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Mientras tantoImaginar o ser imaginados

Imaginar o ser imaginados


 

 

Decía el otro día Vargas Llosa, a propósito de la cultura digital, que si la palabra era reemplazada por la imagen, peligraba la imaginación. El Nobel peruano está cada vez más rancio, facha y poco dado a intentar comprender lo que no le conviene, pero hay que reconocer que en este caso tiene razón.

 

No hay mayor inhibidor de la imaginación que las imágenes. Y la cultura digital las ha convertido en su obsesión, relegando la palabra a casi un efecto colateral, más relacionado con la logística urgente de los caracteres y las etiquetas que con la complejidad, el sentido y la ética de un lenguaje. Cada vez vemos más imágenes y videos ocupando toda la pantalla, con las palabras castigadas a zonas residuales donde no molesten, incluso desterradas a esas tripas de la Web, invisibles para los humanos, que solo visitan los robots de Google, quizás los más ávidos lectores de hoy.

 

Parece que, cuanto más aumenta la cantidad de píxeles de nuestro entorno digital, más disminuye el número de palabras dispuestas a defendernos contra su peligrosa fascinación. La hiper-nitidez es euforizante pero invasiva. Su narcótico poder de asombro tapa cualquier rendija por la que poder escapar de una verdad imaginada por otros. Ante las espectaculares imágenes que contínuamente nos rodean, nuestra mente solo puede rendirse, sucumbir a lo deslumbrante y asumir como propio un mundo minuciosamente planificado por las industrias de lo maravilloso. Embelesados, nuestra capacidad crítica se desvanece. ¿Para qué vamos a imaginar si otros lo hacen por nosotros? Ante cualquier pregunta que queramos hacernos, ante cualquier duda que podamos tener, siempre habrá una pantalla que nos proponga una imagen prodigiosa. Han logrado que prefiramos ser imaginados a imaginar.

 

Puede que en la economía de la atención —una de esas nuevas entelequias del capitalismo avanzado—, una imagen valga más que mil palabras. Sin embargo en una sola palabra habitan infinitas imágenes. Una palabra, por humilde que sea, contiene dormidas tantas imágenes como personas puedan pensarla, pronunciarla, escribirla, escucharla o leerla, en cada uno de los instantes de su vida.

 

 

 

 


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