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Sociedad del espectáculoPantallasInception, vertiginoso ejercicio de gravedad

Inception, vertiginoso ejercicio de gravedad

 

El director británico Cristopher Nolan se ha caracterizado siempre por imaginar en sus películas argumentos muy originales, progresivamente acompañados por un despliegue técnico que le permite plasmar en pantalla todo aquello que desea. Si Memento fue uno de los guiones más singulares de los noventa, El Caballero Oscuro supuso a su vez una ventana prodigiosa a las posibilidades de los efectos especiales, no como meros fuegos de artificio sino como el caldo de cultivo de un nuevo cine.  En Inception, Nolan ha conjugado con maestría ambas vertientes y presenta una película que estimula la mente a través de su intrincado argumento  a la vez que mantiene los ojos abiertos como platos. 

       El punto de partida es sorprendente. Dam Cobb -estupendo Leonardo di Caprio- y su banda son ladrones cuyo objeto de robo no son elementos tangibles, sino secretos ocultos en la mente de las personas, a quienes asaltan inmiscuyéndose en sus sueños. Fugitivo de los Estados Unidos, vive en constante peligro y alejado de sus hijos, a quienes hace tiempo que no ve. Sin embargo, la aparición de un poderoso empresario japonés, que encargará a Cobb y su equipo la misión de plantar una idea particular en la mente de su principal competidor, le ofrecerá la posibilidad de redimirse y volver definitivamente a la realidad. Una combinación atípica cuyo estreno puede suponer un cambio de perspectiva para las majors americanas. Digo atípica porque rara vez un director consigue un cheque de 160 millones de dólares para desarrollar con total libertad creativa un proyecto en el que lleva trabajando diez años. Máxime cuando la película consigue que nuestro cerebro corra mucho más rápido en lugar de más lento, haciendo que la exigencia para el espectador sea máxima, pero a la vez también la recompensa.

       El guión de Nolan despliega hasta 5 tiempos narrativos diferentes, coincidiendo con los sueños dentro de sueños que utilizan los protagonistas para inmiscuirse en la mente del heredero de un poderoso imperio empresarial de la energía. La complejidad de hacer encajar todas estas piezas se hace patente desde los primeros planos del filme, en donde pasamos bruscamente de un sueño a otro, para volver al supuesto terreno firme de la realidad. Sin embargo, una vez acostumbrados a los simples procedimientos de los que hace gala Nolan -transición por corte y punto- no podemos más que maravillarnos ante la facilidad con la que se despliega el mecanismo narrativo. Tras una primera parte de corte explicativo, en donde Nolan sienta las bases del juego, todo se precipita como una de esas enormes figuras de dominó, compuesta por miles de piezas y que una vez puestas en movimiento, caen una detrás de otra en un vertiginoso ejercicio de gravedad. Todo ello orquestado por un montaje alterno que consigue el ritmo justo, teniendo uno la sensación de que no sobra ni falta ni un solo plano a lo largo de todo el metraje.

       El impresionante despliegue de efectos especiales no satura en absoluto la pantalla, ya que todos ellos están al servicio de la narración y no al contrario, como ocurría en Avatar. Así, cuando se utiliza el trillado Bullet Time, técnica mediante la cual se congelan los movimientos para hacerlos avanzar después a cámara ultralenta, lo hace para evidenciar la diferencia temporal entre un sueño u otro, no como mera recreación. De la misma manera en que algunas escenas de acción excesivamente teatrales lo son precisamente para evidenciar esa condición de escenario onírico minuciosamente preparado por la banda de Cobb.

       Por otra parte, el casting ha logrado reunir a una serie de actores cuyo oficio está fuera de toda duda y que cumplen a la perfección el papel de secundarios alrededor de la figura de Leonardo Di Caprio, actor injustamente tratado por la crítica y que vuelve a demostrar una vez más su valía. Destacan la consagración del elegante Joseph Gordon-Levitt y la siempre impagable presencia del gran Michael Caine. Pero es a través del personaje interpretado por Di Caprio que advertimos el toque turbulento que atraviesa esta impecable película de ladrones, aquel que nos recuerda el abismo que se esconde tras la difuminación de la frontera entre lo real y el sueño. Porque en el fondo, la lectura que trasciende no es la del todo es posible, sino más bien la de aquel famoso grabado de Goya en donde el pintor auguraba ya los demonios que pueden surgir de los delirios de la razón. Por si fuera poco, la resolución de este dilema queda suspendida en un magistral plano final que dará mucho que hablar.

       En definitiva, Cristopher Nolan se ha situado con Inception entre el cine comercial y el cine de autor, los dos polos de una eterna dicotomía, proponiendo una majestuosa obra de gran presupuesto pero que es tan autoral como la más independiente de las películas que podemos encontrar en Cannes, Locarno y otros festivales de cine. La diferencia es que ésta cinta hubiera resultado irrealizable con pocos medios, y sólo el enorme éxito comercial de El Caballero oscuro ha propiciado que esta película imposible salga a la luz.  Tras el desastre a finales de los setenta de filmes como La Puerta del cielo de Michael Cimino -que supuso la quiebra de la otrora poderosa United Artists- y otras pertenecientes al denominado Nuevo Hollywood –Francis Ford Coppola, Martin Scorcese, Peter Bogdanovich entre otros- este tipo de experiencias dejaron de existir. Simplemente resultaba demasiado arriesgado poner tanto dinero sobre la mesa sin la garantía de que se iba a recuperar la inversión. Los resultados de taquilla de Inception pueden suponer, por tanto, que Hollywood recupere la fe en proyectos creativos y rompedores de directores singulares, en lugar de acomodarse en los remakes, secuelas y estrenos en 3D, mirando hacia delante en lugar de atrás.

 

 

       Sin duda, hay que celebrar que se afiance en escena un tercer cine capaz de aunar entretenimiento e imaginación con una factura impecable. Grandilocuente pero con mucho fondo, Inception no debe nada al fenómeno Blockbuster sino más bien a la irrupción de Matrix, película que nos asomó por primera vez a un mundo paralelo y que evidenció que ni de lejos todo estaba inventado en el cine. Diez años más tarde ha llegado la consagración de una vía cuyas posibilidades producen vértigo pero cuyos excesos pueden conducir al fracaso. De ahí la maestría de Cristopher Nolan, quien ha conseguido la película justa, aquella que los espectadores veníamos mereciéndonos desde hacía ya mucho tiempo.

 

 

* Enrique Fibla Gutiérrez, nacido en Valencia en 1987 y exiliado en Barcelona, donde se licencia en Comunicación Audiovisual por la UAB. Un curso anual en Crítica Cinematográfica y otro en Realización de cine originan las ganas de compartir la gran pasión de su vida; Discutir, y si es de cine, mejor.

 


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