Querida lectora, en estos días en que tanto hemos hablado de la religión capitalista del Imperio y de las oportunidades que ofrece para que todo el mundo se haga rico gracias a su trabajo ha venido uno de sus sumo sacerdotes coloniales, don Gerardo Díaz Ferrán, a corregirnos la plana. Ahora resulta que el Capitalismo no es un buen sistema. Al menos no lo es para la mayoría de la población, que son los trabajadores. El nuevo dogma de fe es que «hay que trabajar más y cobrar menos».
Como dirían cariñosa y familiarmente mis profesores de Enseñanza General Básica cuando veían aumentar de año en año el número de mis suspensos, vamos para atrás como los cangrejos.
Entre tú y yo, no creo que en el Imperio hagan mucho caso a este Papa Clemente que descubrió su propio Palmar de Troya cuando dejó de pagar la seguridad social de sus empleados. ¿Es así como se hace rico uno en lugar de con el trabajo honrado?
Digo que no creo que en el Imperio vayan a dejar de pensar que el Capitalismo sea el mejor sistema para hacerse rico, incluso para los trabajadores, porque se les desmoronaría la religión en un rato. Vendría a ser como declarse católico y afirmar que Dios no existe. Aunque una cosa sea lo que piensen en los Estados Unidos y otra la realidad, que del dicho al hecho va mucho trecho, como ya hemos visto.
¿Qué decirte del título de esta crónica? Los ricos. Ya lo dije en otra ocasión: «Muchos son llamados y pocos los elegidos», como bien atinó don Mateo Leví de Alfeo. El principal problema para mí es decidir dónde está el umbral de riqueza en el Imperio. Para los pobres lo establecimos en unos ingresos inferiores a 10.830 dólares anuales. Pero ¿dónde ponemos el listón para los ricos?
Yo creo que lo más fácil es situarlo en lo que todos entendemos por rico: Aquella persona que puede vivir sin trabajar porque los demás trabajan para él, o sea, don Gerardo Díaz Ferrán. Y aún, una definición más fácil, cualquier millonario. Y ¿cuánto hace falta para ser millonario? Tiremos por lo bajo: Para ser millonario hace falta un millón de dólares.
Pues bien, en el Imperio hay tres millones cien mil personas que son ricas, es decir, que tienen un millón de dólares, es decir, un 0,62% de la población. ¡Cuán alejados de aquellos 46 millones de pobres imperiales que tantas crónicas nos han ocupado!
Si en esas crónicas vimos que, gracias al sistema capitalista, los pobres estaban tan alegres de ser pobres que su número iba en aumento, lo curioso, al mirar a los ricos, es que éstos también lo están de ser ricos y, por eso, son cada vez más ricos.
Para contentar a unos y a otros, es decir a pobres y a ricos, dando a cada uno lo suyo, el Capitalismo ha ideado un sistema a la vez inteligente e infalible que es dar más a los ricos y menos a los pobres. Desde 1975 a 2009, el promedio de los ingresos para el 1% de la población más rica creció un 176% mientras que para el 20% más pobre sólo aumentó un 6%. Además, el 1% más rico de la población de EEUU posee tanto como el 40% más pobre.
Algunos, con malas intenciones, llaman a este fenómeno desigualdad. Y los más atrevidos hablan de injusticia. El caso es que la desigualdad entre ricos y pobres en el Imperio está en consonancia con los países menos desarrollados del mundo como Nigeria, México o Venezuela.
El rico más rico de todos los ricos del Imperio, aparte del tío Gilito, es un ciudadano imperial que se llama don Bill Gates. Os he hablado ya en ocasiones de él. Es un semidios que nació de la diosa Informática y un hombre con tendencia al monopolio. Ahora que es el rico más rico de todos los ricos imperiales también se ha vuelto más magnánimo y parece que quiere corregir su monomanía, aunque no por ello suelta la patente de su engendro en favor de la humanidad.
A diferencia de los ricos coloniales, que suelen ser discretos, los imperiales son muy ostentosos. Les gusta exhibir su dinero. Algunos, los mismos malpensados de antes, lo atribuyen a que son nuevos ricos. Un ejemplo. Hace poco le preguntaron a uno de ellos en una radio qué diferencia había entre desplazarse en un coche normal y una limousina, ya sabes, querida lectora, ese automóvil de mal gusto y con reminiscencias fálicas que, al fin y al cabo, es de lo que se trata, de ver quién es el que la tiene más grande. Pues bien, el tal señor, que no se identificó, dijo: «Ah, no sé. Yo nunca he ido en un coche normal».
Por lo demás, a los ricos del Imperio les gusta lo mismo a los ricos de todas partes y, curiosamente, lo mismo que a los pobres: el buen comer, el buen beber, el estar cómodo, el no trabajar pero decir que lo hace y mucho, el tener un automóvil deportivo, el tener un yate, el tener un avión.
Digo que es, curiosamente, lo mismo que les gusta a los pobres porque muchas veces los ricos piensan que los pobres son necios como yo, y ahí se equivocan. Los pobres no son necios, los pobres no tienen dinero. Por ese motivo son pobres no imbéciles. Son tres categorías distintas: los pobres, los ricos y los imbéciles y éstos últimos pueden estar entre los primeros o los segundos indistintamente.
No creas que esto que te estoy diciendo y que parece tan lógico es tan evidente en el Imperio. A este respecto, Don Kurt Vonnegut cuenta en una de sus novelas que en el bar de su pueblo había un letrero que decía: «Si eres tan listo, ¿por qué no eres rico?»
Al igual que don Bill Gates, muchos ricos del Imperio se dedican a la caridad, aunque ellos prefieren llamarse filántropos. Se equivocan, lo suyo es lo primero, dar limosnas. El amor al genero humano es pedir impuestos progresivos con los que corregir las desigualdades, como hacen en Finlandia. Pero de eso los ricos no quieren ni oír hablar.
Querida lectora, ahora que sabes que en el Imperio puedes pasar por boba y ahora que, pese a ello, tu avaricia te ha puesto los dientes largos, con tantos yates y aviones privados, champanes y caviares, te dejo descansar. Tú verás si te quieres hacer rica o seguir la nueva doctrina de don Gerardo Díaz Ferrán. ¡Eso sí que es de necios!
Vale