Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Frontera DigitalImperium sine finibus

Imperium sine finibus

Este fue el título de la glosa que le escuché aquella mañana a Jesús Pardo acerca de un artículo de Jon Juaristi: “Horizontes”. Reproduzco el primer fragmento del texto de Juaristi porque es de antología:

“A los otomanos alguien les había profetizado que la guerra contra el infiel terminaría cuando lograsen conquistar una misteriosa urbe de occidente que llamaban kizil elma, la Manzana Roja. Lo malo es que creían ver sus cúpulas encendidas cada atardecer, cuando el sol se ponía. Conquistaban ciudad tras ciudad, pero ninguna era la meta prometida. Caían Constantinopla, Belgrado, Budapest y la Manzana Roja resplandecía más allá, en el crepúsculo inalcanzable. Los ghazi, guerreros turcos de la fe, se ganaron así el nombre de Señores del Horizonte, por su infinita persecución de una fortaleza en huida perpetua.”

Sobre la marcha, Jesús Pardo, auténtica enciclopedia británica semoviente, soltó su parrafada. Aunque ya debería estar acostumbrado a sus prodigiosas digresiones sobre historia de Roma, esta vez fue algo especial. Título de la ponencia: “Imperium sine finibus”, traducción bastante libre al latín del último sintagma del texto que más arriba he citado del memorable artículo de Jon Juaristi, “una fortaleza en huida perpetua”.
El lugar: el salón de la casa-biblioteca de Alejandría de Jesús y Paloma, al fondo, observando sus palabras los tomos verdes (clásicos griegos) y rojos (clásicos latinos) de la colección Loeb y las inconfundibles tapas azules de la Biblioteca Clásica de Gredos, las tres series (cientos de volúmenes) completas, salvo, creo, un volumen de los diálogos de Platón o de las obras de Sinesio de Cirene que está agotado y no logra encontrar. Intento citar de memoria:

“Eso que me acabas de contar me hacer recordar uno de los principios más cronorresistentes de la doctrina militar romana, el Imperium sine finibus, que estuvo vigente desde el despegue imperial de la república romana durante las guerras púnicas hasta Marco Aurelio, el emperador que ya no lo pudo poner en práctica por agotamiento material de las estructuras económicas y por ende militares del Imperio. Consistía grosso modo en considerar la última frontera como un mero respiro en el camino hasta la siguiente conquista: Caledonia, Germania Interior, Mesopotamia, Arabia, Mauritania, Dacia, etc. Un principio anejo a esta doctrina consistía en que no se permitía acercarse, salvo con expresa autorización, a los germanos a menos de 50 kilómetros de los limina del Imperio. Toda transgresión de esa pauta era considerada por los romanos como casus belli que culminaba con una expedición punitiva para hacer trizas a los bárbaros. En el momento que el Imperio tuvo que renunciar a ese sistema de disuasión (Adriano había abandonado algunas conquistas de Trajano, pero fue Marco Aurelio quien tuvo que renunciar a la expansión sin límites y a los ataques preventivos más allá del limes) comenzó a cavar su propia tumba, pues a partir de entonces la iniciativa fue ya hasta el final de los bárbaros.»

Sic transit gloria Imperiorum. Sigo pensando en las palabras de mi maestro Jesús Pardo, de quien tanto he aprendido y de quien espero seguir aprendiendo. Jon Juaristi –que fue tutor de vascuence de Jesús Pardo cuando éste decidió añadir esa lengua a las más de diecisiete (sí, diecisiete) que lee y traduce– Jesús Pardo. No era posible pedirle más a aquella mañana.

Más del autor