Iba a dejarlo todo en ramas
mimbre
que suele dar un fuego azulado
con el que calentarse las manos
y asar sardinas
sino también
hacer como aquel hombre
sentado en las escaleras
del museo nacional de antropología
que le escribía a los dioses
mientras nosotros pasábamos pensando
que la crónica era
sentarse a su lado
escuchar
y escuchar
escuchar como si nos fuera la vida en ello.
¿Y no es eso?
Iba a dejar
que las nubes siguieran corriendo
como las que Juan Rulfo
dejó inscritas
muy distintas
y las mismas
que tomé por error
detrás de mi cara de zopilote
y que atestiguan
que las nubes que se estiran
sobre las carreteras
y planicies mexicanas
las pirámides
y las escombreras
están hechas
de un mimbre
de un polvo
de un olvido concienzudo
que merecían
merecen
otro fuego mucho más amable
las mismas manos
que atestiguan
como los surcos
como las cortezas
como las huellas
que deja la lluvia
en la tierra
las manos de quienes
amasan tortillas
no amartillan
no afilan cuchillos
no catan más que esta herrumbre
no levantan el percutor
para seguir sembrando
el miedo
y la desdicha.
Iba a acostarme
a miles
de kilómetros
de Sonora
Monterrey
Nogales
Nuevo Laredo
Reynosa
Matamoros
lejos
de quienes cuando levantan los ojos del suelo
para comprobar
si esa nube viene por fin
cargada de agua
no van a reprocharme
que no haya sabido decir
con palabras claras como Juan Rulfo
dónde estuve
dónde estaré mañana
para qué escribí
a quién escuché
cómo vamos a llegar a Veracruz
cómo carajo se come
y cuándo
los que van a seguir acarreando
esa leña
que no es metafórica
como la mía
van a vivir
quién va a contar su historia
para qué va a servir
y que cuando mañana amanezca
el día no se parezca
a lo vivido.
Y no estoy hablando de esperanza,
sino de ahora.