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Impostores. El ‘Fedro’ de Moreno Jurado

 

 

En opinión de Jesús Aguado, Fedro “sintetiza un tiempo concreto, una época determinada de nuestra poesía española, la década de los 80”. Y, además, sirve como muestra de una actitud, “sincera y valiente”, la de su autor, el poeta José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946) “frente al entorno poético en el que [estaban] inmersos los poetas de entonces”.

 

Cuenta el autor que en los albores de los años ochenta, en 1979, “se sentía asqueado” al ver cómo los poetas “recurrían incansablemente a Grecia con una falta de respeto por la verdad y con una profusión tan desmedida de citas y otros artilugios superficiales, que sólo conseguían ocultar a medias su vergonzante desconocimiento de la tradición griega y, a través del pastiche generalizado, evidenciaban una corrosiva y petulante cursilería”.

 

Así las cosas, se puso manos a la obra y decidió hacer sonrojar a esos poetas ridículos con sus propias armas: a través de una impostura. De ahí nació Fedro, escrito en siete días, y publicado originalmente por Padilla Libros, en colaboración con Ayuso, en 1979. Un libro que a día de hoy estaba descatalogado y que felizmente La Isla de Siltolá trae otra vez a las librerías para regocijo de nuevos lectores que, como yo, en los años ochenta apenas éramos esbozos de un incierto porvenir.

 

Fedro es el heterónimo que inventa Moreno Jurado como autor de estos doce poemas (pero que presenta como autor original, siendo él un mero traductor de los versos que, se supone, hubo de encontrar –por azar– en los alrededores de Itálica, y no en los pergaminos auténticos, sino en un códice medieval). El poeta Fedro vendría a ser la “recreación vivificada” de un personaje de los textos platónicos, de nombre, claro está, Fedro.

 

En Platón (en las obras Fedro y en El banquete) aparece este personaje como “un muchacho hermoso y un poco alocado”, que Moreno Jurado transforma en un hombre en “la edad adulta, más cerca ya de la muerte que de la vida”. Moreno Jurado lo imagina a orillas del Iliso, en Atenas, “melancólico, triste, con el recuerdo constante del amor vivido”. La figura del heterónimo le sirve, empero, al poeta para invocar sus propias convicciones sobre el amor y los íntimos convencimientos. Y esto es curioso, porque leídos hoy, estos poemas guardan una relación fastuosa de cercanía con los poemas de Últimas mareas (Vaso Roto, 2011). No en vano, decía Daniel Lebrato que ahí, en ese libro, ya se hablaba de mareas. En el fondo, es como si dos heterónimos del poeta se reuniesen finalmente, ponderando el remate de la existencia de la mano que los sostiene con vida. El joven-viejo (Fedro) vindicando su látigo de fuego, luz y palabra, y el viejo-joven (Moreno Jurado) aferrándose a lo que de real aún (le) queda, esa “fragilidad imperdonable de lo perecedero”.

 

De cualquier forma, ambos poemarios se fundamentan en la violencia instantánea del gesto, este por vía confesional y aquel sacrificándose por “el cálido amor de Eryxímaco”. Ambos libros hablan, asimismo, de la fidelidad, entendida como la continuidad de uno y lo mismo (el alba / el ocaso, pero también la mar / el viento, el árbol / la rama), de la ternura y la salvación. Pero no es la lucidez del recuerdo lo que se invoca, sino más bien su inminente (y temida) conflagración. Por ello, los versos de Fedro hallan su redención en el sueño, la imaginación y la cópula marina, en aquellas “agrestes mareas de la luz bajo la tarde”, que deja a los amantes “libres al fin del mal que nos envuelve”, ya no “a riesgo de la muerte”, sino bajo su amparo.

 

A pesar de la impostura, estos versos de la supuesta madurez o vejez de Fedro, no son mendaces (y ello, aun cuando en algunos poemas se incluyan mensajes políticos), sino vibrantes y cristalinos, clásicos (como no podría ser de otra manera), destacándose en ellos un “verdadero afecto y pasión por la belleza del poema”. A este respecto, apunta Moreno Jurado en el prólogo que sirve de justificación para este conjunto de versos, que en el período en el que se habrían escrito estos poemas (en la Atenas del 349 a. C), Fedro se habría adelantado al helenismo olvidando sus visiones particulares de la polis y volviéndose “cosmopolita, es decir, sencillamente humano”.

 

Afirma(ba) Moreno Jurado, no sin cierto regocijo (o, al menos, ese regocijo se percibe ahora, conocido el engaño) en el prólogo original: “El caso Fedro no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que han transcurrido veintitrés siglos sin que estos poemas viesen la luz”. Y añadía, como para entorpecer la presumible desconfianza: “cualquier desaprensivo podría pensar que toda esta traducción es un montaje inteligente del traductor más que la obra de un poeta del siglo IV a. C”. En definitiva, que en el prólogo se despachaba ya una ironía juguetona que parece no haber sido suficiente para poner en alerta a los lectores de su momento. Y es que muchos cayeron en la trampa y creyeron que los poemas eran, en realidad, de ese tal Fedro, poeta de la antigüedad. En esta re-edición se incluye una versión inglesa de los poemas realizada por Pablo Álvarez, un alumno de Moreno Jurado de “aquellos preciosos años”.

 

Para que vean que, felizmente, este libro queda más allá de la mera impostura, del gesto provocador y sarcástico, me gustaría transcribir uno de los poemas, a mi juicio el más bello, para que juzguen su precisión y sutileza.

 

Es el número IX, y dice así:

 

 

Has amado a una sombra, Pigmalión,

inmóvil y desnuda.

                                  Una estatua

que gime y desvaría.

                                  Cuántas veces,

pequeño Fedro mío,

                                  fuiste a verla,

dulcísima al venir de la alborada,

de pie junto a la fuente

diamantina y coral de Calirroe.

 

Cuántas veces,

                                   perdida la memoria.

Le suplicaste un gesto,

                                   una caricia,

cualquier prueba de amor

para sentirte vivo de repente.

 

Sólo un ave,

                      cansada,

se reclinó en sus labios,

mientras la lluvia

                             con golpes de cristal

le hirió constantemente la mejilla.

 

 

 

 

J. S. de Montfort (Valencia, España, 1977) es graduado en Estudios Ingleses por la Universidad de Barcelona, así como diplomado en Literatura Creativa por la Escuela TAI-Madrid. Forma parte del consejo editorial de la Revista Literaria Hermano Cerdo. En FronteraD ha publicado, entre otros, Sobre la poética de José Luis Rodríguez: la subjetividad como interferencia. El hundimiento, ‘Yo soy Espartaco’: memorias de un rodaje difícil (y de una época convulsa)La Tremenda Crew United. Este es su blog.

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