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Informando a las colonias: Mitos y leyendas VI

Querido lector, entiendo vuestro estupor al leer el título de ésta crónica, pues apenas termino los anales sobre lo sustancial, la comida, y vuelvo a las andadas de la frivolidad, a lo inconstante del poder, a lo fútil de la economía, la religión y la política, que sólo esos tres vicios tan banales pueden dar lugar, junto con el sexo, a lo nimio y mediocre de los mitos y las leyendas.

 

“Este Necio me exaspera -diréis-. No se ha enterado aún que don Jesús de Nazaret, don Carlos Marx y don Teodoro Roosevelt son modelos pasados de moda. Y bien pasados, pues como todo el mundo sabe, jamás llevaron bolso de marca ni peinado no ya que creara tendencia, sino simplemente que pasara a la la historia.” Argumentaréis también que “si la única verdad revelada es el Capitalismo ¿a qué seguir hablando de él?” Y os preguntaréis con razón: “¿Para cuándo las noticias sobre el deporte del Imperio? ¿Para cuándo sus famosos? ¿Para cuándo una referencia al clima cotidiano con sus tormentas de nieve y sus sequías pertinaces? ¿Para cuándo la moda? ¿Para cuándo la pornografía? ¿Para cuándo un cronista moderno?”

 

Vuestra cólera será aún mayor si seguís leyendo la gacetilla de hoy pues, en el colmo de mi aburrimiento, este mito que hoy os traigo tiene mucho también de Historia. “Pero ¿cómo? -diréis- Este Necio no se ha enterado aún que la Historia acabó en 1992 cuando así lo decidió don Francisco Fukuyama.”

 

Habéis razón en todo, querido lector, y no sé bien cómo calmar vuestro ánimo. Mirad que ni tan siquiera puedo acudir como excusa a aquella doña Juanita, que era rebelde porque el mundo la había hecho así. Pero mirad también que, aunque no soy psicólogo, tengo para mí que en lo pueril de la política, la economía y la religión hay muchas de las desazones de nuestra vida adulta. Así pues, os pido me consintáis, como a un niño, que de vez en cuando de rienda suelta a mis caprichos, digo a mis desazones. A cambio os prometo que tan exhaustivo como he sido con la comida, lo seré con los deportes, los famosos, el clima cotidiano y la pornografía.

 

Con vuestra venia, por tanto, paso sin más preámbulo a narraros el siguiente mito.

 

Ya os conté que la religión que se practica en el Imperio es el Capitalismo, os hablé de sus varios dioses y de sus sumos sacerdotes, los ejecutivos que sirven al dios Dólar en el templo de Wall Street. No mencioné, sin embargo, que para guardar la estricta ortodoxia que exige esta religión se creó el Tribunal de la Santa Inquisición, aquí llamado Fondo Monetario Internacional. Su instauración fue necesaria para combatir la herejía del comunismo y acabar con los graves cismas que ha sufrido el Capitalismo, como el que se vive desde hace tiempo en Europa y que dio lugar a la secta de la Socialdemocracia (cisma del que también os hablaré, quizá en mi próxima crónica).

 

Tampoco os conté que, como toda religión, los ejecutivos son los encargados de hacer proselitismo (toda religión a excepción el judaísmo, pues es la única que conozco donde los prosélitos no eligen a su dios, sino que fueron elegidos por él). Para esa magna labor de captar adeptos con los que satisfacer a los dioses y engordar las propias arcas, los ejecutivos usan todos los medios a su alcance desde una hoja parroquial, llamada El Diario de Wall Street, hasta los propios dioses y oráculos. Ya os hablé de Mercurio, el mensajero del Olimpo, que en el Imperio es fémina, la diosa CNN, pero no lo hice de un oráculo de papel al que llaman Los Tiempos de Nueva York (que no debéis confundir, por su etimología, con el antiguo dios Cronos, pues nunca su poder fue tanto aunque él así lo crea).

 

Sé cuán pesado se hace leer de tanta religión, disculpadme pues. Mas era necesario poneros en antecedentes para llegar al mito que hoy os quiero contar. Hace tiempo el Tribunal de la Santa Inquisición dijo que para cumplir con los preceptos de Dólar nuestra colonia debía reformar el mercado de trabajo y dar así mayor flexibilidad laboral a sus prosélitos (palabra más apropiada que aquella otra de proletario, caída en desuso por la baja natalidad en nuestra colonia). Al parecer los trabajadores españoles son muy rígidos y la nueva flexibilidad laboral les permitirá llegar a la oficina con los codos y la columna vertebral doblados hacia atrás. Según el Fondo Monetario Internacional son de los pocos en el mundo que aún no lo hacen. Los hay incluso que sólo trabajan ocho horas diarias y aún quienes, en el colmo de la rigidez, tienen un mes de vacaciones.

 

Por si alguien tenía alguna duda, anteayer, a fecha 18 de febrero de 2010 de la era de nuestro señor, el oráculo de Los Tiempos de Nueva York confirmó la sentencia del Fondo Monetario Internacional al pronunciar su juicio final con las más sabias palabras. Este fue su oráculo: los trabajadores españoles son unos vagos muy bien pagados, que están protegidos como niños mimados. Palabra.

 

Como os imagino, querido lector, harto de la banalidad de este mito, os dejo descansar hasta la semana que viene, así podréis dedicaros con calma a leer otros cronistas que mejor os informen de las que cosas que más os interesan.

 

Vale

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