Querida lectora, verás que ésta semana este Necio está más en la actulidad que nunca, como si fuera uno de esos grandes cronistas modernos a los que preocupa tanto el último minuto que ya no saben lo que ocurrió hace una hora. No vayamos a preguntarles qué fue de la Historia.
Digo, que estoy en la actualidad porque habrás visto que en los últimos días se han celebrado en la capital económica del Imperio cumbres milenarias en las que se ha hablado mucho de los pobres, asunto que nos ocupa desde la crónica anterior.
Lo curioso es que, si vas a mirar bien, en esas cumbres no había ni un sólo indigente. No sé, se me ocurre que habría sido buena idea que hubiera un representante de ellos por si alguien quería acercarse a preguntarle como se sienten en su miseria. Más curioso aún es que, sin en estar presentes, los mandatarios de todo el mundo, que había muchos, celebraron en su nombre grandes banquetes en hoteles de cinco estrellas y mejores cenas en restaurantes de tres tenedores.
Mira si son innecesarios los pobres en esas cumbres que el emperador ni se acercó a verlos al gran comedor social que estaba en la esquina de la calle de su hotel, el lujoso Waldorf Astoria. Es un comedor que suele ser muy popular. A él acuden a diario cientos de hambrientos pues son famosas sus sopas bobas.
Menos mal que ya en la crónica anterior te advertí de que éstos del Imperio, benditos ellos, son pobres por voluntad propia. Si no, ¡qué susto te habrías dado! Nada de que preocuparte, pues. Ya sabes que las tradicionales ayudas, estrategias, promesas y plegarias que se hacen para salvar a los desamparados del planeta en tales cumbres, no están dirigidas a los cuarenta y cuatro millones de desgraciados imperiales.
Antes al contrario, desde hace mucho tiempo, el Imperio ha promovido leyes en favor de los pobres, garantizándoles el derecho a la pobreza y a la libre marginación.
Sería miope atribuir al actual emperador tamaño éxito en la protección de la penuria. Cualquiera que tenga bien la vista de lejos que nos proporciona la Historia, aprecia que tal mérito viene fraguándose desde la década de los sesenta y, especialmente, desde los tiempos del emperador Reagan.
Por ejemplo, en los últimos treinta años, los emperadores han hecho todo lo posible por acabar con los sindicatos, esas organizaciones filantrópicas empeñadas en la existencia de unos sueldos mínimos que, obviamente, coartan la libertad de los trabajadores para ser vagabundos, pues les imponen la riqueza a su pesar.
También han aprobado leyes para mantener la gran institución imperial del despido gratuito e inmediato. De esa forma, uno puede puede ser clase media cuando se acuesta y desempleado cuando se levanta, lo que es un buen aliciente para dirigirse hacia la tan deseada pobreza. Aún más, la desregulación de los mercados y el sistema financiero ha permitido que muchos perdieran sus ahorros depositados en los fondos de pensiones, otro gran paso hacia la bienestar de las cajas de cartón con las que los pobres construyen sus casas en los barrios populares de Nueva York.
Fíjate si hay una competición entre los emperadores por promover la misiera y si viene de lejos la tradición que si bien, como ya te dije la semana pasada, ésta marcó en 2009 su pico máximo desde 1994, al alcanzar el 14,3% de la población, apenas por unos pocos pobres más no se superó el porcentaje de 1960.
Una gran gacetilla imperial destacaba, incluso, estos días el gran hito que supone que 41,3 millones de personas en el Imperio, repito 41,3 millones de personas, reciban ya vales de comida para sobrevivir, emulando así el gran sistema del extinto Imperio soviético. Dicho de otra forma (como les gusta hacer a los cronistas modernos en atención a quien no sabe de matemáticas), uno de cada siete adultos del Imperio come de la beneficiencia estatal gracias a que es pobre.
Para que te pasmes, la gacetilla estaba un poco molesta no por la existencia de los vales de comida, sino por el hecho de que el censo hace un poco de trampa ya que, si esa ayuda gastronómica se tuviera en cuenta como ingreso, unos ocho millones de golosos quedarían fuera de la estadística.
El periódico razonaba, no obstante, que algo se compensaba esa situación con los millones de personas que no entran en la indigencia porque, tras perder sus casas, viven ahora con sus familiares. Y anunciaba, además, que tres millones de desempleados caerán previsiblemente bajo el umbral de la pobreza cuando en los próximos meses dejen de recibir otro insidioso subsidio impulsado por los sindicatos.
La promoción de la pobreza también ha conseguido logros en el campo de la sanidad en los últimos años. Cincuenta y un millones de personas no tenían seguro médico alguno en 2009 frente a los cuarenta y seis que no lo disfrutaban en 2008.
Todas esas medidas no han afectado sólo a los pobres sino también a la clase media cuyos ingresos en 2009 eran, en general, un cinco por ciento menos que diez años antes, lo que sin duda les encamina alegremente hacia la pobreza; un gran logro que se debe atribuir en exclusiva a los ocho años de mandato del emperador Bush. Y lo mejor es que su legado asegura que esas cifras irán en aumento en los próximos años.
Como verás, querida lectora, la penuria es un asunto nada baladí en el Imperio y, en el afán de darte toda la información que tengo, me he quedado sin espacio para explicarte, tal y como te había prometido la semana pasada, cómo a pesar de esas leyes, el Imperio permite también al vagabundo que lo desee hacerse rico gracias a su trabajo. Te lo contaré en la próxima crónica. Hasta entonces, buena semana.
Vale