954, a la reina la interpretó Jeanne Moreau: como el de Debbie Reynolds, rostros que se ponen las personas para asomarse al cine. De la Noche de San Bartolomé puede decirse que allí, una vez más, cayeron las caretas.

Si la máscara de superación, la máscara de sublimación, no sirven, queda aún un recurso eficaz: la máscara de eliminación. Huir de lo que es uno. Disfrazar el horror, que va contigo

MÁSCARA DE ELIMINACIÓN
Hasta de andar por casa. Agosto. Solo en el domicilio y, fuera, ya sin restricciones. Te miras al espejo. Y llevas mascarilla.

El fantasma del Paraíso. Brian De Palma. 1974

El fantasma de la Ópera:
-Rupert Julian, 1925
-Arthur Lubin, 1943
-Terence Fisher, 1962
-Dwight H. Little, 1989
Hay más.

Cuando la superación, o la sublimación, igual no lleva a nada y ni se intenta. El compositor loco, arquitecto, asesino, protagonista de la novela gótica de Gaston Leroux que aprovecha, para sembrar el terror, su familiaridad con el edificio de la Ópera Garnier, en cuya construcción participó y en cuyos sótanos vive, junto a un lago subterráneo artificial, habitaciones laberínticas, cámara de tortura y, como forma de escapar de ella, el lazo de Punjab, hecho de catgut, fibra resistente, hilo quirúrgico que los tejidos absorben y que es tripa de ovino, no de gato. Pero catgut suena mejor que sheepgut, como que te ata más y, a lo mejor, es el gato el origen; sobre todo, una cuestión estética. Erik, el fantasma de la Ópera, cubre con una máscara sus facciones deformes. En El fantasma de la Ópera se inspira El fantasma del Paraíso: un templo para el rock y, mejores, los vídeos disponibles. Nacimiento, El fantasma de la Ópera o, accidente, El fantasma del Paraíso, atrapado el rostro en una prensa para discos y en busca de venganza, son la máscara para no verse uno. La sábana no es lo que hace al fantasma. Es el horror debajo del sudario. Muerto en vida está quien se rechaza.

El fantasma de la Opera. Andrew Lloyd Weber

Aunque después lo arregla, ¿cómo puede bajar la escalera sonriéndole al público?, Sarah Brigthman en un agitar de banderas. Van dos para este baile: Banderas y Bosé, haciendo gala de poderes ocultos. El fantasma de la Ópera y El fantasma del Paraíso esconden su rostro devastado debajo de una máscara. Juan (José Suárez) y su pandilla de amigotes, monstruos de verdad, no utilizan ninguna.

Calle Mayor. Juan Antonio Bardem. 1956

Las campanas de la catedral, un vuelo de seminaristas, los paseos por la Calle Mayor, las novenas, una mujer atribulada y una apuesta. Son las buenas personas A ellos no se les cae la cara.

Zona de Avistamiento para HURTAR EL ROSTRO III, con la Máscara Impuesta, la Máscara para el Bien y la Máscara para el Mal.

Hurtar el rostro III

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