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Impuestos: ¿para qué?

 

Estamos en época de rendir cuentas al fisco, de hacer la declaración de la Renta. Y mucha gente protesta porque le toca pagar. ¿Para qué demonios pagamos impuestos? Es lógica la pregunta teniendo en cuenta la importante subida de los mismos desde el año 2010, lo que ha coincidido con fuertes recortes en los servicios sociales y, también, con escandalosos casos de corrupción. También nos podemos quejar de que si bien la recaudación por IRPF ha caído un 25% y la del IVA, un 40%, pese al incremento de los tipos, la que se deriva del pago de precios públicos, tasas y demás se ha incrementado en un 140%, según datos recogidos por Gregorio Rodríguez Cabrero, catedrático de Sociología de la Universidad de Alcalá. Vamos, que llega el momento de hacer la Declaración, de pagar otra vez, pero durante el año se nos ha ido ya un buen dinero para el Estado.

 

Podemos ir más allá, podemos no quedarnos sólo en la coyuntura marcada por la crisis y la necesidad de pagar las deudas, sus intereses crecientes. Podemos y debemos profundizar. La estructura impositiva de España es profundamente injusta: carga fundamentalmente contra los rendimientos del trabajo y apenas lo hace contra los del capital. El 85% de lo recaudado por IRPF procede de los primeros y sólo el 15% restante de los segundos. Siempre ha sido así. Lo que ocurre es que ahora se está acentuando, estamos llegado al punto que el sociólogo José Félix Tezanos ha bautizado como “Doohnibor”, es decir, el efecto Robin Hood al revés, en resumidas cuentas: sangrar a impuestos al trabajador (fenómeno que se multiplica con la aparición de las tasas anteriormente mencionadas, que son todo lo contrario a la justicia social y la progresividad que debe inspirar todo sistema impositivo). Algo mucho más grave si tenemos en cuenta la fuerte caída de los salarios. Y que todo ello va, fundamentalmente, para salvar a los bancos. Aunque podemos decir que lo segundo puede llegar a ser hasta necesario, que sea a cargo del primero no lo es.

 

Todos estos argumentos no pueden convertirse en una coartada contra los impuestos. Nada más lejos de nuestras intenciones. Es hora de hacer un poco de pedagogía. Y, para ello, no hemos encontrado instrumento más útil que las estadísticas de Eurostat sobre población en riesgo de pobreza antes y después de las transferencias sociales. Porque sí, los impuestos, además de financiar el rescate de los bancos, los intereses de la deuda pública, gran parte de la cual puede considerarse ilegítima, también contribuyen a reducir las injusticias y la pobreza que, por su propia naturaleza, produce el capitalismo.

 

Según Eurostat, en 2011, último año del que proporciona datos, el riesgo de pobreza antes de transferencias sociales en España alcanzaba al 44,8% de la población. En 2010, esta tasa se situaba en el 42,9%, y en 2008, en el 38,2%. Vemos que el crecimiento es galopante.

 

La media de la Unión Europea se colocaba en el 44% a finales de 2011 y en los quince de la zona euro, en el 44,6%.

 

Los impuestos, la redistribución de la riqueza reduce del 44% al 27% la población en riesgo de pobreza

 

¿Y qué sucede después de las transferencias sociales? En España, el porcentaje de la población en riesgo de pobreza o exclusión social baja hasta el 27%. No está mal: el sistema impositivo cumple, en parte, con su misión de redistribuir la renta y reducir la pobreza. Pero se puede mejorar. Según cifras de Tezanos, el gasto social por persona en España es de 6.234 euros, por debajo de los 8.049 euros en la media de la Unión Europea y de los 10.000 euros que invierten (hay que cambiar el lenguaje: no es gasto social, es inversión) algunos países.

 

Así, si en España el porcentaje de población en riesgo de pobreza cae del 44,8% hasta el 27% gracias a la inversión pública, en un país como Alemania, la reducción es mucho más acusada: desde el 44,6% hasta el 19,9%. Y en Suecia, desde el 42,4% hasta el 16,1%. Sus Estados del Bienestar siguen siendo mucho más fuertes.

 

Todo esto tiene que ver con la estructura de ingresos y gastos de los Estados. También proporciona los datos Eurostat y es muy interesante echarles un vistazo. Los enlaces son mapas con colores de muy fácil interpretación.

 

España invierte menos en proporción a su PIB de lo que lo hacen muchos otros países europeos. Lo hemos visto cuando hemos mencionado la inversión social per cápita. Pero es que también ingresa mucho menos que otros países, porque tiene un sistema impositivo empeñado en sacar el dinero de dónde no está y no en buscarlo en las arcas donde se atesora, no vaya a ser que se largue al extranjero (¡pero si ya lo está haciendo!). Por eso en alguna ocasión hemos dicho que España no gasta de más, ingresa de menos.

 

Argumentos biologistas

 

Nos encontramos en un momento en que se piensa que España va a salir de la crisis con más competitividad, una palabra muy bonita que esconde menos salarios, menos impuestos sobre el capital y menos servicios sociales. Es una fórmula que, dicen, va a reforzar “la marca España”, o a “España S.A.”, esas denominaciones que deberían poner los pelos de punta a quienes consideran que las españas son una unidad de destino en lo universal. Pero les encanta. Y parece que también a los neoliberales, pese a que yo y mis prejuicios pensábamos que el nacionalismo les horripilaba. Y cómo no, también a los socialdemócratas, o a los que así se autodenominan.

 

Todos a una, saldremos de ésta con más egoísmo y menos solidaridad. Así vamos muy mal. Como dice Emilio Muñoz, ex presidente del CSIC, especializado en biología, bioquímica y biología molecular, además de en la relación de la ciencia y la tecnología con la sociedad, con las políticas económicas actuales, vamos camino a la destrucción de la civilización. “El homo economicus está intentando destruir al homo sapiens”, afirma.

 

Y quienes se amparan en concepciones biologistas, en el darwinismo, para defender su liberalismo a ultranza, la destrucción del Estado como instrumento interventor y redistribuidor, se equivocan porque, según Muñoz, en la biología la regulación es lo más importante. En la naturaleza hay reglas reequilibradoras. Y lo mismo debe suceder en la sociedad: si no hay intervención política para corregir abusos y desigualdades, nos iremos al garete. Puede llegar a surgir una “genocracia”: será tal el reforzamiento del poder de los poderosos que saltará por encima del dinero, porque éste llegará a utilizarse para mejorar su herencia genética.

 

Estamos yendo contra nuestra propia naturaleza y hacia nuestra propia destrucción: los biólogos y los antropólogos dicen que el altruismo y la cooperación de los primeros homínidos fue un factor imprescindible para la evolución y para la supervivencia humana. Ahora el egoísmo, o las ideologías neoliberales, ésas que dicen que si te quedas en la cuneta, allá tú, haber estado listo o no haber sido tan vago; o que si te quedas sin trabajo, que te hagas emprendedor; o se niegan a pagar los impuestos, o lo hacen a regañadientes, porque no quieren “sostener” a los vagos de los parados, amenazan con poner fin a nuestra especie.

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