Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad,
gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme
[Luis Cernuda]
Sólo es lo que aún no se ha sido, al menos
una aparición que una nostalgia, viví sólo en
la nostalgia y era…sólo nostalgia. Al no saborear
nada me sumergia en el placer; y porque
era pequeño, me sobraba espacio para vivir en
el pecho de una persona. Ha sido delicioso sumergirme
en el alma que me amaba. De modo
que iba por ahí. ¿iba? No, no iba, paseaba por
el are, no necesitaba suelo para andar
[Robert Walser]
El ruido del agua, así le dije a alguien esta mañana que se titularía mi nuevo libro. Chapotear o beber con las manos. A veces un texto transparente, muy cristalino, así las palabras dejan ver a través de ellas. No nos quedamos entonces en el signo retorcido de una caligrafía demasiado difícil. Que no sean estas alabras el fondo sino la superficie. ¿Puedo así agitar un poco tu espíritu hasta dar con un cuerpo cristalino? El ruido del agua. ¿Y de qué hablaría un libro con ese título? Me he imaginado a dos amantes que se sumergen e intentan hablar debajo del agua. Los ojos muy abiertos, como si intentaran respirar con ellos todo el aire que tomaron antes de sumergirse. Burbujas que encierran palabras de amor cuando ya no queda aire. Los ojos se abren aún más e intentan respirar lo que ven. ¿Qué pueden decirse sumergidos, agarrados el uno al otro para no ascender a la superficie? Intuyo lo que podrían decirse, sólo lo intuyo, pero jamás lo sabré verdaderamente. Cadenillas de burbujas que se rompen en el aire. Esas palabras de los sumergidos eran sólo aire, transparencia, vacío del amor. Ni siquiera yo he podido iluminar con mis palabras una pequeña habitación oscura, pero los sumergidos sí han iluminado de silencio el agua. Ahora emergen y vuelven a tomar una gran bocanada de aire nuevo. El libro entonces debería titularse Los sumergidos. Sólo debajo del agua pueden decirse lo que no son capaces de decirse fuera.
Hierba de Marzo
donde arde el último frío.
También yo despeinado
y vacilante
con mi herida llena de hierba.
La arranco
para aliviar de mi fuerza
al mundo.
NUBES
Nubes como
vellones de ovejas
sobre San Fiz
antes de ser
hiladas al destino.
Cambiantes
guardan
el silencio
de la tierra.
UN PUENTE
Tiembla un puente.
Como tú.
Tiembla
y nunca se parte.
Debemos temblar
para no rompernos.
Ser más allá
de nosotros.
El aire
no tiene
dónde
chocar.
Ni tú dónde ir.
Es hermoso
vigilar
los espacios.
ANDENES
Mano que despide.
Lo suelta todo.
Revuelve las últimas
palabras en el aire
para que no se vuelvan a juntar.
Esa mano abierta
borra cualquier árbol
o estrella. Aclara el espacio.
Palabras en el aire
cada vez más leves
e invisibles. La mano
borra el rostro para no hacerse daño,
o alguna palabra que girase
alrededor de la cabeza
y no quemase los ojos.
Que esta elipsis de palabras
vuelva al suelo.
A los labios de los pobres,
a su boca sencilla
donde las palabras son espinas.
TRUCHA
Garganta de la Olla, 30 de mayo de 2009
Esa trucha
quieta
en la corriente
se va con un quiebro.
Si nuestras palabras
hicieran lo mismo:
Estar siempre
quietas
en el mundo.
PAN
Dieron patadas a un pan.
Se pasaban una
gran hogaza de pan.
La rodaban
como un balón.
Me puse el pan
en la oreja
y oí pájaros.
El viento
del trigo.
ESPACIOS
Hasta aquí la arena, ahora sólo piedras
cortantes. Para los pies las dos son malas en
estos espacios puros, rotos para siempre, donde
la única hierba son las palabras. Ínfimo, de
nuevo parco, pero no infeliz. (No podría así
haber llegado al borde mismo de la nieve).
Pero incluso esto está escrito para sobrevivir
al huidizo, al extraño, que siempre a la espera
de algo, tiene miedo a que la noche que nos
hace visibles al mundo, se vaya para siempre.
Mientras tanto graznidos tras ese muro. (Piedras
mejor puestas que estas palabras). Detrás,
grandes árboles que llenan mis ojos de
hojas y de ramas, de nidos secos con plumones
que nunca volaron.
¿Oigo ahora tras los olivos las puertas del
aire que se abren a las aves que retornan formando
el ángulo muerto de la vida?
Chillan allí arriba como un fuelle para el sol.
Es la alegría que
llega despacio.
(Pasos hacia la luz del herido).
La nieve siempre cae,
y cae
la luz sin peso.
La alegría sube.
¿Vas con ella,
con lo que sube,
para no volver?
Álamo sin corteza en el aire,
y mis palabras girando
en torno a él.
Agarrado al álamo
en el aire.
MONT VENTOUX
Arlés, 22 de marzo de 2007 Esta hierba mullida
por un cuerpo
es un molde
para el mundo.
Poco a poco se alza
hasta olvidar
quién eras.
Se ha levantado solo.
Todo lo que diga,
esta montaña de luz
y aire
se lo lleva
a su silencio.
Este río lento
de aguas negras
en la tierra extraña.
Río en el que río.
Marcas de agua
en las piedras
o líneas de esperanza.
En los niveles más bajos,
la señal más oscura.
Los ojos podridos en eso.
(En el agua estancada
llenos de ti mismo).
En estas líneas gruesas,
en estas mismas palabras
que marcan tu vida.
Miguel Ángel Curiel nace el 31 de marzo de 1966 en Korbach, Alemania, en el seno de una familia del norte de Extremadura. A la edad de un año se traslada a Talavera (Toledo) ciudad a la que el poeta quedará vinculado para siempre. En la actualidad vive en la ciudad de Lugo.
Miguel Ángel Curiel ha sido becario de la Academia de España en Roma, (beca valle Inclán para escritores) entre los años 2009 y 2010. Es durante ese periodo en el que escribe el libro de fragmentos Luminarias y el libro de poemas La oscuridad. Como grabador ha realizado exposiciones de linóleos y aguafuertes en la galería Arcana de Vilagarcía de Arosa y en la Academia de España en Roma.
Es el autor de los libros de poesía: El verano (Colección Adonais 2000, Rialp Madrid); Un libro difícil (Premio Esquío de poesía 2004, colección Esquío, Ferrol); Por efecto de las aguas (Premio San Juan de la Cruz, Ávila, 2007, colección Adonais, Rialp, Madrid); Diario de la luz (2008, DVD, Barcelona); Los sumergidos (Almud Ediciones, 2011).